‘El año del desierto’, de Pedro Mairal

El año del desierto

Pedro Mairal

Libros del Asteroide

Barcelona, 2023

365 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

Hay quien camina pegado a la tierra por el ombligo. Es una metáfora, pero no una expresión cualquiera: por el ombligo estuvimos unidos a nuestra madre dentro de su vientre, y perder ese lazo nos ha dejado desamparados en este valle de lágrimas. Si uno conservara siempre un vínculo umbilical con una madre que te protege, se sentiría seguro hasta la euforia y jamás sentiría la tentación de volverse loco. Asomarse al abismo de la locura es una constante cuando andamos tan desamparados, y la fascinación que produce se asemeja bastante al vértigo que se siente al mirar a un precipicio que va a dar a la más hermosa de las selvas. Puede suceder que tu entorno no te regale ese punto de belleza que sobrevive allí, al fondo, y entonces quedarás sujeto a los ataques de ansiedad constantes, como los que vive la protagonista de esta novela.

Hay una parte reconocible en ese entorno que no permite descanso, una semejanza brutal con un país atrapado en una dictadura genocida, sólo que, a diferencia de lo que sabemos de la historia, aquí no se nos regala ni el nombre ni el rostro del villano. Desconocemos quién es el poderoso que lleva al país a la ruina y a la crueldad, hasta el punto de que sentimos que la maldad es fruto de una inercia, que no existe un motor principal, sólo gestiones aisladas. Aunque todas ellas dedicadas a oprimir. En realidad, Pedro Mairal (Buenos Aires, 1970) construye una distopía que nos incomoda, porque no se trata de una proyección de futuro, sino de una expresión de pasado. Esto no está sucediendo, esto ha sucedido, se nos indica, y somos la fruta que cayó de aquel árbol. Leemos los sucesos consecutivos de esta narración sintiendo que la pesadilla está tejida con demasiada realidad. A la que Mairal añade una redacción al galope, con frases cortas que mantienen la actividad constante, pues en cada una de ellas está sucediendo algo y no conviene perderse ninguno de los efectos, dado que perderíamos pie y nos quedaríamos colgando del relato, sujetos sólo por el ambiente tóxico.

—No se puede leer en la fila, señorita.

—¿Por qué? —le pregunté, y un tipo que estaba más atrás, con la aprobación de todos, dijo:

—No se puede leer, querida, si estás esperando estás esperando.

En la retaguardia de la lectura, para asumir que debe existir algún atisbo de esperanza o alegría aguardando a nuestra protagonista, echada al abismo de la calle y sujeta a los vaivenes de la selva oprimida, está la asociación de la estructura de la novela, que nos remite a Tom Jones o a Moll Flanders. Gente echada a andar y que es capaz de sobrevivirse a sí misma, de superarse a pesar de la falta de afectos y contra la ansiedad de grupo. Falta, eso sí, alguno de los toques de humor que abundan en Tom Jones y apenas asoman en Moll Flanders. Pero es un estupendo tributo a estas obras, una actualización imprescindible, porque el mundo en el que vive o ha vivido, o ha vivido de prestado Pedro Mairal, también necesita crear sus leyendas.

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