‘Traedme a la rusa’, de Alberto Pasamontes
JOSÉ LUIS MUÑOZ.
Una vuelta de tuerca la que hace Alberto Pasamontes (Madrid, 1960) en su última novela publicada con Cosecha Negra, editorial andaluza tan joven como pujante que está publicando títulos muy interesantes. El ganador del prestigioso premio Francisco García Pavón de Narrativa policíaca en 2015 cambia de registro en Traedme a la Rusa, (que en realidad es georgiana, perdonen el spoiler). En su cuarta novela, tras Entre la lluvia, La muerte invisible y Ángel rojo, el escritor madrileño prescinde de los inspectores Goyo Barral y Carmen Alonso, los policías protagonistas de dos de sus novelas, para explorar terrenos más pantanosos y escurridizos y experimentar con personajes nuevos para huir del riesgo de encasillamiento.
La novela sigue las andanzas de Svetlana, que se gana la vida como puede en un pueblo del interior de España y tiene una vida estable con un buen trabajo, amigas y casa. Pero su suerte cambia a peor cuando se cruza en su camino Carlos, un atractivo vividor adinerado cuya relación la aboca a sumergirse en el lado más siniestro de la sociedad: No, aún no estás a salvo. La certeza te golpea con la misma fuerza con que Carlos lo ha hecho hace solo unos minutos. Te derrumbas en el suelo de baldosas grises del aseo y las ganas de llorar te invaden de nuevo, pero tragas saliva y logras controlar el impulso.
Puede que uno de los aspectos más atractivos de Traedme a la Rusa, aparte de una trama bien llevada, sea la arriesgada apuesta de Alberto Pasamontes de utilizar la segunda persona precisamente en todo lo referente al personaje de Svetlana, no en el resto de la narración, una técnica narrativa que implica que el lector asuma la personalidad de la protagonista como sucede en este párrafo erótico: No puedes esperar más. Le muerdes la lengua y el gime de dolor, separa la cara de la tuya y se toca la boca para comprobar que le has hecho sangre. Tus pezones están tan duros que duelen y te quitas los leggings con gesto desesperado y ansioso. Las costuras se rompen una tras otra, pero no te importa. Olvidándote de la gomita, te cuelgas de su cuello, atrapas sus caderas entre tus piernas y dejas que penetre en tu interior.
La última novela del autor de La muerte invisible bucea en los bajos fondos de la sociedad y lo hace con eficacia, con precisas descripciones como en esta de un prostíbulo y sus pupilas: Yasmina es la más guapa de las chicas del Gordo Jacinto. Una iraquí de piel sedosa, ojos grandes y melena brillante del color del oro negro que brota de su tierra, cadera dulce como los dátiles y andar sensual.
Ambientes duros en los que imperan los matones de aspecto inquietante dibujados con maestría literaria: Un tipo de cuerpo macizo embutido en una camisa negra con un gran logo dorado de Dolce & Gabbana, ojos como guisantes sobre la nariz chata conectada con su boca recta y grande por una cicatriz rojiza y grimosos extensores en las orejas por los que cabe un dedo.
Y, como en toda novela negra que se precie, el recurso a la violencia asoma, al que hace referencia Alberto Pasamontes en este conciso e impecable diálogo interior de la protagonista: Matar o ser matada. La elección parece sencilla. Pero no lo es. No lo es en absoluto. Para empezar, nunca has disparado una pistola. Ni siquiera habías sujetado una hasta hace un minuto. Pesa más de lo que te imaginabas. Está fría. Y tiembla, tiembla entre tus dedos. Solo hay que apretar el gatillo.
Novela de supervivencia esta que gira en torno a un personaje femenino fuerte, Svetlana, en una trama realista y creíble y escrita con el oficio de un escritor que ya lo lleva acreditando desde su primera novela, Traedme a la Rusa es, también, una novela que se puede adscribir en el rural noir porque se desarrolla fuera del ambiente urbano / Te despides de ese pueblo miserable y podrido mirando por la ventana mientras esperas que el vehículo arranque y te aleje por fin de él /, en una de esas pequeñas poblaciones de la España vaciada que dan para muchas historias negras.