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La ballena (2022), de Darren Aronofsky – Crítica

Por José Luis Muñoz.

La obesidad mórbida es una de las muchas pandemias que padece la sociedad norteamericana, fruto de los excesos gastronómicos y una dieta salvaje que no mira la salud. En los supermercados no es raro ver tambores, como los de detergente, llenos de helado y no cuesta imaginar a esos obesos, que van sumando libras en una especie de suicidio lento, tomándolos a cucharadas mientras llevan una vida sedentaria delante del televisor. La obesidad mórbida es una enfermedad que acorta la vida de los que la padecen, los hacen propensos a todos tipo de enfermedades cardiovasculares y los convierten en diabéticos crónicos. Quienes caen en sus redes inician un proceso autodestructivo que no suele tener marcha atrás y que, además, tiene graves consecuencias para su autoestima. Esos monstruos humanos, despreciados por el resto de la sociedad, que deben pagar doble asiento en los aviones cuando todavía los pueden coger, engordan hasta que literalmente explotan en sus domicilios. Hace años fue famoso el caso de uno de estos enfermos que hubo de ser sacado en helicóptero desmontando el techo de su vivienda porque por sus dimensiones no podía atravesar la puerta de su habitación.

No es la primera que el cine trata ese problema sanitario. El sueco afincado en Estados Unidos Lasse Hallström filmó en 1993 ¿A quién ama Gilbert Grape? en la que un jovencísimo Johnny Depp, debía cuidar en su casa de un hermano discapacitado interpretado por Leonardo DiCaprio, prácticamente niño, y una madre inmensamente obesa. Tampoco es la primera vez que un actor de Hollywood se transforma físicamente para interpretar un papel (lo hizo Robert de Niro, para ser Jack LaMotta adulto y decadente en Toro salvaje de Martín Scorsese, y, en sentido opuesto, adelgazándose hasta quedar en los huesos, Christian Bale en El maquinista), pero lo que ha hecho Brendan Fraser para encarnar a ese profesor de literatura impedido que da clases desde su domicilio del que hace décadas no sale, seguramente figurará en los anales del cine. El actor norteamericano se ha engordado entre 80 y 100 kilos para interpretar a su personaje de La ballena y aspirar al Oscar a la mejor interpretación.

La ballena, que toma su nombre no del protagonista sino de la novela Moby Dick de Herman Melville, es una película sobre la culpa y la redención. Charlie (Brendan Fraser), el profesor de literatura que dicta sus clases desde su casa a un grupo de alumnos por skype sin mostrar su aspecto físico, decide en los últimos momentos de su vida reconciliarse con su hija Elle (Sadie Sink), a la que abandonó cuando tenía 8 años para vivir una apasionada historia de amor homosexual con un alumno mucho más joven al que perdió. La relación del padre con esa hija, bastante tóxica dado el carácter de ella, es complicada y ella le hace a él una serie de reproches, algunos muy crueles relacionados con su aspecto físico, y lo somete al desprecio más absoluto hasta que cambia de actitud y se encariña de su monstruoso progenitor.

La ballena tiene una estructura teatral, prácticamente está toda ella rodada en la casa de Charlie en donde entran y salen Thomas (Ty Simpkins), un misionero de una secta que intenta convencerlo de la bondad de su religión, la enfermera Liz (Hong Chau), que prácticamente es quien le cuida, o su ex esposa Mary (Samantha Morton), es un film agobiante y reiterativo y tiene tramos francamente prescindibles como las conversaciones entre el misionero y el profesor, y además es sensiblero y utiliza subrayados musicales, pero lo que más lamenta el espectador es el convencionalismo narrativo del otrora vanguardista y rompedor Darren Aronofsky (Nueva York, 1969) cuyo talento cinematográfico brilla por su ausencia en este film salvo en esa escena puntual en la que Charlie, esclavo de su síndrome alimenticio adictivo, abre la nevera y arrambla con todo lo que encuentra a su paso, unta mantequilla y quetchup en bocadillos de salami y casi se ahoga con ellos devorándolos. Vamos, que el film lo podía haber rodado cualquier director que no fuera el de Réquiem por un sueño, su película emblemática y, sin duda la mejor, que aun fue capaz de sorprendernos con la enloquecida Mother! tras el fiasco de Noé. ¿Estamos ante un impasse comercial de Darren Aronofsky o ante el fin de su brillante carrera?

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