«La cinta amarilla», de Fernando Vallejo
LA PALABRA DENTRO DE LAS COSAS.
Por María José Muñoz Spínola.
“No sabiendo qué es la vida religiosa, (…) ajenos a la solemnidad de los mundos, indiferentes a lo divino y despreciadores de lo humano, (…) en un epicureísmo sutil, como conviene a nuestros nervios” (1), Fernando Vallejo Ágreda (Zaragoza, 1966), sacerdote y poeta, a través de las sombras de Alberto Caeiro, Ricardo Reis y Álvaro de Campos y con ellos, inevitablemente, Bernardo Soares y Fernando Pessoa, establece en La cinta amarilla (Ed. Los libros del Mississippi, 2023) un diálogo con Ignacio, Leonora, Eleonora, Sibila o Unicornio azul, porque un pessoano —como nos ilustra el magnífico Federico Contín en la cubierta del libro— sabe que el otro es un caballo azul que, unicornio en el universo ancestral de Vallejo —re’em en el Antiguo Testamento—, es símbolo de pureza y esperanza. Su visión anuncia la llegada del indomable al que debemos proteger: el otro, que, de belleza inigualable, es un sabio con poder curativo para el Yo moderno. Olvidado en nuestro mundo actual su cuerno solo es reflejo de ideales y sueños, dialoga el autor consigo mismo y con la vida: «El surrealismo tántrico / es una manera actual / de cambiar la vida de los unicornios».
“Nadie comprende al otro. Somos, como dijo el poeta, islas en el mar de la vida; entre nosotros corre el mar que nos define y separa. Por más que un alma se esfuerce por saber lo que es otra alma, no sabrá más que lo que le diga una palabra —sombra disforme en el suelo de su entendimiento” (2). Con “El comienzo”, Vallejo Ágreda, “Dibujando horóscopos” en un cielo no falto de estrellas por adivinar, buscará el «mar océano» con su «adorado Álvaro» de Campos, “un Whitman con un poeta griego dentro” (3) con el que comparte la preocupación por la renovación del lenguaje poético con un discurso lógico del que, sin embargo, el autor se aleja al encarnar en sus versos el «verbo de la espuma», ajena al marino, con la rigurosidad gramatical de Pessoa o de Reis para observar la degradación de la condición humana y rebelarse contra la conciencia individual, la alienación o el poder. “Hay tantas vidas”. El autor, al establecer una conversación con toda la heteronimia de desconocidos que nos habitan, los otros, construye y deconstruye el mundo cada amanecer en «aquel asombro primero / de cuando comenzaba la vida» y reúne en su obra la fragmentación de múltiples voces y nombres para darnos su propia cosmovisión del mundo:
Mi querido Heterónimo,
recuerdo cuando los dioses
transformaban a los hombres
sin matar su conciencia.
Base de todo arte como predica el Sensacionismo en su interlocución recoge las sensaciones y cuando estas confluyen con las percepciones en la simultaneidad mental de la imagen objetiva y subjetiva comulga con el Interseccionisno y, aunque lejos de mostrar su tedio y pesimismo Paulista, versa lo decadente y denuncia la confusión entre lo objetivo y lo subjetivo cuando la asociación de ideas es inconexa. Frente a un Yo, solitario, incapacitado para el amor y para el verdadero afecto que expresa su propia incertidumbre asomado a una ventana interior, nuestro poeta habilita la realidad en su diálogo para mostrarnos que cada hombre es responsable, y en consecuencia, dueño de su visión que, comprometida con su mirada, lo hará presa de su individualidad: “Soy del tamaño de lo que veo y no del tamaño de mi estatura”, rememora en eco entre sus versos al ortónimo con el fin de no «morir a la promesa de tu mirada».
Tiempo («la eternidad es una constante»), silencio, («me preocupa tu silencio mortal y rosa»), muerte y olvido, («escribir tu nombre con tinta roja»). Vallejo con una inteligente vanguardia periférica del lenguaje, al establecer un juego reflejo de sombras pessoanas reflexiona sobre la vida, que guardada por las horas se multiplica cuando uno se rodea de conciencias mientras “la muerte nos guía, nos busca y nos acompaña” (4), pues del paso del tiempo «lo peor / es cuando el silencio / se hace gris». “¿Cómo he de intentar servir a mi patria o ensanchar la cultura humana, o perfeccionar la humanidad?” (5) Como Fernando yo tampoco puedo estar segura de “los procesos ni de la verificación de los fines” (5), pero sé que «después de haber quemado todas las noches» La cinta amarilla del sol nos abre el día a la luz de la esperanza de una nueva vida para desafiar a lo que sucede en los centros de poder político y cultural. También para aceptar que «la dura lección de la muerte» es entender que “La muerte es el triunfo de la vida” (4) y nuestro tiempo es un espacio sin resolver que solo la luz interior de nuestras palabras definirá: «La vida / es un poema que se abre y se cierra / todos los días».
Leer a Fernando Vallejo es tener la certeza, como escribió Alvaro de Campos en “A Capital”, de que “la Divina Providencia se vale hasta de los tranvías para sus altas enseñanzas”, pues como prologa el profesor de economía y escritor Justo Sotelo, las cosas no solo “son”, sino que tienen “origen” y “trascendencia”, y la cinta amarilla es aquella que, anudada al árbol que aún habita en las hojas escritas de un cuaderno, aguardó el reencuentro con José Manuel Iserte Navarro, sacerdote diocesiano y persona amada ausente a quien Fernando Vallejo Ágreda dedica, in memoriam, un libro lleno de la sabiduría y la belleza que mora en la palabra dentro de las cosas.
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(1) Fernando Pessoa (Bernardo Soares). El libro del desasosiego. [1]
(2) Fernando Pessoa (Bernardo Soares). El libro del desasosiego. [430]
(3) Fernando Pessoa. Antología de Álvaro de Campos (p.19)
(4) Fernando Pessoa (Bernardo Soares). El libro del desasosiego. [85]
(5) Fernando Pessoa (Bernardo Soares). El libro del desasosiego. [312]
Ediciones empleadas:
– Libro del desasosiego. Alianza editorial, 2016. Traducción de Manuel Moya.
– Antología de Álvaro de Campos. Alianza editorial, 2020. Selección de José Antonio Llardent.