El fin de las sagas
Por Pol Antúnez Nart.
Las sagas son fenómenos cinematográficos con los que llevamos conviviendo durante años y que han sido fundamentales en la cultura pop de nuestra sociedad.
Como concepto, es un término que se empieza a acuñar en el ámbito de la literatura, concretamente en contextos nórdicos situados en plena Edad Media. En géneros como la poesía y la prosa, se empieza, por parte de las sociedades islandesas del siglo XII, a dar continuidad a la mitología nórdica, encadenando pequeñas historias de algunas deidades que se desarrollan en distintos tomos. Este recurso, con el paso de los años, y a través del contacto entre culturas, también termina aplicándose en espacios como el teatro o la narrativa occidental. Con la aparición del cine, se populariza, creando un formato en el que se encadenan distintas películas a una misma trama, y dando a luz a lo que vendría a ser la definición moderna de este concepto.
En dicho proceso, pasamos de sagas primigenias cómo la de Iván el Terrible, con su primera (1943-45), su segunda (1948) y su tercera parte (inacabada), a las sagas modernas que conocemos hoy en día y que podemos contar a centenares.
Los años dorados de las sagas empiezan entre los años 1970 y los 1980, con películas que sin duda marcaron a muchas generaciones de espectadores, y que incluso heredamos hasta el día de hoy. Todos tenemos en mente, así pues, ejemplos como los de ‘Star Wars’, ‘El Padrino’, ‘Tiburón’, ‘Mad Max’, ‘Terminator’ o ‘Alien’, que fueron auténticos éxitos en taquilla en un periodo de explosión de la ciencia ficción norteamericana y de gran modernización en los efectos especiales, que impresionaron al público y convirtieron el cine en un gran espectáculo de masas. Esta manera de ver el cine tiene una continuidad también en el mundo mainstream de los 1990 y de los 2000, con sagas que quedarán para el recuerdo de los “millennials” como ‘El Señor de los Anillos’, ‘Harry Potter’, ‘Jurassic Park’ o ‘Kill Bill’, entre otras muchas otras, expandiendo esta manera de elaborar historias hacia todos los géneros imaginables.
En esta misma línea, si tenemos que pensar en nombres propios de creadores de grandes sagas exitosas, James Cameron es uno de los primeros cineastas que se nos vienen a la cabeza y son evidentes los motivos. Las sagas, al fin y al cabo, se han caracterizado por tener tres conceptos muy claros que les han permitido funcionar durante todo este tiempo. Primeramente, un soporte gráfico muy elevado en cuanto a efectos visuales, para poder convertir cada película en un espectáculo que nos entre por los ojos. En segundo lugar, una trama bien repartida que tenga la capacidad de encadenar los distintos sucesos en cada película para aportarle un sentido coherente a la trama de manera continuada. Y finalmente, una dosis de misterio que esconda el final de cada película y que nos cree la necesidad y la expectación de conocer lo que va a suceder en la siguiente.
Con este bagaje Cameron ha sido capaz de dominar todos estos aspectos, sabiéndolos encajar en las pautas de consumo de la sociedad en cada periodo, pues, sin duda, viendo ‘Alien’ 1 o 2, o viendo cualquiera de las tres primeras películas de ‘Terminator’, podías observar cómo el director, a través de sus sagas, le daba al público exactamente lo que pedía.
Por ello creaciones como la saga de Avatar me resultan muy sorprendentes, porque si hablamos de ‘Avatar 2: El Sentido del Agua’, hablamos de una trama de la que nadie esperaba continuidad, de la que nadie tenía ningún tipo de expectación y de la que poco podemos extraer en cuanto a contenido más allá de la calidad de la fotografía y los efectos gráficos, y que difícilmente logra corresponder a toda la publicidad y a toda la inversión efectuada en el largometraje. Pero no todo es culpa de James Camerón, teniendo en cuenta que Avatar no es un caso aislado. Muchas de las últimas sagas que han salido a la luz se han encontrado en situaciones similares. Todos tenemos en la cabeza títulos como el del ‘Corredor de Laberinto’, ‘Los Juegos del Hambre’ o ‘Divergente’ (esta última ni siquiera llego a terminarse), que también pasaron por la gran pantalla sin ningún tipo de atractivo ni interés, con grandes campañas comerciales, con grandes éxitos en taquilla, pero con un arraigo muy pobre dentro de la cultura popular. Algo que incluso ha sucedido en “remakes” que parecían abocados al éxito como los de ‘Star Wars’ o ‘El Hobbit’, y que, por lo contrario, tuvieron en su día una acogida horrible por parte de la crítica.
Esta situación aciaga por la que atraviesa este formato da que pensar, sobre su propia supervivencia. A la incapacidad de las nuevas sagas por ofrecer tramas atractivas e interesantes se le añade el auge de las series que han absorbido por completo esa necesidad del consumidor de poder encontrar historias de progresión, algo que, por ejemplo, hemos podido ver en el universo Star Wars con el éxito de la serie ‘The Mandalorian’ en detrimento de las críticas hacia las nuevas películas. A todo ello debemos añadirle, en último lugar, un aburrimiento general del espectador hacia unos efectos a los que estamos, en la actualidad, perfectamente acostumbrados y que ya no nos suponen ningún tipo de novedad. Por todo ello, cabría preguntarse si este bache por el que está pasando el formato es algo pasajero, o si realmente debemos hacernos la dolorosa pregunta: ¿Estamos ante el final de las sagas?