Amistad, de Mayorga: tres actores de aúpa levantan un texto con escaso vuelo
Horacio Otheguy Riveira.
En La dama de las camelias de Alejandro Dumas (hijo) —1848— y en su versión operística de Giuseppe Verdi, La Traviata (1853): mientras ella muere— tan desgraciada como la hicieron los hombres que la acompañan, arrepentidos, en el último suspiro— fuera hay fiesta, en la calle pasa un carnaval con su abuso de euforia, su locura de vivir a todo tren. En esta Amistad viene a la memoria aquel melodrama intenso, desde la primera escena con Ginés García Millán (Dumas se apellida) en la escalera, y José-Luis García Pérez sentado, mientras yace en medio del espacio vacío el amigo muerto en su ataúd, Daniel Albaladejo. A pocos metros hay música y baile popular, separada por una gran pared de madera con huecos, una muy sugerente construcción ideada por Alessio Meloni.
La fuerza romántica de las obras citadas se diluye en un juego alegremente macabro creado por tres amigos de infancia, adultos ya, que investigan sobre su relación sin quererlo… porque lo único que de verdad, de corazón, quieren es revivir un hecho de infancia en el que se hicieron los muertos para quebrar la moral del matón que les atemorizaba.
La mujer que les ronda, novia compartida alguna vez, esposa de uno de ellos, quizás no ha existido nunca. Bien trajeados, triunfador alguno, frustrado otro, y un tercero un tanto indescifrable, lo cierto es que la representación de la muerte marca el paso. No la de andar por casa, tan abundante que nadie le hace caso, como si fuera algo que les pasa a los demás, de tanto telediario con sus guerras y asesinatos, y sobre todo tanta serie y película bien baqueteadas de crímenes y cadáveres… y en el mejor de los casos, chistes a granel en el tanatorio que toque.
Aquí no se cae en el humor nervioso de los velatorios, se cuenta un solo chiste en tres fases como tres actos, al principio poco gracioso, luego un tanto gris, finalmente muy bueno. Lo ríen ellos y lo reímos nosotros. Un chiste con excelente desarrollo, precisamente lo que le falta al texto de Juan Mayorga que arranca muy bien con un velatorio, pero cuando le toca al otro encalla, y en el tercero aburre. Nada crece, se ramifica o evoluciona. Los personajes se quedan en punto muerto. Parece que no es así porque la dirección de uno de ellos genera mucha energía, sugiere espacios emocionales interesantes, y sobre todo consolida el talento de los tres actores que cuando ríen lo hacen maravillosamente, confirmando el mismo talento que ponen cuando interpretan la ceremonia del adiós o tiran de algo tan manido como atender la llamada de sus móviles. Los tres pueden con todo y dan una sensación de inusual camaradería en una función que coquetea con historias y géneros diversos y no se queda en ninguna parte sustancial, salvo en el epílogo, hilarante como una comedia de felices gamberros.
En definitiva, alegremente macabra, pero ni muy alegre ni muy macabra.
De Juan Mayorga
Dirección: José Luis García-Pérez
Con Ginés García Millán, José Luis García-Pérez, Daniel Albaladejo
Diseño de espacio escénico y vestuario: Alessio Meloni
Diseño de iluminación: Pedro Yagüe
Diseño de espacio sonoro: Ana Villa y Juanjo Valmorisco
Ayudante de espacio escénico y vestuario: Mauro Coll
Realización de escenografía: Óscar Muñoz
Agradecimientos: Blas Meloni, Ignacio Mateos
Una producción de Octubre Producciones y Teatro Español