La intimidad inteligente
Ricardo Álamo.- A menudo descreído, hosco y tierno a la vez, con muestras de cierto cinismo frente al pensamiento único, humorista trágico y apático, desesperanzado y desganado, irónico y mordaz con su propia figura pero sobre todo con la de quienes tontamente van por el mundo de figurones… Quienquiera que conozca más o menos a fondo a Miguel Pardeza (La Palma del Condado, 1965) no podría estar más de acuerdo con esta somera descripción que de él hace Carlos Marzal en el prólogo de La cola del cometa, primer libro de aforismos del escritor onubense, quien, hasta el momento, sólo había dado a la imprenta la imponente obra periodística de César González-Ruano, así como dos novelas, ambas de marcado carácter autobiográfico, Torneo y Angelópolis. Ni que decir tiene que en una y otra novelas ya aparecía esbozado un dibujo de sí mismo que en líneas generales no se diferencia mucho del que ahora acaba de trazar en su nuevo libro, dándose así la circunstancia de que podría decirse que en los tres libros hay algo así como «una suerte de unidad o coherencia de pensamiento» en la que el personaje literario que habla, reflexiona o dialoga se nos presenta no tanto como un ser monolítico, unidireccional o radicalizado que como un personaje de ideas tornadizas, versátiles e inestables, alejadas por tanto de cualquier posición dogmática o de cualquier forma de pensamiento (y de sentimiento) fija e inalterable.
Plenamente consciente de esa versatilidad reflexiva o de ese irrefragable inconformismo —que en el fondo no es otra cosa que un profundo descreimiento de cuantos sistemas filosóficos, religiosos, políticos o de cualquier otra índole se nos quieren infundir como auténticas panaceas remediadoras de todos los males de nuestro mundo—, acaso se entienda mejor que al propio Pardeza no le cueste nada admitir que hasta cuando más conforme le parece que está consigo mismo más ganas le dan de ser otro. Un «otro» que, dado su acusado escepticismo por casi todo, no es de extrañar que en muchas ocasiones se exprese contra algo: contra los idiotas, contra ciertos perversos políticos (y su lenguaje), contra los malos escritores, contra los salvapatrias, contra las memeces de nuestro tiempo y, por supuesto y no en menor medida, también contra sí mismo. Sobre este singular modo de pensar a la contra, probablemente al lector y a la lectora le llamarán poderosamente la atención que una parte considerable de los aforismos de Miguel Pardeza tengan como destinatarios las nefastas políticas de los políticos, amén de sus casi siempre resbaladizas y falaces ideologías.
Yo tengo para mí que su recurrencia a impugnar la mala gestión de aquello que más nos debería de incumbir a todos, eso que los griegos de la época clásica (Sócrates, Platón y Aristóteles, entre otros) tenían por lo más importante (la justicia y la polis), ni es fruto de un mero afán de epatar haciendo frases redondas ni tampoco de un encubierto deseo de ganarse la aquiescencia de aquellos que pudieran pensar como él, sino más bien de un compromiso moral consigo mismo a la hora de denunciar las tropelías y las arbitrariedades de quienes cínicamente las cometen refugiándose en la coartada de una gran causa o de una idea sacrosanta, sea ésta unas veces dios, otras la nación, y otras más la pobreza, la depauperación del planeta o la salvación de la humanidad. Como muestra de esto que digo, aquí van algunos ejemplos:
«Cuando veo a un político perorar ante las masas enfervorecidas me pregunto si el lenguaje es el rasgo verdaderamente diferencial del ser humano».
«Más que la gestión de expectativas, la política es la manipulación de la esperanza».
«Lo malo de la política actual no es que haya confundido la gestión pública con un circo, sino que participa en él con el único objetivo de hacerse merecedor de todas las portadas».
«La política biempensante desea hacernos tan buenos que un día nos levantaremos y no sabremos quiénes somos».
«Se habla mucho de que la lógica populista consiste en proponer soluciones simples a problemas complejos, pero no tanto de que, como reverso de esa lógica, también acostumbra buscar soluciones complejas a problemas simples».
Repárese en que todas estas insistentes y categóricas reprobaciones a quienes se encargan con más maquiavelismo que deber cívico de manejar los frágiles hilos de la cosa pública, brotan no tanto de un sentimiento de indignación como de un pensamiento sagaz sostenido en último término por una lógica que, como apunté más arriba, es deudora de una particular manera de estar en el mundo, a saber: la de ir a la contra. Tal cosa explicaría entonces que precisamente una de las frases favoritas de Pardeza sea «no estoy de acuerdo», y que su voz más propia, la que le da originalidad a sus aforismos, no condescienda tanto con la especulación filosófica como con la gracia de darle forma a unas ideas que sin duda podrían ser de todos nosotros pero que únicamente él ha tenido el acierto de singularizar. Esta singularidad, además, queda realzada por el hecho de que la mayoría de sus aforismos no son puros excursos teóricos de una (llamémosla así) «personalidad impersonal». Más bien son todo lo contrario, pues una y otra vez, aforismo tras aforismo, se percibe que el autor no tiene la oscura pretensión de esconderse detrás de una máscara. De ahí que sea toda una declaración de principios el aforismo con el que se cierra el libro, en el que literalmente dice que «no hay libro por muy mentiroso, fantástico o hermético que sea que esconda del todo al autor», cosa que combina perfectamente con otro aforismo en el que afirma que «todo lo que no es autobiografía también es autobiografía». En su caso, claro está, esos aspectos autobiográficos son ampliamente conocidos, notorios y notables, pero tal vez por eso mismo, por llevar arrastrando el peso de una existencia que prácticamente desde que era niño ha estado tan públicamente expuesta al examen de los demás (especialmente de los medios de comunicación de masas), ahora ya, a las puertas de la dorada edad, pueda entenderse que Pardeza tenga la sabia aspiración de conseguir, por fin, el anonimato y no ser nadie, o incluso que, a medias entre irónico y liviano, no haya día que no se quiera un poco menos.
No quiero terminar esta reseña sin recordar que, como dice Carlos Marzal a propósito de cualquier libro de aforismos pero especialmente de éste, entrar en uno de ellos es como buscar una intimidad inteligente que sepa transmitir la imagen de un carácter construido gracias al sabio manejo de las palabras. Sin duda, en su larga aventura por el mundo, la intimidad inteligente de Miguel Pardeza no defraudará a nadie.
Miguel Pardeza, La cola del cometa. Editorial Renacimiento, Sevilla, 2023.