La dama y la madre
Parece que últimamente cuelgo la columna en días marcados con cruces rojas en el calendario. No es deliberado, lo prometo. Pero creo que habrá que aprovecharlo.
Últimamente me estoy convirtiendo en un tipejo bastante aburrido. Quizá se deba al cóctel de máster, trabajo, carrera literaria y vida que uno llega al fin de semana sin saber quién es su padre. Anoche, por ejemplo, cené con mi pareja (bendita ella) y me senté un par de horas a rematar La dama y la muerte, de Greta Alonso (Editorial Planeta, 2023). Soy un lector afanado con cierta predilección por lo sobrenatural, ya que me saca de mi zona de confort, pero la novela negra se encuentra entre mis géneros predilectos. Greta, aunque la reseña completa vendrá más adelante en la sección correspondiente, ha construido una obra ágil a la altura de lo mejor del género.
Uno de los elementos a destacar es la presencia de las madres. La más evidente es la del protagonista, Mateo Valtierra, nuestro héroe policiaco; pero hay otra que anida en el corazón de la trama de importancia capital.
Al terminar, comencé a ver una película, me venció el sueño, he desayunado un café y he dado un paseo dándole vueltas al tema del artículo. Mi cabeza regresaba una y otra vez a la novela. Algo hizo clic. Se encendió mi última neurona. Me dije «Héctor, chato. Vamos a hablar sobre la importancia de las madres en la literatura». Aquí estoy un ratito después.
Va por delante mi homenaje a la propia. El papel de una madre es transversal. Al crecer, somos conscientes del hijoputismo desmedido del mundo que nos rodea y el saber que una persona se ha comprometido a traer vida, a cuidarla, y a servir como refugio a medida que envejece y se marchita, es un bálsamo para el alma. Muchos lectores habrán perdido a las suyas y sabrán que el vacío y el desconsuelo es un pozo negro dentado.
Mi novela favorita es El resplandor, de King. La relación principal que se establece en ella circula entre Danny, el niño con poderes, y Jack, su padre, el escritor. Quizá por eso me toca tanto. Entre ambos polos se sitúa Wendy, la pobre madre que siente cómo su hijo manifiesta cierta predilección paterna y que ve, en los gestos del pequeño, al hombre con el que se casó y del que estuvo a punto de divorciarse. Wendy, a su vez, tuvo sus más y sus menos con su propia madre, una relación difícil sacudida por latigazos de envidia. Esta información se nos transmite con un doble matiz: nos permite redondear al personaje de Wendy (King crea personajes, muchas veces sin aportar nada a la trama, por placer) y sirve como referencia ensayística dentro de la novela de género para disertar sobre el papel de la madre. Una buena relación tiene un impacto evidentemente positivo en la crianza del muchacho o muchacha, pero su opuesto es devastador, disemina semillas de inseguridad que al crecer en edad el cuerpo germinan dando lugar a auténticos bosques de traumas.
Otro ejemplo lo podemos encontrar en Dune: el papel de la dama Jessica, madre de Paul, es fundamental para el desarrollo de la trama y del personaje. Es el amor de la madre de Harry Potter el que derrota a Voldemort. En It, la actitud sobreprotectora de la madre de uno de los niños condiciona su vida y leemos, al narrarnos la presentación de su Yo adulto, que se ha casado con una mujer de la misma índole. En La inmortalidad, Kundera desarrolla a la madre independiente forzada a elegir entre su vida rutinaria y su vida real, la que anhela, la que la devuelve la juventud. Incluso en Cabárceno me permití incluir una madre entre el elenco protagónico, una, dicho sea, bastante imperfecta, que al precipitarse la catástrofe lucha por tomar las riendas y salvar a sus hijos.
La lista es interminable. Sin embargo, la literatura nos arroja claroscuros sobre la verdad que se oculta tras la máscara de la maternidad. Las inseguridades, las dudas. En nuestra ingenuidad (o al menos yo), vemos en nuestras madres a una figura estoica que hace lo que tiene que hacer, casi como un ángel enviado desde el Cielo para salvaguardar nuestra alma. Las turbulencias de su vida, sus tribulaciones… ¿qué más dan? En el momento de parir, su función se cementa junto al retoño, y de ahí no se mueven; cuando en realidad es mucho más. Toda madre esconde una persona, unas ambiciones, unos deseos. Por suerte creo que la sociedad actual avanza y va concienciándose sobre ello. Personajes como los mencionados luchan por ello a la par que se mantienen estoicas para sus hijos, como la luz de un faro azotado por la tempestad.
Que nos lo tengan que decir los libros…
Quizá he sido demasiado atrevido (o estúpido, no me sorprendería) por permitirme esta breve disertación. Pero, lo que quería decir, es que si tenéis a vuestras madres cerca no perdáis ni un segundo en recordarles lo mucho que las queréis. Que, si se han ido, honréis su memoria. Hostia, que lo hagáis con cualquier madre a la que tengáis aprecio, aunque no sea la vuestra. Porque detrás de la fachada se esconde una vida ligada eternamente a sus hijos pero que debe seguir girando, atravesando las aguas del océano del tiempo que decía Drácula en el cine. Y que no os limitéis solo al hoy, al domingo de mayo, porque llegará una primavera que no florezca.