Pensamiento

Entrevista a Iury Lech

La divina probabilidad de los recuerdos extintos

Iury Lech

Editorial Jekyll&Jill

Zaragoza 2022   84 páginas

 

ENTREVISTA A IURY LECH

 

Por Íñigo Linaje

 

El artista multidisciplinar de origen ucraniano Iury Lech vive desde hace años en España, pero sigue atentamente la actualidad de su país de origen, enfrascado en un terrible conflicto bélico. Un hecho que, según sus palabras, no solo estimula sus creaciones artísticas, sino que las condiciona “a perpetuidad para generar un arte que no deje de cuestionar la imperdonable inhumanidad de todo lo que representa el enemigo invasor”. De hecho, su libro más reciente –La divina probabilidad de los recuerdos extintos– está dedicado a la memoria de sus ancestros que siguen luchando por la libertad.

La novela, editada por Jekyll&Jill, es el último eslabón de una carrera que transita por diversas disciplinas. Y es que Iury Lech, además de músico y artista audiovisual, ha publicado novelas, ensayos y libros de poemas, amén de valiosas traducciones de compatriotas como Yuri Andrujovich. Su última obra está protagonizada por un personaje llamado Wolef, un huérfano existencial con una ilimitada sed de conocimiento: un ser humano que bucea en sus recuerdos y trata de descubrir el sentido del vacío “en un mundo no humano”.

Crónica de desarraigo vital, novela corta o poema en prosa dividido en ocho cantos, La divina probabilidad de los recuerdos extintos lo mismo bebe del existencialismo y de la tradición literaria de los flaneurs urbanos que de las narraciones más espectrales de Cormac McCarthy. Todo envuelto en una prosa de largo aliento e innegable ritmo poético. Hablamos con el autor de ella y de sus procesos creativos, de transfiguraciones literarias y del futuro incierto, de la diáspora y de la guerra en Ucrania.

 

¿Cómo surge La divina probabilidad de los recuerdos extintos? ¿Qué quería expresar en ella?

No sé si sabría contestar a esta cuestión de una forma esclarecedora. Por lo general, mis libros surgen a partir de una frase o de una idea que me llega mediante un proceso o principio de inmanencia, fruto de un estado de ánimo, o de una contingencia, o de un suceso que pongo por escrito y dejo reposar, hasta que luego más frases e ideas aparecen y se encadenan, comenzando a tomar forma sin que sepa realmente qué derrotero tomará o en qué se convertirá.

La divina probabilidad de los recuerdos extintos continúa revelando la odisea existencial y quimérica del protagonista arquetípico Wolef, que comenzó en la trilogía Diuturno inmolado, conformada por los libros La fría llamarada, Las hélices del hipocampo y La fabulación del plectro, y en donde quizás se puedan encontrar algunas pistas más fehacientes de las que yo pueda señalar ahora.

En definitiva, mi interés en la acción creativa está destinado a transgredir lo que se supone que es la expresión única de nuestra conciencia y en la conquista de un lenguaje atípico, pero a su vez evocador de dimensiones paralelas, con el cual trascender a la propia realidad, e incluso a la ficción de la que se vale.

Aunque no los cita explícitamente, la huella de pensadores como Cioran o Shopenhauer está muy presente en su relato. De hecho, el narrador se define como un “huérfano existencial”. ¿Se siente usted así? ¿Qué hace falta tener para no padecer una orfandad vital?

Uno ha visitado a esos autores y sin duda toda lectura deja una huella evidente o invisible, como creo que a mí me ha sucedido con mayor gravedad con los postulados literarios en torno a la trascendencia del silencio, o de lo que no se dice, que cultivó Maurice Blanchot. Aunque creo también que uno lee a determinados autores porque ya existe una predisposición intelectual o una sensibilidad estética a sus planteamientos y posicionamientos existenciales, que hace que se establezca una especie de puente reactivo entre lo que somos y buscamos y lo que damos y recibimos. Por otra parte, quien no sienta en menor o mayor grado un desamparo vital es que vive de espaldas a su propia condición humana o está muerto. Nacer ya implica un desarraigo de todo aquello que nos resguarda de la incomunicación, ya que se nos arranca brutalmente de una unión simbiótica perfecta con nuestro procreador, mientras que morir es claudicar ante el fracaso de no ser capaces de superar el estigma de la transitoriedad y vencer el dolor consustancial al deber y al derecho a existir.

