Decision to Leave (2022), de Park Chan-wook – Crítica
Por Rubén Téllez.
AQUELARRE FÍLMICO: o la historia de amor más triste del año.
Como el que camina sobre baldosas de aire buscando encontrar, tras un mar de niebla en apariencia inexpugnable, la felicidad más plena, por efímera, así se podría resumir el trayecto que realiza el protagonista de Decision to Leave, cinta con la que Park Chan-wook se alzó con el premio a mejor director en la pasada edición del Festival de Cannes.
El detective Hae-jun (Park Hae-il), que vive en un estado de trance continuo por culpa de un insomnio crónico, ve cómo los cimientos que sostienen su existencia se tambalean en el preciso momento que le asignan investigar la muerte de un hombre que se ha caído desde lo alto de una montaña. En un principio, abraza la teoría del accidente, pero cuando conozca a la viuda de la víctima (Tang Wei), una joven china que, por la tranquilidad que desprende, parece ocultar un secreto, la opción del asesinato hará acto de presencia.
En Sed de mal, Orson Welles se servía de un argumento de puro cine negro, de sus personajes ebrios de tormento que saltaban en brazos del mal para hacer prevalecer el bien, de sus respectivos pasados manchados de sangre que influían en el discurrir del presente, de sus inspectores de carne y hueso que parecían hechos de justicia, para crear una obra maestra sirviéndose únicamente de la técnica, desequilibrando así, en un gesto tan valiente como arriesgado, la balanza fondo-forma. Welles creía en la imagen como único motor de la historia y en la cinta protagonizada, entre otros, por Charlton Heston, la inflaba con sombras expresionistas y encuadres punzantes hasta hacerla explotar.
La idea de Park Chan-wook en Decision to Leave, es, en parte, parecida. El director surcoreano, fiel amante del barroquismo, lleva la técnica cinematográfica hasta el límite de sus posibilidades en un desesperado intento de reinventar un género, el policial, que parecía haberse estancado desde la llegada, allá por los años setenta, del neo-noir. Cada encuadre, cada travelling, cada zoom, cada cambio de luz, cada decorado, cada prenda de ropa, cada pieza musical, está bañado en un ácido de la exaltación que enfurece los colores, potencia los sonidos y ensombrece a unos personajes tan complejos como solitarios. La cinta crea una nueva forma de narrar las clásicas historias de cine negro a través de una puesta tan original, tan hermosa, tan enloquecida en su perfecta planificación, que duele, creando al mismo tiempo una tensión dramática envidiable, consiguiendo que el espectador no pierda nunca el interés por lo que ocurre, llevando la historia de un lugar a otro de forma orgánica.
Pero por debajo de esa hoguera de celuloide que hipnotiza las pupilas, subyace una historia de amor, la del detective con la viuda, que se desvela como el corazón de la cinta. Las imágenes apabullan, pero es el silencioso retrato de esa relación tan deseada por sus protagonistas como finalmente intangible, de esas frases que son herida y venda, furor y nostalgia, de esa pasión expresada a través de una intermediaria llamada tecnología, lo que termina embriagando a un espectador que siente cómo la tristeza se convierte en un beso que aterriza sobre su piel para quedarse. Todo se sostiene sobre unas palabras que nunca llegan a salir de la boca del interlocutor, sobre el vacío de unas vidas condenadas a cruzarse, pero no a tocarse, sobre los hombros de unas personas incapaces de expresar su amor con palabras, porque son las imágenes las que están destinadas a hablar por ellos.
Park Chan-wook, dando un volantazo de puro genio, convierte lo que en un principio era una cinta policial en un melodrama sin gritos ni estridencias que va adquiriendo, con cada fotograma que pasa, la sencilla complejidad del canto al amor imposible.
Decision to Leave, es, a fin de cuentas, un elegíaco aquelarre cinematográfico de primer nivel en el que la forma, grandilocuente, hermosa y explosiva, sostiene, e impulsa, un discurso tan triste y devastador como el mar al que pertenece el personaje interpretado por Tang Wei. Y es que el que intenta tocar el amor en un ambiente tan influido por la muerte, como el que camina sobre baldosas de aire en su búsqueda desesperada de la felicidad, termina siendo absorbido por la nada, por las sombras que tanto le gustaban a Welles, o, en este caso, por la arena de una playa convertida en cripta eterna.