Se publica una nueva traducción de Concordia y discordia del género humano, de Juan Luis Vives
Ismael Sánchez.- Aunque la figura de Juan Luis Vives (Valencia, 6 de marzo de 1492-Brujas, 6 de mayo de 1540) ya forma parte del panteón de hombres ilustres de la cultura universal, no por ello deja de suscitar nuevo interés en forma de publicaciones, investigaciones y traducciones. Es el caso de la nueva versión de Concordia y discordia del género humano, que acaba de publicarse en la colección Humanitas coeditada por Thémata Editorial y Cypress Cultura y codirigida por José Luis Trullo y Jesús Cotta. La traducción ha corrido a cargo del eminente latinista Luis Frayle Delgado, quien anteriormente ya había vertido al español obras de Erasmo, Vitoria o Leibniz. Además, el volumen incluye una extensa introducción que analiza el contenido de la obra y la ubica en el contexto de su época, en pleno Renacimiento.
Frayle explica que «Juan Luis Vives no es un teólogo, sino un filósofo que profesa la Philosophia Christi y la difunde, como lo hacen los demás humanistas cristianos de su tiempo», defendiendo los valores de armonía, diálogo y amor en un momento en que las guerras estaban a la orden del día. Añade que «este libro tiene como eje central la sabiduría, correspondiente a la humanitas de los clásicos y a la paideia de los griegos, pero superadas por el saber y la experiencia de los siglos y, sobre todo, por la gracia del cristianismo; es, pues, una sabiduría cristiana, un saber para la vida, es decir, para bien vivir, en este caso una vida dignificada y vivificada por las enseñanzas evangélicas. Para Vives», continúa, «la sabiduría más que un conocimiento es un estado donde convergen todas las facultades del hombre en equilibrio y sosiego, y para los que la contemplan desde fuera es hermosura y felicidad».
Reproducimos a continuación unos breves pasajes de esta obra capital en la historia del pacificismo universal, a la cual es preciso volver en estos tiempos donde vuelven a tronar los cañones y las alertas de ataque antiaéreo en nuestro propio continente.
«Así como la paz, el amor y la concordia nos conservan a los humanos en la naturaleza, así la discordia y la disensión, no nos dejan ser hombres, nos obligan a degenerar de la prestancia de nuestro origen y nuestra estirpe y nos asimilan a las fieras, tanto más cuanto más nos acerca a aquellas criminales e impías mentes a las que llamamos vulgarmente, por su manera de obrar, diablos».
«Los placeres hacen perder el juicio a los hombres, sobre todo a los jóvenes, de tal modo que se vuelven ásperos e irritados con sus maestros, educadores y familiares, incluso con los padres, con las leyes, las autoridades, los magistrados, la patria, en una palabra, con todos los que mejor les aconsejan».
«Esta ambición de poseer nos endurece, nos vuelve intransigentes, ásperos, nos enfurece, nos priva de todos los sentimientos humanos y amables; todo lo perseguimos como si tuviéramos el mayor derecho, y contra todos; no solo no socorremos a los necesitados con la gran cantidad de riquezas acumuladas, sino que incluso despojamos a los desnudos».
«Somos duros en relación al dinero e inexorables con los hermanos, los familiares, con el mismo padre que nos engendró, con la misma madre que soportó tantas molestias durante nuestra gestación, tantos peligros al parirnos con esfuerzo; cuando para hacer el bien y la comunicación de cosas provechosas restringimos a estrechos términos nuestro cuidado y para hacer el mal lo extendemos muchísimo».
«Antiguamente para el griego las demás naciones eran bárbaras, es decir, semihumanas, y lo mismo hace hoy el itálico que comete injusticia contra la naturaleza al pensar que puso algunos límites a la difusión de todos sus bienes, bien sea de montes, de ríos o del mar, o que en realidad ha sido limitada la fuerza de Dios a unos lugares y no que dondequiera que los hombres aparecieran habría también aquellas cosas que el género humano recibió por la benignidad de Dios, no por el privilegio de los lugares».
«Hay una única razón de la virtud, pero las del vicio son innumerables; la naturaleza humana es única y simple, y si la seguimos, como dice Cicerón, nada hay tan semejante a sí mismo como lo que somos semejantes todos de todos. Pero tan pronto como nos separamos de la naturaleza, nadie queda semejante al otro, y ni siquiera a sí mismo; sorprendente es la variedad de razones, de caminos, de opiniones. Hay un solo modo de concordia, pero los modos de la discordia son infinitos, vastísimos, en diversas direcciones opuestas entre sí a todo lo largo y lo ancho».
«La guerra es más propia de las bestias que de los hombres, pues el hombre ha sido hecho y configurado por la naturaleza para la humanidad y la mansedumbre, las bestias, por el contrario, para la fiereza y los ataques del instinto».