-Dibuja en su libro “un mundo no humano” donde quien ha muerto no es Dios sino el hombre. ¿Son la poesía y la filosofía dos herramientas válidas para rescatar al hombre de su perdición? ¿Confía en ellas a pesar del descrédito social y el ostracismo al que han quedado relegadas en un mundo saturado de sobreinformación e intereses creados?

En cualquier mundo, la poesía y la filosofía pueden ser herramientas poderosas para explorar y expresar percepciones, emociones y experiencias, y pueden proporcionar un medio para comprender e interpretar el mundo y nuestro lugar en él. Si estas disciplinas se consideran válidas o no, puede depender de los valores y perspectivas culturales y sociales. No es raro que la poesía y la filosofía sean vistas con escepticismo por algunos individuos, especialmente si desafían la narrativa dominante o el sistema de principios y creencias. Sin embargo, estas disciplinas pueden ser fuentes de inspiración, conocimiento y pensamiento crítico, y pueden ofrecer una perspectiva diferente o formas alternativas de entender el mundo. En un mundo donde el acceso a la información es abundante, puede ser un desafío diferenciar entre lo que es confiable y lo que no lo es. En este contexto, es importante abordar todas las fuentes de información con ojo crítico y considerar las motivaciones y los prejuicios de quienes las producen y difunden. En última instancia, que uno valore y confíe en la poesía y la filosofía, puede depender de la educación, el ámbito social, los modelos vivenciales o las experiencias personales.

Tal y como dice, nuestra civilización se ha instalado en la posbarbarie, el grado cero de pensamiento y la glorificación de lo inmediato. ¿Sería capaz de aventurar nuestro futuro próximo? ¿Hacia dónde nos dirigimos? ¿Quienes son los culpables de la deriva de los tiempos que vivimos?

El grado cero de la escritura fue el primer ensayo del teórico francés Roland Barthes, que se centra en los orígenes y transformaciones de la escritura literaria, pero que se opone a aceptar las formas establecidas con un trasfondo ideológico.  En el libro se maximiza este concepto de nulidad para evidenciar la inmadurez o descomposición de la cultura humana debido a la avaricia, el egoísmo y la indiferencia. Por otra parte, yo tengo mis experiencias personales, mis observaciones del mundo y mis visiones, pero no tengo la capacidad de predecir el futuro. No creo que dentro de mis capacidades esté aventurar la dirección a la que se dirige la sociedad o señalar a determinado sector por el estado actual del mundo. Es importante reconocer que el mundo es complejo y dinámico y que el curso de la historia humana está determinado por una amplia gama de factores, que incluyen fuerzas tecnológicas, económicas, políticas, culturales y sociales. Estos factores pueden interactuar de formas complejas y no siempre es posible predecir o comprender su impacto en la sociedad. No es productivo ni útil culpar a individuos o grupos específicos por el estado del mundo. En cambio, es importante centrarse en comprender las causas profundas de los desafíos sociales y culturales, trabajar juntos para encontrar soluciones y crear un cambio positivo.

¿Cuánto le debe la prosa lírica de este libro a la poesía de Georg Trakl y Lautréamont?

