«Quién no»: enigmáticos cuentos breves de Claudia Piñeiro
Horacio Otheguy Riveira.
Enigma y fascinación en cada historia que invita a emocionarse y reflexionar en un todo donde la intriga permanece después del final, ya que nunca se cierra la trama de forma explicativa, sino que regala a cada lector la posibilidad de hacerlo.
El talento narrativo de Claudia Piñeiro (Buenos Aires, 1960) tiene raíces en una espléndida novela negra, Tuya, y a partir de allí, sus obras oscilan entre la novela criminal atípica y cualquier otra cosa, más allá de etiquetas que limitan la creatividad del lector, excesivamente adscrito a un género. Y mucho que ver con esto tiene que ver este magistral libro de cuentos donde «lo raro» afluye de lo más profundo de los convencionalismos a los que estamos habituados por el común denominador en libros y películas, y últimamente series de televisión, todos géneros, incluido el teatro, por el que Piñeiro se mueve con soltura generando polémicas y aumentando lectores-espectadores. La vida sexual de hombres y mujeres, as variopintas crisis de instituciones como la familia o el matrimonio, el aborto, o una implacable mirada hacia el daño que provocan las religiones son algunos de los urticantes temas que suele tocar… si bien, a menudo recorre la cotidianidad de gente al margen de los días, de la turbamulta propia de las grandes ciudades. Una serie de cuentos donde el suspense nos ata y libera con finales sorprendentes por los que se cuela una imperiosa necesidad de vivir de otra manera, la mayoría de las veces con una especial sobrecarga de mundos imaginarios, relaciones que a menudo suceden en el interior, sin conciencia del otro.
Una dedicatoria esencial: A los que pueden ponerse en el lugar de otros, raros o no.
El primer cuento, Lo de papá, empieza así:
Si hoy no fuera un día especial, Julián tomaría el juego de llaves de algún departamento de la inmobiliaria, cerraría el tablero, bajaría la persiana, apagaría las luces y saldría. Así lo hizo cada noche desde que se separó de Silvia, cinco meses atrás. Apenas con unas pocas pertenencias dentro del bolso de Estudiantes de La Plata que, miente, usa para hacer deporte. Pero hoy cumple años Tomás, su hijo mayor, y Silvia lo conminó a que, como parte del festejo, duerma con él por primera vez desde la separación. En realidad, sus dos hijos dormirán con él, Tomás y Anita. Silvia fue terminante. Él no atinó a esgrimir ninguna de las tantas excusas que puso en esos meses con la intención de no dar una dirección exacta. Hasta hacía poco había funcionado, pero ya no. Incluso parecía desvanecida la ventaja que solía tener en cualquier negociación frente a Silvia por el hecho de que era ella quien había tomado la decisión de dar por finalizado su matrimonio. Desde el día en que le dijo “quiero que te vayas”, él había quedado girando en falso sin entender qué había pasado para tener que desarmar lo que habían construido juntos durante quince años….
Dieciséis cuentos breves con historias que se desarrollan en torno a muy diversos ambientes y temas. Por ellos desfilan, sobre todo, personajes en situaciones singulares planteadas con recursos mínimos, una síntesis preciosa gracias a la cual algunos de ellos impactan de tal manera que empujan a volver a recorrerlos, y a pesar de su brevedad, podemos encontrar nuevos datos e imágenes interesantes. Cuento a cuento se asciende por una colina habitada por una precisión narrativa que cautiva.
Tres menciones de un abanico de impactos
Claro y contundente
«Ante su silencio la mujer repite la pregunta: “¿Tu chico sigue en la secundaria o lo pasás a otro colegio?”. Y ella, que siente con claridad y contundencia ganas de matar a alguien, que tiene la necesidad de agarrar el revólver y dispararle a cualquiera de esas mujeres justo en el medio de la frente o, si tuviera la puntería suficiente, entre ojo y ojo, responde con la mayor calma que puede: “Sí, claro que sigue en el colegio”. (…) Luciana, por ahora, no va a matar a nadie. Aunque quiera, aunque sienta el deseo. Sólo lo piensa, como lo pensaba su padre que limpiaba el arma por si un día se le ocurría matar a alguien…»
La absorbente relación madre-hijo medicado psiquiátricamente deriva en un angustioso proceso de terror ubicado en el punto justo de la realidad más convencional de un grupo social de clase social alta en el que un matrimonio rico sin pedigrí quiere encajar como sea a su Agustín que cuando niño se despedía con un entrañable «Adiós Mamá Linda». La incomodidad de estar sin pertenecer crece, alocada, vertiginosa, hasta dar con un final que no sabremos nunca si se producirá como Luciana mamá quiere, ahora que el chico tiene 12 años y entrará en la secundaria. No sabremos o estaremos convencidos de que sucederá esto o aquello otro porque, como en todas estas tramas los lectores y las lectoras tenemos un protagonismo absoluto.
