«Servido en frío», de Manuel Francisco Reina
MONSTRUOS DEL CORAZÓN.
Por Marina Casado.
“No nos dejan hablar de la venganza”, afirma con rotundidad Manuel Francisco Reina en su último poemario, Servido en frío (Visor, 2022), que ha sido merecedor del XXXII Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma. La venganza, como ese “tabú”, ese “fiero sentimiento, salvaje y animal como nosotros”, está presente en el libro y se adivina ya desde el título, que alude al famoso refrán “La venganza es un plato que se sirve frío”. Una realidad plagada de connotaciones negativas y que, sin embargo, ha invadido la literatura y el arte, en general, desde sus comienzos; ha constituido el eje de obras maestras como El Conde de Montecristo, de Dumas, al que se refiere Reina en uno de los poemas, porque “todos fuimos Dantés, Edmundo”, y advierte: “Cuidaos de lastimar los corazones nobles, / heridas hay por donde a menudo asoman monstruos”.
El nuevo libro de Reina profundiza en esos monstruos nacidos de las heridas del corazón y podría entenderse fácilmente como la continuación de su anterior poemario, El fiel de la balanza (Cuadernos del Laberinto, 2021), un conjunto de impecables prosas poéticas que despliegan la experiencia de la traición amorosa, desde sus desconcertantes inicios hasta la dolorosa asunción. Ambas obras tienen en común las referencias bíblicas. Centrándonos ya en Servido en frío, podríamos considerar que el poeta replantea los valores tradicionales del cristianismo y analiza cómo han influido en nuestra forma de asumir las relaciones amorosas: “Me leí la letra pequeña del Evangelio / y entendí que no soy un mártir ni un mesías. / No seré el primero en lanzar la primera piedra. / Mas tampoco ya permaneceré indolente, / nunca más, a la próxima lluvia lapidaria”, “Esta ha sido mi evangélica prerrogativa, / la he pagado con martirios, con ayunos y llantos”.
El antiguo amado, al traicionar el sentimiento amoroso y destruir el paraíso de la inocencia, adquiere rasgos demoníacos, como refleja esta alusión al Ángel Caído: “No comprendiste que, sin alas, la altura solo / es la gran certeza de la caída”. Reúne en su alma los siete pecados capitales, cada uno de los cuales da forma a un poema. La ira es esa “veta profunda y turbia que late / en la sima más honda de nuestra naturaleza”; la lujuria, “es la necrófila pasión del taxonomista, / inválido de gozar la hermosura del mundo, / la mariposa viva y palpitante, / deteniendo su vuelo de un alfilerazo”. De la vanidad dice: “Teólogos cristianos lo señalan / como el mal maestro del que se alimentan todos / los demás defectos”. Y como “vanidosos son los que viven huecos”, el traidor se convierte en una criatura vacía, como aquel “hombre deshabitado” de Rafael Alberti, una “caricatura / de ser sintiente, que solo imita un latido / pero sabe que, sin vida ajena, no es nada”. Es el “apóstol del engaño más obsceno”, Caín y Sísifo.
Magnífico es el poema que abre la segunda sección, “Epístola moral a Infamio”, con claras resonancias barrocas y la ironía quevedesca más precisa: “A ti, a quien no nombro abiertamente / —no quiero concederte ni tu nombre—, / ladrón de tantos años de mi vida / perdidos entre humos de espejismos, / te escribo esta carta a la manera / de aquellos que hoy en día llaman clásicos / y sabios siguen siendo todavía”. El mayor castigo al que puede someterlo la voz poética es negarle su nombre —en consonancia con su vacío— y seguir creyendo en el amor: “mientras el mundo prosigue, Infamio, / tan indiferente a tus pequeñas mezquindades, / floreciendo de verdad en otros brazos”. En este sentido, el poema que cierra el libro y le da título es revelador, cuando describe cómo el tiempo le entrega la cabeza del traidor en bandeja de plata, como una suerte de Juan el Bautista con ecos demoníacos, y para entonces es solo “un vago nombre”. El último verso declara: “Tal vez es la justicia la que se sirve en frío”, y entonces los lectores comprendemos que el título del libro no se refería, finalmente, a la venganza. O que venganza y justicia son, en este caso, una misma cosa.
Nos encontramos ante una obra compleja en cuanto a elaboración, plagada de citas, de referencias explícitas e implícitas a los clásicos, escrito con un lenguaje cuidado y con el sentido del ritmo que es hoy en día tan difícil de hallar y que, sin embargo, constituye uno de los rasgos característicos de la poética de Manuel Francisco Reina. Y al mismo tiempo, es muy fácil leer este libro e identificarse con el dolor de la voz lírica, porque se trata de la expresión de una serie de sentimientos que todo lector ha tenido que conocer en mayor o menor medida: el proceso de reconstrucción emocional del sujeto tras el devastador desengaño. Es una voz valiente, que a partir de una experiencia íntima construye un mensaje universal que lanza al mundo, porque aunque “tememos muchas veces las palabras”, estas también componen el tejido delicado y precioso de la justicia. Y es necesaria esa responsabilidad moral, pues, como escribe el poeta, “el daño que se hace contra un corazón blanco / rasga y también hiere el tejido del mundo”.
Servido en frío
Manuel Francisco Reina
Visor, 2022