“El paisaje es un animal solitario”, de Cristina Grisolía
UNA CIERTA ANIMALIDAD
Por Marina Tapia.
En El paisaje es un animal solitario, Cristina Grisolía hace una arriesgada apuesta y explora intensamente las sensaciones y el lenguaje. Editado con cuidada estética este 2023 por la editorial Animal sospechoso en su colección Mínima, el poemario abre a los que leemos un universo de transformación interna y sutil, ya que vamos sintiendo, a lo largo de sus páginas, una voz que nos empuja a explorar aquello más onírico, sensorial y simbólico de la existencia. Esta voz de una poeta consagrada y consolidada que, con gran destreza, va mostrándonos pequeñas grietas por donde puede pasar una desacostumbrada luz, donde puede nacer un enfoque más complejo y rico de la realidad.
Tal como señala Tania Pleitez Vela en su completísimo prólogo: “Porque si algo destaca en este libro es la reflexión contemplativa que planea sobre un espacio atravesado por un ‘tiempo-otro’ denso y vivido, hospitalario, pero también dolido. Ese dolor, no obstante, es raíz y nube, hoja y lluvia. Es la boca que succiona materia y la degusta. Una voz poética profundamente sabia, ecuánime, aguda y brillante, nos susurra que solo así es posible restaurar colores, afectos”.
La autora se maneja con gran soltura al establecer un equilibrio entre fuerzas opuestas. Hace una deliciosa contraposición entre la lucidez del pensar y la sensualidad del cuerpo.
Potentes imágenes nos deslumbran, no sólo por su viveza plástica, también por su carga semántica: “Cuando las estrellas no acaban de caer / o acaso mi vista no las alcanza, la pregunta / inevitable / sobre el deseo, sobre la infinitud del deseo me conmueve”. Deseo que se transforma en convicción, y que es capaz de encender luces en el espacio del poema.
Nos salen al encuentro personificaciones inusuales (“el tiempo eligió un lugar soleado, se hizo perezoso / egocéntrico”), relaciones −no lógicas ni matemáticas− entre los seres humanos y los mundos vegetal y animal (“la acechanza cautiva al cazador, el animal / le presta su olfato lo orienta en la brisa”); digo no lógicas, porque siempre hay cabida para una idea más ambigua y menos domesticada. Pero es quizá el ambiente lo que cobra mayor relevancia. Aquella presencia de un paisaje vivo e indómito, es lo que más protagonismo tiene a lo largo del libro. Sorpresa, imágenes superpuestas, apunte detallado que se cruza, meditación, van creando un estado de alerta, de vigilia. Lo incompleto, lo suavemente perfilado nos llevan a hilvanar una historia, a sentir con la mente.
El paisaje es un animal solitario, dividido en seis partes (cada una de ellas precedida por un poema en prosa), pide una escucha muy atenta, exige lectores dúctiles, que revisiten el texto con asombro y entrega para internarse en su espesura y saborear su núcleo conceptual.
Nos asaltan además originales hallazgos poéticos, fogonazos como: “vuelca la noche un contenido y resulta / innecesario recoger con palabras su materia”, “Si pudiera pintar solo la luz elegiría / tu garganta/ de hondo vino ámbar y una línea empujada / por el viento”, nos dice Cristina haciendo una tesis de aquello que persiste cuando algo invaluable −como la luz− desdibujan las formas.
La escritura y sus elementos están muy presentes a lo largo de todo el poemario, en especial en la parte final: “Es una rara anatomía, / no nos habían dibujado en los libros / esta desproporción”, “Fondo o final, en el tratado de las disyuntivas / geométricas / se encuentra la insignificancia lírica del quehacer cotidiano”, “letras sueltas como farolillos/ taponan las palabras / y nos deleita el silencio”. O en ese hermoso texto donde la voz poética se declara como un ser exterior: “Ya no edifican en esta intemperie las palabras”. Pero también cobra gran relevancia el mundo de lo audible, podríamos llamar “belleza sonora” a parte del conjunto. Y el olor, sentido olvidado tantas veces en poesía, aquí es atendido a través de versos tan intensos como este: “Aparto el costurero y levanto el hocico, el aire huele / a frutos fermentados. Me perturba / ese alcohol primitivo / que la tierra no absorbe”.
Transfiguración del yo, transmutaciones para perseguir lo que se amplía y se recoge en nosotros, los movimientos invisibles que hacemos en solitario. La belleza de la inexactitud del paisaje y de nuestro pensamiento, diálogos en clave con diversos pensadores y creadores del pasado, búsqueda de lo que perdura y de lo que cambia. Un libro de percepción y de exploración, escrito con lucidez. Textos para despertar los sentidos y lo inconsciente, para degustarlos con lentitud. Un poemario interesantísimo al que hay que acercarse.