Mañana
«Mientras arma el árbol de Navidad el 8 de diciembre, aprovechando que los chicos duermen: «Prefiere el enojo de sus hijos y no el propio. Lo maneja mejor; maneja mejor cualquier enojo que no sea el suyo. Coloca la segunda serie de ramas. Las abre. Las acomoda. “¿Tenés para mucho?”, pregunta su marido antes de subir al cuarto. Ella no contesta. Ni siquiera lo mira. Sabe que cuando su marido pregunta “¿tenés para mucho?” es porque quiere sexo. Y ella no quiere. Por eso no contesta, se hace la que no lo escucha. (…) Sólo le importa que el tiempo que le lleve a ella terminar de armar el árbol sea suficiente como para que el sueño venza el deseo sexual de su marido. Abre la caja donde están las bolas coloradas, todas iguales. Las cuenta. Cuenta las ramas. Las bolas son casi la mitad de las ramas. Las coloca rama por medio. Una sí, una no. Dos se juntan donde termina la ronda y eso le molesta. Quita una, pero entonces se juntan dos ramas desnudas. Gira el árbol para que esa falla quede contra la pared y no se vea. Cuando termine de adornar el árbol va a subir, entonces sí. Busca dentro de la caja la estrella que irá en la punta. Se sube a un banco. La coloca. La estrella se tuerce, junto con la punta, hacia la derecha. Una estrella dorada. Una estrella que fue dorada. Dos de las cinco puntas están raídas y se descubre el cartón gastado. El año que viene va a comprar otro árbol. Y adornos navideños. Y una estrella de mejor calidad. El año que viene. El año que viene. Cuando no haya tanta gente. Mañana va a hacer el amor con su marido. Tal vez. Va a dormir la siesta antes, así a la noche no está cansada y sin ganas. Va a dormir la siesta; sí, mañana. Y va a comprar un pino, el próximo año».
Con las manos atadas
Prodigiosa brevedad para lograr una voluptuosidad intensa de un joven atado a una mujer que le resulta atractiva pero sería incapaz de mirarlo como amante: «Me saqué los zapatos con esfuerzo, siempre me ajusto mucho los cordones para que no se me deshaga el nudo mientras camino. Yo camino mucho, treinta cuadras por día. Le saqué el zapato que le quedaba puesto y le froté la palma del pie. Pensé que podía tener frío. Sus manos se movieron en el hueco que dejaban las curvas de nuestras cinturas. Le quise dar calma y entrelacé mis dedos con los de ella. Acaricié sus dedos subiendo y bajando los míos tanto como la soga me lo permitía. La escribana tenía la piel suave. Lo comprobé haciendo pequeños círculos con mis yemas. Se ve que ella soñaba con alguien porque en un momento me apretó la mano fuerte, con confianza, como debía hacer con esos hombres que la llamaban todo el tiempo a la escribanía. Mi mano quedó aplastada contra la curva de su cola. La recorrí apenas y comprobé que era tal como la imaginaba. Me hubiera gustado apretarla. Por un momento me imaginé atado a ella, pero frente a frente, sintiendo su respiración sobre mi cara, llevando las manos atadas de los dos hasta sus pechos para tocarlos, sintiéndola donde más la sentía. Me imaginé que la besaba, una y otra vez, bien profundo, como si me quisiera meter dentro de ella. Me imaginé dentro de ella…».
Este relato fue publicado en el diario Página12 el verano de 2011, y adaptado al teatro por la propia autora en 2019 en una función muy aplaudida que, en 60 minutos, desarrolló muchos otros asuntos implícitos en el cuento: «Claudia Piñeiro demuestra su garra de dramaturga. En Con las manos atadas aborda el tema de la soledad, del autoengaño y de cierto desamparo esencial que se impone a medida que avanza la representación. Pero quizá nada de esto tendría la potencia que tiene si no mediara la situación de actuar dentro del forzamiento y la incomodidad que supone estar atado el uno al otro. En ese sentido hay que destacar las excelentes actuaciones de Marcela Jove y Pablo Turchi y la lograda puesta en escena de Guillermo Ghio». (Osvaldo Quiroga).
Algunos de los títulos de los relatos: El abuelo Martín, La madre de Mariano Osorno, Ojos azules detrás del voile, Mañana, Bendito aire de Buenos aires, Carla y Rubén, estilistas… Argumentos muy variados por donde hacen su aparición un crimen pasional; un devenir entre adolescentes con las palabras «hijo de puta» con carácter protagónico; la ansiedad de una mujer por estar sola armando el árbol de navidad… o, entre muchos otros, el vertiginoso deambular de una editora entre escritores de fama en busca de una amiga…
-Son gente rara, ¿no te parece ?
-Qué sé yo- le contesta él-.
¿Quién no es un poco raro?