“Aquellos maravillosos 90”: De burbuja a bucle
Por Carlos Ortega Pardo.
La del revival es casi una ciencia exacta. Durante la última década hemos asistido al de los ochenta, coincidiendo con la treintena, cuarentena y, por ende, el pleno desarrollo del poder adquisitivo de quienes durante aquellos años fueran niños o adolescentes. Ahora empezamos a vernos inmersos en el de los noventa —cierto que no tan ubicuo y machacón como aquél—, cuando los mozos de entonces somos ya consumidores hechos y derechos. Prueba fehaciente de ello es ‘Aquellos maravillosos 90’, que riza el rizo de la nostalgia, pues actualiza ‘Aquellos maravillosos 70’ (‘That 70s Show’, 1998-2006), serie que, entre finales de los 90 y principios de los 2000, se dirigía a un target doble: treintañeros que en los setenta rondaban la núbil edad de sus protagonistas y quinceañeros con gusto por las sitcoms, género que la (in) cultura de la cancelación parece haberse llevado por delante. Con tamaña perorata vengo a argumentar, parafraseando a Bill Clinton —otro más noventero que ‘Los vigilantes de la playa’ (‘Baywatch’, 1989-2001)—, que «es la economía, estúpido»; en rigor, el mercado. Y que vamos a tener revival para rato —o para siempre—, sólo cambiará la década objeto de estilizada y acrítica devoción.
Dicho lo cual, insisto en que la serie que nos ocupa presenta buena parte de las características definitorias —si no todas— de los sublimatorios aggiornamenti tan caros al audiovisual de nuestros días. La monocroma pandilla original —sólo Wilmer Valderrama se salía del canon WASP, y en tanto diana de numerosos chistes que hoy se tendrían por insoportablemente racistas— da paso al consabido florilegio de minorías: del asiático gay a la afroamericana feminista —por cierto, que Donna Pinciotti, el personaje interpretado por Laura Prepon en ‘Aquellos maravillosos 70’, ya lo era, feminista, de manera evidente, sin necesidad de verbalizarlo cada cuarto de hora—. Naturalmente los dos varones blancos heterosexuales son un par de descerebrados; mientras que la novia de uno de ellos, filipina para más señas, manifiesta una inteligencia a años luz de la de su zopenco enamorado. Lo mismo que Leia Forman, protagonista encarnada por Callie Haverda, el mismo manojo de inseguridades que su padre, pero agraciada con el discernimiento de su madre.
Con todo, superadas las prevenciones a que invita el algorítmico fetichismo de la diversidad y un primer episodio bastante desalentador, ‘Aquellos maravillosos 90’ es una comedia que se ve con sumo agrado. Resulta evidente —y perfectamente lógico— que sus jóvenes intérpretes todavía carecen del carisma que adornara al reparto original, especialmente unos Topher Grace, Ashton Kutcher y Mila Kunis que han hecho carreras por demás reseñables y que no sé si demasiados críticos les hubieran augurado allá por 1998. No tardan, sin embargo, en ganarse el favor de cualquier espectador dispuesto a abandonar su zona de confort y apreciar la frescura y la gracia de los simpáticos mancebos que han vuelto a llenar de humo el sótano de los Forman. Kurtwood Smith y Debra Jo Rupp, por los que parece no haber pasado un cuarto de siglo, repiten en sus impagables roles, erigiéndose en puente intergeneracional y haciendo innecesarias las de otro modo ineludibles apariciones de los actores de antaño, cuyos cameos quedan circunscritos a los dos primeros y titubeantes episodios.
En suma, la ejemplificación más palmaria de un revival que ha pasado de burbuja a bucle —me reitero y suena a trabalenguas: ‘Aquellos maravillosos 90’ remite a una serie que ya en los 90 revisitaba los 70— se sobrepone a la infinidad de cosas que podían haber salido mal, empezando por el hartazgo ante tanto remake, reboot y otras muestras de falta de imaginación por parte del ejército de guionistas a sueldo de las omnímodas plataformas de contenidos. Se apunta a la lucrativa corriente de la nostalgia, claro; pero hace gala de la suficiente personalidad como para ser tenida en cuenta por sí misma y, del mismo modo que sus imberbes protagonistas, crece a cada capítulo. Hay confirmada una segunda temporada. Sorprendentes y, por qué no decirlo, buenas noticias.