Todo a la vez en todas partes (2022), de Dan Kwan y Daniel Scheinert (Daniels) – Crítica
Por Alejandro Peña.
Son realmente extraordinarias las ocasiones en las que una película es capaz de ganarse no sólo la aprobación, sino la veneración de la crítica y el público a partes iguales. Una explicación razonable para este fenómeno podría ser, por un lado, la tendencia a la experimentación de los cineastas de vanguardia, bien considerados por los “expertos en la materia”, pero aburridos o complicados para el público general; y por otro lado, la vacuidad del cine comercial, que es capaz de atrapar al público con una serie de fórmulas narrativas, pero que casi siempre carece de interés en su forma y contenido.
Todo a la vez en todas partes (2022) es una de las películas del año, en primer lugar, por haberse convertido en la más premiada de la historia, incluyendo bajo su palmarés siete estatuillas en los Premios Oscar. Pero, mucho más allá de cosechar premios y medallas, el filme de Dan Kwan y Daniel Scheinert supone una transgresión que rompe con la línea entre el “cine de autor” y el “cine comercial”.
Porque no (y esto hay que decirlo): ni el cine con pretensiones de convertirse en una obra de arte tiene por qué ser un tostón inentendible, ni las convenciones establecidas por los géneros cinematográficos deberían reducirse a una serie de fórmulas predefinidas que repetir en bucle con la única intención de obtener beneficios económicos. Y esta película, definitivamente, lo demuestra.
Evelyn (Michelle Yeoh), una mujer inmigrante de origen chino, está cansada de cargar con todo el trabajo que conlleva una lavandería de barrio en decadencia; está cansada de Waymond (Jonathan Ke Quan), su marido, por ser básicamente un inútil; está cansada de su padre (James Hong), un anciano conservador; y, sobre todo, está cansada de intentar, por todos los medios, mantener la relación con su hija Joy (Stephanie Hsu), que parece vivir en un mundo distinto al suyo. Un día, tras recibir serias amenazas de embargo a causa de unos incidentes fiscales, descubre que los multiversos no solo son reales, sino infinitos, y que sólo ella puede salvar al mundo de un colapso inminente.
El planteamiento, a priori, parece presentar una película más de superhéroes, una nueva superproducción del género que ha dominado la taquilla durante las últimas décadas. Y nada más lejos. Para empezar, ni siquiera es una superproducción: su presupuesto fue de 25 millones de dólares, una cifra considerablemente baja en la industria estadounidense. Y para continuar, con el transcurso del filme, nos damos cuenta de que esa estructura clásica, ese “Viaje del Héroe” presente en toda película de acción contemporánea (con buenos y malos, aprendices y mentores, pruebas y desafíos…), no es el fin, sino el medio para llegar a algo mucho más profundo.
A través de un montaje frenético, magistral, el espectador se ve sumergido en un río de emociones que fluyen sin descanso entre el humor absurdo y la realidad cotidiana, entre universos compuestos por gente con salchichas en los dedos y corrientes filosóficas de gran importancia en el mundo actual, entre complejas propuestas teóricas sobre física cuántica y bromas hilarantes con referencias a la cultura popular, los superhéroes y las películas de Disney. Y todo ello durante 139 minutos de película que rompen con cualquier previsibilidad en el horizonte de expectativas del público, y que mantienen un ritmo delirante y alocado, pero divertidísimo y enormemente disfrutable.
El trasfondo temático de la película se centra en las infinitas posibilidades derivadas de la capacidad humana para tomar decisiones. Sin embargo, según conjeturas relacionadas con algunas de las investigaciones científicas más importantes del siglo pasado en el campo de la física (Bohr, Heisenberg, Schrödinger…), en un Universo cuántico con infinitas ramificaciones, cualquier decisión carece de importancia, pues todas las posibilidades suceden a la vez en diferentes planos de la realidad (de ahí el título). Eso no sólo significa que la vida, en último término, resulta ser una suerte de combinación aleatoria de acontecimientos que han terminado desembocando en nuestra situación actual; sino que, en el fondo, todo cuanto suceda es irrelevante.
Al margen de las interminables horas de debate acerca de la interpretación de las teorías cuánticas, el filme utiliza estas circunstancias vitales, este marco teórico, confuso e inconcebible, que describe a la perfección el intrincado mundo que nos rodea, para enfocar sus reflexiones hacia la comprensión de la otredad (la identidad de nuestros semejantes), y hacia el sentido de vivir en la incertidumbre, en el infinito ciclo de no tener ni idea de lo que estás haciendo ni de por qué lo haces.
Evelyn, dentro de su obstinación por el pragmatismo, por el trabajo, que la convierte en una máquina de “hacer las cosas como se tienen que hacer”, ha terminado encerrándose en sí misma, ignorando por qué tanto ella como los demás hacen las cosas que hacen. Waymond, su marido, mantiene un positivismo aparentemente ingenuo que le pone de los nervios, pero que no se ha esforzado en comprender, por considerar como unívoca su propia interpretación de los hechos, que ni siquiera sabe cuál es. Continuamente es abatida por los remordimientos, por no haber tomado una decisión diferente, por no saber lo que hubiera pasado si las cosas fueran distintas. Sólo un viaje a través de los infinitos Universos que pueblan la realidad conocida le otorgará la capacidad de empatizar, de abrir su mente para conocer otras formas de ver el mundo y, lo más importante, para ser capaz de entender a Joy, su hija.
Joy vive una realidad convulsa que la empuja al desarraigo de todas las maneras posibles: es mujer en un mundo machista, inmigrante en un país xenófobo, de clase baja en un capitalismo salvaje y homosexual en una familia conservadora. Al igual que su madre, ha terminado encerrándose en sí misma, en un nihilismo destructivo que se convierte en la gran jaula emocional alrededor de la cual gira toda la película. Su redención, su propia libertad, pasa por abrir la mente hacia la posibilidad de que esa incertidumbre, esa irrelevancia de todo cuanto sucede, le concede la oportunidad de ser lo que le plazca, de elegir la vida que quiere llevar para sentirse ella misma, para alcanzar un estado lo más parecido posible a la felicidad verdadera. Porque si todo cuanto hacemos da igual, si vamos a terminar muriendo algún día, entonces no existe motivo alguno para no ser lo que somos.
Para terminar de acotar, Todo a la vez en todas partes es una creación cinematográfica espectacular, divertida y delirante, con una carga filosófica que conecta con las preocupaciones más profundas del estilo de vida contemporáneo. Es una obra maestra del montaje y un ejemplo de cómo hacer cine sin un presupuesto disparatado de cientos de miles de dólares. Es una creación inteligente que se vale de complejas teorías científicas para construir una serie de hilos narrativos interconectados entre sí, pero que resulta extremadamente fácil de ver por su tendencia a la comedia y el humor absurdo. Es, en definitiva, una obra de arte que se acerca a los planteamientos de La insoportable levedad del ser (Milan Kundera, 1984) o Solenoide (Mircea Cărtărescu, 2015) a través de la estética de los superhéroes y las películas de acción, sabiendo conectar con el público sin caer en el puro entretenimiento comercial y ofreciendo una muestra magnífica de creatividad e imaginación desatadas. Es todo eso a la vez y, por suerte para los espectadores, lo es en todas partes.