Partículas elementales
Elena Marqués.- Me llega a casa un pequeño libro, Plancton, que, según leo en la portada, ha ganado el Premio Internacional Artemisa de Aforismos. Lo firma Demetrio Fernández Muñoz, un profesor muy joven nacido a finales de los ochenta, cuando quien traza estas líneas ya estudiaba, como mucho más tarde haría él, Filología Hispánica, posiblemente con la misma inocencia y el mismo deseo de conocer los resbaladizos mecanismos de la literatura.
Creo que por aquellos años ni siquiera sabía yo qué era un aforismo. Y, de haberlo sabido, igual lo habría mirado por encima del hombro como algo poco meritorio, fácil de construir. Porque la sencillez tiende esas trampas, y la juventud y la ignorancia, muchas más.
Hoy me he convertido en una lectora no diría voraz, pero sí entusiasmada de la brevedad de estos relámpagos de lucidez y cruce de puntos de vista, pues, contra lo que en principio pensaba, los aforismos no pretenden dictar sentencia como otras fórmulas clásicas con las que a veces se confunde, sino ofrecer una visión personal e incluso frágil del mundo que vivimos. Y hacernos reflexionar, que es algo que nunca está de más.
Por eso el título de estas brevísimas oraciones me parece tan acertado. Como partículas elementales vivas y prácticamente invisibles que navegan por el mar de la realidad, su variado y variopinto mensaje nos nutre sin apenas darnos cuenta, flota en nuestros oídos para hacernos caer en la cuenta de las oportunidades del lenguaje («Amar desordena la marea»), la importancia del pensamiento abierto y de la tradición («Tolerancia: yo soy tú y sus circunstancias»), la poesía que vive en las contradicciones («Cruce de miradas: cuatro agujeros negros cediéndose la luz»), la necesidad de cultivar la crítica («Wikipedia es la décima musa, la del olvido»), la salvación del humor. De hecho, algunos de estos aforismos, a mi parecer, se aproximan bastante a la greguería («Las tijeras son géminis en el zodiaco desastre», «Dentro del dentífrico hay una serpiente en pijama»), son serios juegos de palabras que bien podían describirse a través del metaaforismo con que el escritor de La Vila Joiosa define al género como «desproporción aurea».
Este es uno de los recursos más destacable en un opúsculo en el que, aun en su excesiva parquedad, se percibe una agudeza y entusiasmo de largo recorrido. Se trata de un libro cargado de brevísimas paremias que trasluce inteligencia, frescura y belleza, cualidades imprescindibles si se quiere decir algo de interés. Y un humor acerado y elegante que ya querría para mí misma («Desobedece a tu ordenador»).
Además, el libro, que no tiene una estructura ni una fragmentación clara, pues, como el plancton que le da título, se compone de partículas mezcladas y en suspensión, tiene momentos brillantes también por su lirismo («Nos atamos desnudos»; «El centro de la pena está en la garganta. Lloramos, en parte, porque tenemos sed»), y se cierra con una nota de autor que parece más bien una petición de perdón.
Ese rasgo de humildad me resulta casi conmovedor. Esa excusatio nos petita en la que Demetrio Fernández reconoce la juventud de sus palabras, habla de su intención recopilatorio-abarcadora y filosófica, y explica ese extraño título para reunir un conjunto informe e ilimitado de aforismos.
Porque lo que viene también a decir es que esta tarea aún no ha acabado. Un libro nunca tiene fin. Se abre en nuevos sentidos en cada lectura, y bien puede verse complementado en futuras ediciones con nuevos microorganismos de reflexión y deseos de verdad. De verdad propia, a la manera machadiana, que es la única que admite la fórmula del aforismo y deberíamos admitir nosotros mismos, demasiado proclives a pontificar por extenso como si el pensamiento tuviera fronteras inamovibles.