Dos novelas juveniles de Nicola Yoon para mayores de 14 años
Horacio Otheguy Riveira.
Nacida en Jamaica y criada en Brooklyn, Nicola Yoon es una reconocida autora de literatura juvenil. Estudió Ingeniería Electrónica en la Universidad Cornell y, tras graduarse, se inscribió en el máster de Escritura Creativa del Emerson College.
Yoon trabajó como programadora durante más de veinte años antes de publicar su primera novela, Todo todo. La inspiración para escribirla nació del instinto protector que despertaba en ella su hija.
Con su debut Yoon ganó gran reconocimiento, alcanzando el número 1 de la lista del New York Times y traduciéndose a 21 idiomas. Más adelante, la novela fue adaptada a la gran pantalla, también con éxito. Desde entonces la autora ha publicado otros títulos como El Sol también es una estrella o Instrucciones para enamorarse.
A partir de 16 años.
Todo todo es una novela sobre la emoción y la angustia que supone abrir nuestro corazón a otra persona, sobre esa sensación tan única que nos hace sentir mariposas en el estómago y sobre las locuras que cualquiera de nosotros podría cometer… por amor.
Madeline Whittier es alérgica al mundo exterior. Tan alérgica, de hecho, que no ha salido de su casa en 17 años. Aún así, su vida transcurre feliz y tranquila hasta que el chico de ojos azules como el Atlántico se muda a la casa de al lado. El flechazo surge por mensajería instantánea y va creciendo y complicándose a través de un sinfín de conversaciones, anhelos, viñetas, sensaciones, ilustraciones, sueños…
Y es que resulta difícil volver a la rutina de siempre con todos los ruidos que llegan de fuera. De repente, Maddy es consciente del cotilleo de los pájaros y de los rayos de sol que se cuelan por sus contraventanas. Y cuanto más trata de separarse del mundo exterior, más empeñado parece en entrar…
¿Qué tendrá Olly que lo hace tan impredecible? ¿Y tan… especial? ¿Qué tendrá Olly para hacer que la realidad de Madeline se tambalee?
«[…] Después de comer algo rápido, me encuentro mucho mejor. Como no hemos traído bañadores —y además, según Olly, necesitamos comprar algún recuerdo—, paramos en una tienda con el esclarecedor nombre de «Recuerdos y Objetos Varios de Maui». Creo que nunca había visto tantas cosas en tan poco espacio, y me abruma el solo mirarlas. Por todas partes hay pilas de camisetas y de gorras con leyendas; perchas cargadas de vestidos estampados con flores en casi todos los colores imaginables; expositores y más expositores llenos de llaveros, vasos de chupito, imanes… Me fijo en unos llaveros en forma de tabla de surf, que llevan escritos los nombres y están colocados por orden alfabético. Busco y rebusco, pero no encuentro ninguno que ponga Oliver, Madeline, Olly o Maddy.
Al cabo de un rato, Olly aparece detrás de mí y me pasa un brazo por la cintura. Estoy delante de una pared llena de calendarios que representan surfistas en bañador. La mayoría tienen cierto atractivo.
—Me estoy poniendo celoso —me susurra al oído, me echo a reír y le acaricio el antebrazo.
—Haces bien —respondo, y estiro la mano para descolgar uno de los calendarios.
—¿En serio vas a…?
—Es para Carla —le interrumpo.
—Ya, ya. Seguro.
—¿Qué has elegido tú? —pregunto, dejando caer la cabeza hacia atrás para apoyarla en su pecho.
—Un collar de conchas para mi madre y un cenicero con forma de piña para Kara.
—¿Por qué compra la gente estas cosas?
Él me abraza un poco más fuerte.
—No es tan extraño. Es para recordar que tienen que recordar.
Me doy la vuelta sin salir de su abrazo, maravillándome de lo rápido que se ha convertido en mi lugar favorito en el mundo. sus brazos son un país que me resulta familiar, extraño, reconfortante y lleno de riesgos, todo al mismo tiempo. […]
*** *** *** ***
De 14 a 18 años.
Esta es la historia de una chica, de un chico y del universo. Natasha Soy una persona que cree en la ciencia y en los hechos. No en el destino. Ni en los sueños, que nunca se cumplen. Y tampoco soy de esa clase de chicas que se enamora perdidamente de un desconocido en una atestada calle de Nueva York. No cuando mi familia está a punto de ser deportada a Jamaica. El amor no tiene cabida en mi vida. Daniel Siempre he sido el niño bueno. El estudiante modelo. A la altura de las expectativas de mis padres. Nunca he sido el poeta. Ni el soñador. Pero cuando la vi a ella por primera vez, mi mundo dio un giro y todo eso dejó de importarme. La sola presencia de Natasha me hacía pensar que el destino nos deparaba algo mucho más extraordinario… para los dos. El universo Cada momento de nuestra existencia nos ha traído a este preciso instante. Ante nosotros se abre un futuro con millones de posibilidades. ¿Cuál de ellas crees que se hará realidad?
«[…] Daniel. Chico del barrio usa la ciencia para tratar de enamorar a una chica.
Cuando dije lo de enamorarse científicamente, no iba de farol. Hace algún tiempo, leí un artículo sobre ello en el New York Times.
Se trata de un experimento en el que los investigadores metieron a dos personas en una sala de laboratorio y les pidieron que se hicieran un montón de preguntas íntimas. Además, les hicieron mirarse a los ojos durante cuatro minutos sin decir nada.
No creo que logre convencerla de lo de los cuatro minutos ahora mismo… Y, por otra parte, he de confesar que no me tomé muy en serio el artículo cuando lo leí. ¿Cómo va a hacer un científico que dos personas se enamoren? El amor es algo mucho más complejo. No puede surgir sin más, solo con que dos personas se pregunten un montón de cosas la una a la otra. La luna y las estrellas tienen que intervenir en algún momento, estoy seguro.
En fin, a lo que iba.
Según el artículo, a consecuencia del experimento, las dos personas se enamoraron y llegaron a casarse. Lo que no sé es si la cosa duró mucho o no (en realidad, prefiero no saberlo, porque si el matrimonio fue un éxito, significaría que el amor no es tan misterioso como yo me pensaba y sí que puede cultivarse en una placa de Petri; pero si el matrimonio fracasó, entonces el amor sería tan transitorio como piensa Natasha).
Saco el teléfono y busco información sobre el experimento. Descubro que consta de treinta y seis preguntas. La mayor parte son bobadas, pero hay alguna que no está mal. Y lo de mirarse a los ojos me gusta.
De vez en cuando, está bien eso de la ciencia» […]