«Versos Sinversos», de Andrés Amat
LOS SOLES NUEVOS.
Por Salomé Chulvi.
Nada es lo que parece en el poemario Versos Sinversos publicado por la Editorial Cuadranta. Comenzando por el autor, Andrés Amat, cuyo aspecto de caballero correctísimo no haría presagiar la frescura irreverente de sus letras. Y avanzando por el título, Versos Sinversos, que remite a un círculo imposible del lenguaje, en el terreno fronterizo que es la experiencia humana. Tomo la portada, donde se intuyen las ondas acuosas de un lago y su reflejo. ¿Cómo iban a escribirse unos versos sin versos? Sería tan absurdo como amor sin amor, agua sin agua, o vida sin vida. No obstante, de ese espejo insondable escribe el poeta.
Amat aborda con madurez las cuestiones universales sin respuesta, el camino inverso que realizamos de regreso a lo oculto, a lo desconocido, a lo que sea que fuere que es Dios, a lo que espera tras la muerte de eso que creemos ser a este lado del sueño.
El cuerpo de la obra se presenta precedido de una única cita cervantina y no responde a una estructura en partes, sino a una lluvia suave y continua de textos parapoéticos que calan de ironía y escepticismo una mirada agnóstica de sabio ermitaño. Cólera, decepción, futilidad del tiempo, tristeza, resignada espera o imaginarias tentativas suicidas. Una cosmovisión pesimista de un mundo de Caín contra Caín, donde todo se compra y el más fuerte se impone. Perspectiva en la que, sin embargo, el autor no puede engañarse a sí mismo a la luz de su «Introspección»: «Puedes contemplar el sol cuando bosteza ya sea en el amanecer o en el ocaso, pero no puedes enfrentar durante el día su mirada ardiente y despiadada, su mirada radiante y viva».
En algunos sinversos Amat parece maldecir cada tema que aborda: la soledad, la vejez, el tiempo, el hastío, la eternidad. Así, nos confía en «Duermevela»: «A veces me sorprendo recordando mi muerte como si ya la hubiera vivido. Entonces maldigo al pensamiento, maldigo a la memoria, maldigo al tiempo». Con acritud confiesa su derrota y trata de prevenir al lector como leemos en «Penélope»: «Ojalá pudieras destejer durante la noche el vasto sudario de errores que tan laboriosamente vas tejiendo durante el día».
Pero, insisto, en este libro nada es lo que parece. Y el descorazonado autor encuentra en la amargura un recuerdo feliz, de los días en los que el amor fue suficiente prueba de luz, y sin saberlo se vuelve farero, pues nos guía al reencuentro con gigantes como Samuel Taylor Coleridge quien escribiese: «Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano… ¿entonces, qué?».
Es este, sin duda, un libro que despierta del letargo de los días rutinarios y produce un efecto visionario como La balada del viejo marinero del poeta romántico inglés. El lector de este poemario se sentirá arrojado al mismo abismo que Amat a menos que recuerde sus propias pruebas del paraíso y entienda como dijo Coleridge que «Hay una mente, una mente onmipresente y omnifica. Su nombre singular es el Amor».
Más allá del aparente transeúnte en día gris que finge ser en sus líneas, Andrés Amat nos entrega un poemario que brilla por su humor y original ingenio. Así en Anfisbena, aludiendo a la criatura mitológica con dos extremos acabados cada uno en una cabeza de serpiente, recrea un juego lingüístico que se lee en dos direcciones. «Luz azul. Habla la luz al alba. ¡Alba, habla!…» y nos roba una sonrisa en textos como «Contumacia». «Escribirás diez veces: no abusaré de la anáfora. Escribirás cien veces: no abusaré de la anáfora. Escribirás mil veces: no abusaré de la anáfora (…) Y seguirás abusando de la anáfora».
He escogido algunos ejemplos, unos sorbos apenas; sin embargo el escrito se viste con profusión de evocaciones intertextuales, alusiones a filósofos clásicos, seres mitológicos, recursos poéticos y profundas reflexiones servidas a modo de quiebre.
Perdida en este laberinto de espejos decido que vuelvo al origen ¿y quién no?, en el título como en nuestros nombres están siempre todas las claves. Sin es con, sin es con, eso me digo, que en griego es con, como en simpatía, sinfonía y sincronía. Si creo en este prefijo griego esta es la obra de un con-verso. Ahí radica mi intento esperanzado de salvar a este autor de su tristeza agnóstica. Hace falta creer en algo, en algo. ¿En qué? En su rebeldía al transitar caminos excéntricos, caminos imposibles, creo que ese es el lenguaje que susurra en «Océanos»: «Que la caracola pudiera sentir resonar mi oceánica voz interior». Es este el lenguaje honesto de la duda, pues quien suelta la certeza puede crear neologismos bellísimos como «Novihelio»: «¿Qué pensaríamos si de repente también hubiera unos días de sol nuevo en los que el Sol desapareciese?».
¿Qué pensaríamos? Mientras escribo esta reseña yo pienso en La balada de un viejo marinero de Coleridge, llamado el marinero de ojos brillantes. Caigo en la cuenta de algunas casualidades que en estos días me persiguen como palabras y me miran con esos ojos intensos de los vivos: su empeño en apasionarme. Pienso que quizás en su reflejo mis ojos también brillan y no me acostumbro a que el Sol desaparezca, ni siquiera en novihelio. Los grandes soles son eternos como ese otro sabio capitán. Para concluir esta reseña imagino a Amat publicando las obras inéditas que reconoce haber escrito, le veo imbuido del espíritu vitalista de Walt Whitman mientras le adapto como única contestación (y me aferro a ella) una de las mejores estrofas de la poesía universal:
La pregunta: ¡Oh, mi yo!, la pregunta triste que vuelve −¿qué de bueno hay en medio de estas cosas, oh, mi yo, oh, vida?−
Respuesta: Que estás aquí, que existe la vida y la identidad, que prosigue el poderoso drama, y que puedes contribuir con un (sin)verso.
Versos Sinversos
Andrés Amat
Ed. Cuadranta
2023
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