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‘Querido Pier Paolo’, de Dacia Maraini

RICARDO MARTÍNEZ.

Qué intensa carta de amor, tan sinceramente humana, la que esta mujer sensible nos traslada hacia la figura de su ser amado y sentido como el autor de Pier Paolo Pasolini.

Para el caso concreto de este prolífico e intenso autor, tan interiorizado respecto de los sentimientos, creo que valdría la pena insistir en aquel rasgo que, de una manera más o menos afortunada, sirvió para definirle no solo como autor, sino también como persona (y así haber perdurado hasta hoy el significado de su figura)

La autora nos ayudará en esta delicada labor con unas líneas de carácter casi ensayístico, y con una precisión extraordinaria: “El crecimiento en la búsqueda del propio placer a través del placer ajeno es posible trazarlo perfectamente partiendo de sus obras ‘Actos impuros’, siguiendo con los relatos de ‘Amado mío’ y llegando, a través de la lectura de sus bellísimas poesías, al implacable ‘Petróleo” Al poco, y valiéndose de las propias palabras del autor, va a ir desgranando una narrativa implacable, esclarecedora y valiente de la figura y obra del escritor de Bolonia, siempre bajo el código expresivo de la personalización:

‘Yo le pediré a Dios que me autorice a pecar’, escribes en una página de tus Cuadernos rojos’, y sigues: ‘Sería una ingenuidad monstruosa si no fuera tan humana. Estoy cansado de ser tan intocablemente excepción, ex lege: está bien, mi libertad la he encontrado, sé cuál es y dónde está. Lo puedo decir desde la edad de quince años, incluso antes…’

Y continúa la autora haciendo, de algún modo, casi suyo, el relato explicativo y desgarrador de una personalidad de una gran valentía a la vez que de una vívida intensidad emocional: “Pedías, con una humildad conmovedora la autorización a ser tú mismo, pero ¿a quién se la pedías, Pier Paolo, si Dios era para ti una posibilidad lejana y desconocida?” A continuación, cita unos versos suyos muy concretos: “Y estoy aquí solo como un animal/ Sin nombre, por nada consagrado,/ A nadie perteneciente,/ Libre de una masacrante libertad”

Y vuelve Maraini a su relato identificador, comprensivo, en lo artístico y, sobre todo, lo humano: “En el fondo, dolorosamente, considerabas culpable a tu eros. El amigo Roberto Pazzi, con su voz sonora, me dijo un día que tú siempre sentiste que tu vocación (entiéndase bien el contenido asumido de tal significación) homosexual era lícita porque en lo más hondo eras más católico que uno que se ha hecho cura.

Pero yo creo que no es así. Creo que –y esta parte es decisiva como definición de amistad y de vinculación ética y estética por parte de Dacia Maraini- como laico, como persona consciente y responsable, tú tenías el temor de herir un cuerpo que todavía carecía de control sexual y por lo tanto era maleable e indefenso. Por eso, porque eras delicado de ánimo y atentísimo de los demás –aquí la autora parece introducir, como acompañamiento, su sentir femenino respecto de lo que es el vínculo emocional- siempre tuviste dudas feroces sobre tu sexualidad orientada hacia los jóvenes cuerpos masculinos y considerabas que esa sexualidad merecía drásticos castigos. Y de este modo, para prevenir los castigos que no llegaban de otras personas, te los imponías tú solo, aunque a veces eras presa de un amago de rebelión como le sucedería a un inocente traicionado. Y –concluye- marcó y distinguió tu amargo y contradictorio carácter”

Ya queda dicho, los apuntes solidarios como una forma de explicar –y de entender, a un tiempo- la condición emocional y estética de su querido Pasolini, llevan a la Maraini a un texto que casi no pareciera tanto literario en sentido lato como ensayístico; ahora bien, resulta subyugante y, sobre todo, como diría el poeta, ‘humano, demasiado humano.

Un testimonio magnífico, solidario y veraz.

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