“Donde mueren las palabras”: ¿amigos para siempre?
Horacio Otheguy Riveira.
Cuatro amigos y un sofá. Encerrados con el juguete de sus propias vidas desde la adolescencia, se concentran como jugadores del divertido deporte de pasárselo bien mientras estudian en otra ciudad, lejos de papá y mamá.
En un pequeño apartamento discurren días característicos entre jóvenes felices en el caos como si se tratase de una tropa desmadrada, el desorden emocional, los ligues que se amontonan, las mentiras que corren con la alegría de los niños convencidos de que no les van a pillar; hombres torpes en torno a los 30 años, y detrás de tres casi siempre eufóricos —cada uno con marcada personalidad—, un cuarto muy triste que deambula como alma en pena y que es la clave para que esta comedia ágil con toque costumbrista se convierta paulatinamente en un drama; sin apenas estridencias se desliza la penuria de uno de los muchachos, aportando nuevos datos de una realidad oscura, amarga, tortuosa.
Así, Donde mueren las palabras, abunda en detalles de conflictos sociales más amplios, brotan situaciones de contenido más exigente, y del egocentrismo masculino con el síndrome del eterno adolescente surge un bucle muy atractivo hasta dar con un final sorprendente. Los abrazos que creyeron dar y los que no fueron capaces no serán ya válvula de escape, sino camino que cada uno atravesará con la carga/sobrecarga de las frustraciones y algunas renovadas esperanzas.
Notable ejercicio teatral realizado con muy pocos elementos, con más buena voluntad que amplia experiencia escénica, y así y todo con resultado positivo. Ángel Caballero apuesta muy fuerte como autor, director e intérprete. Su mayor defensa reside en algo generalmente difícil de conseguir en un primer intento: una función coral equilibrada, ya que, siendo importante su personaje no asume todos los planos y deja que cada uno de sus compañeros desarrolle sus peculiaridades también en la interpretación.
En casi dos horas, su mayor mérito radica en articular un texto que divierte y encanta a las mujeres ante arquetipos masculinos que conocen muy bien, y divierten y emocionan a no pocos hombres que se identifican con el cuarteto. Cuatro tíos que necesitan rodaje para crecer con mayor seguridad y mayores ambiciones, pero que cuentan, como la propia obra, con armas suficientemente interesantes para seguir adelante y confiar en las risas del público y sobre todo “escuchar” sus silencios. Y disfrutar sus aplausos finales.
autoría y dirección Ángel Caballero