Al primero no lo he frecuentado mucho como lector y, si existe alguna conexión, será por su relación con Galitzia, una desaparecida región austro-húngara, hoy Ucrania, en la que nacieron y vivieron desde mis ancestros hasta mis padres. No obstante, entiendo que quizás se pueda establecer un vínculo entre su obra y mi libro a causa de la visión escatológica y apocalíptica del mundo que, al igual que Trakl, profesa mi protagonista Wolef, un exponente atemporal del nihilismo activo. Con los Cantos de Maldoror, del Conde de Lautréamont, mantuve un fructífero intercambio en la adolescencia, ya que se trata de una lectura obligada para cualquier joven poeta que quiera correlacionar en su escritura las esencias de un lenguaje surrealista o visionario y comprometerse con los postulados vanguardistas en su creatividad. También es posible traer a colación cierto paralelismo si tenemos en cuenta que, tanto la obra de Georg Trakl como la de Isidore Ducasse, no tuvieron la fortuna de ser reconocidas mientras ellos vivieron, sino mucho tiempo después de la prematura desaparición de ambos autores en infortunadas circunstancias, haciendo que su obra no se perdiera y se convirtiese en primordial para enriquecer la literatura moderna.

Usted es músico y ha publicado novelas, libros de ensayo y poesía. Además, ha traducido a escritores de su país como Yuri Andrujovich. ¿Dónde diría que confluyen todos sus intereses artísticos?

Como expatriado e hijo de exiliados librado al azar de las extravasaciones transoceánicas, me he dejado fluir e influir tanto por la vida como por el arte y no me he podido reprimir, por curiosidad hacia el saber, a la tentación de abarcar y deleitarme en todo cuanto he creído que me ayudaría a perfeccionar mi incompleta humanidad. De ahí que este aprendizaje, que no se acaba nunca, también se haya visto depurado con mis experimentos en el arte digital audiovisual.

¿En qué medida influye en sus procesos creativos la situación que vive su país de origen en la actualidad?

Ucrania es el país del que mis padres, abuelos, tíos y primos tuvieron que escapar para no ser eliminados por el comunismo ruso. Un éxodo forzado idéntico al que hoy -de nuevo- obliga a la diáspora a millones de ucranianos a causa de la crueldad y la barbarie del imperialismo totalitario de Rusia, que no tolera que Ucrania pueda ser un ente libre, soberano y democrático y se escape de su criminal influencia, razón por la cual desea borrar de la faz de la tierra toda huella de la cultura e identidad del pueblo ucraniano. Una situación que no solo resulta aberrante e inadmisible en estos tiempos, sino también sorprendente, ya que los países civilizados siguen permitiendo esta destrucción y genocidio a cielo abierto. Este delirio del ignorante y bestial pueblo ruso es lo único que ahora puede contribuir como enseñanza, pero no de forma creativa, sino como incentivo para combatirlo y vencerlo de todas las formas viables y en todos los escenarios factibles. Después de los execrables crímenes de guerra, torturas, fosas comunes y masacres perpetradas por el ejército ruso en territorio ucraniano como Bucha, Irpin, Mariúpol o Jersón resulta imposible que eso no pueda “influir” en los procesos creativos, más bien los condiciona a perpetuidad para generar un arte que no deje de cuestionar la imperdonable y absoluta inhumanidad de todo lo que representa el enemigo invasor.

Lleva muchos años viviendo en España. ¿Le tienta volver a Ucrania? Imagino que tendrá familiares y amigos allí.

España es el país donde más tiempo he vivido y aquí está mi tierra firme. Ucrania, mi matria, fue desde mi niñez una especie de estado mental, de país prohibido, de frontera imposible de franquear y, a la vez, un lejano territorio mágico e impenetrable que solo nosotros conocíamos y al que teníamos acceso gracias al conocimiento del idioma ucraniano y de su cultura, postergada y desconocida para el resto del mundo, como una especie de iniciados en una doctrina secreta. Tras la caída de la URSS, el sueño se materializó como nunca hubiésemos imaginado, y ahora otra vez esta Shangri-La vuelve fugazmente a ocultarse como un espejismo detrás de las brumas de la conflagración. Como uno nunca sabe dónde podrá acabar su viaje iniciático, me limito a dejar que el vuelo de la mente y de los recuerdos me siga guiando hacia lo desconocido.

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