Crítica de «Los Fabelman», de Steven Spielberg
Por Gerardo Gonzalo.
Steven Spielberg acaba de estrenar Los Fabelman, film con vocación de autobiografía del propio director, en el que recrea su infancia y juventud, entre sus recuerdos familiares y el descubrimiento de su pasión por el cine.
Hablar de Steven Spielberg, es hablar de un mito en vida y en activo fundamental de la historia del cine. El director norteamericano ha forjado buena parte de la memoria sentimental de varias generaciones, que han crecido y evolucionado con sus películas. Rememorando el título del libro autobiográfico de Frank Capra, El nombre delante del título (1971), Spielberg es junto a Hitchcock (y en parte el propio Capra) el director de cine que más ha hecho valer su nombre como reclamo para que la gente fuera al cine. Por delante de actores, actrices, estrellas, temáticas o marketing, su sello de autoría lleva décadas arrastrándonos a todo tipo de espectadores a ver sus obras. En su caso, desde los más sesudos cinéfilos, hasta el público más palomitero.
Esta comunión entre Spielberg y el espectador, creo que se ha visto sustentada en dos aspectos fundamentales, añadidos a esa base que es su portentosa habilidad en la forma de rodar. Esos dos aspectos son las dos emociones, cuyos secretos Spielberg atesora como nadie. La emoción de la intriga, lo que está por venir, la acción trepidante, el relato que engancha al espectador y que le atornilla a la butaca. Pero por otro lado también el manejo de la emoción entendida como ese momento de nudo en la garganta o lágrimas que afloran ante la hondura de una historia.
De ahí, que el que este autor, que tanto nos ha dado y acompañado, afronte su proyecto más personal y nos hable en primera persona de su infancia, su familia, el inicio de su vocación en el cine, su adolescencia, sus sueños,… es decir, la vida de Spielberg antes de ser Spielberg, no puede más que generar unas expectativas mayúsculas. El espectador va a ver como este genio se nos muestra, por primera y posiblemente única vez, como protagonista no solo detrás de la cámara, sino delante de la misma en forma de personaje.
Una vez vista la película, de la que esperas un relato emocionante, iniciático, con expectativas llenas de magia y emotividad, lo que realmente me he encontrado es un film correcto, con mucho oficio, pero que en ningún momento prende la mecha en unos espectadores que asistimos a la paradoja de que la película más personal del autor, es la menos reconocible y la más alejada de sus habituales virtudes. Una película que podría haber sido rodada por un solvente director, ni siquiera necesariamente norteamericano, que veríamos con relativo agrado al moverse en un nivel de calidad superior a la media del cine actual, pero que está muy alejada de las expectativas que genera cualquier cinta de Spielberg.
Spielberg ha pretendido desnudar sus sentimientos, pero el desgarro y la emoción que debería transmitirnos, se ha convertido en un interesante ejercicio de corrección y oficio funcionarial, con poca alma, en una película en la que ya resulta significativo que ni la música de John Williams nos sea reconocible.
Estamos ante el relato de un chico, que va de la infancia a la adolescencia, en el seno de una familia con algunos retazos peculiares, bien ambientada, correctamente interpretada por todos los actores, pero que cuando pretende transitar por espacios íntimos y lugares secretos, no nos conecta con la magia de sus intenciones. Así, acaba resultando más descriptiva que emocional y más narrativa que apasionada. Lo que emerge al final es un relato lineal, que a veces recurre a lugares comunes, con una historia que en momentos podría estremecer, pero que no lo hace. Las ideas, los hechos, están ahí, pero no conectamos con ellos tanto como debería. Un film que ciertamente se deja ver, con un nivel medio notable, pero sin ningúna oscilación, ni pico de emoción que eleve el interés a emoción. Todo bien, nada formidable, todo correcto, nada especial, todo interesante, nada apasionante.
Llevamos unos años en que grandes autores parecen haber decidido, casi al mismo tiempo, mostrarnos su vida, su infancia o sus inicios en la pasión por el cine. Lo han hecho James Gray o Iñarritu con Armageddon Time y Bardo en 2022 o Kenneth Branagh y Paolo Sorrentino con Belfast y Fue la mano de Dios ambas de 2021, con desiguales resultados El propio Almodóvar ha hurgado en su pasado en algunas de sus últimas películas, como también lo hicieron mucho antes maestros del cine de autor como Ingmar Bergman o Federico Fellini. Spielberg tampoco se ha sustraído a esta corriente, pero en este caso, el autor que nos ha acompañado a varias generaciones a lo largo de nuestra vida, no ha sido capaz de transmitir, con la suya propia, la emoción que tanto ha dominado a lo largo de los años. A veces las mejores y más íntimas intenciones, no llevan a los mejores resultados.