Viajes y libros

‘Mi jardín y otras historias naturales’, de August Strindberg

Mi jardín y otras historias naturales

August Strindberg

Traducción de Natalia Zarco

Elba

Barcelona, 2023

110 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

Todas las cosas que existen podrán formar parte del viento o del amor por la literatura. Todo puede ir a componer ese mapa de los sentimientos que tanto confort genera. No somos capaces de todo, pero sí de todo lo importante, como es elegir el bien cuando constantemente se nos ofrece la posibilidad del mal. Si perdemos una pierna podemos elegir vivir sobre la que nos falta o vivir sobre la que tenemos. Nos construimos a pesar de lo que digan los agoreros, los cretinos, los esquizofrénicos. Siempre podemos elegir ser buena gente. El primer consejo es observar sin prisa nuestro entorno, a ser posible nuestro entorno natural, y si no está a nuestra disposición con facilidad, salir a buscarlo. Y entregarse al cariño, qué otra cosa puede provocar, que sentimos frente a los animales, las plantas, los paisajes y las puestas de sol.

Ese es el espíritu que llena estos textos de August Strindberg (Estocolmo, 1849 – 1912) en los que cesa su ímpetu intelectual para confesar que él también sabe dónde encontrar descanso. Si quieres ser feliz toda la vida, hazte jardinero, reza el final de un proverbio chino. Strindberg se entrega a este fin para acabar con el pesimismo contemporáneo, ese que desde que él lo describe hasta nuestros días ha ido perdiendo su matiz inocente. El ruiseñor, la pesca, la caza, las flores, la inteligencia animal y, por supuesto, su propio jardín, son los centros de interés alrededor de los cuales irá tejiendo unos textos que contiene dosis científicas, apuntes en ocasiones superados, pero que nos resultan muy gratos de conocer, pues nos descubren que la ciencia, entonces, tenía su fundamento en la observación. Para llegar a conclusiones se disponía de los sentidos humanos, no había resonancias ni vivisecciones, ni siquiera había nacido la etología. Además, uno no podía entender el comportamiento animal separado de las plantas.

Es cierto que se podría cuestionar el amor por cierto tipo de caza que expresa Strindberg, pues un amante de la naturaleza no debería ser tan poco consciente de la vida del animal; es cierto que le falta un poco de compasión. Pero también lo es que nos encontramos en otra época, en un momento y un lugar en que liquidar a un ciervo no suponía una catástrofe ecológica y hasta el cazador se integraba en el bosque. Eso nos lleva a una lectura en términos de melancolía, de lamentar los tiempos pasados, aquellos en que un tipo hacía una o dos cosas al día y se daba por satisfecho: un paseo, una conversación, una recolecta de frutos. A ese lamento contribuye el estilo sereno, pulcro, casi se atrevería uno a decir que sabio, con que se expresa nuestro autor.

Es probable que dentro de la obra de Strindberg se considere a estas piezas unos textos menores. Pero todavía no ha existido la corriente literaria que valore, por encima de todo, la inocencia. Y ya va siendo hora de ponerla en marcha.

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