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‘La ciudad bajo la luna’, de Nerea Riesco

JOSÉ LUIS MUÑOZ.

Escribir es un don que no todo el mundo tiene, no nos engañemos, pero detrás de una novela, como la última de Nerea Riesco, La ciudad bajo la luna, de una ambición considerable, forzosamente hay mucho oficio, muchas horas pegada a la pantalla del ordenador. Al proceso creativo le sigue el artesanal, tan importante como aquel pero mucho menos gratificante. La piedra en bruto tiene que ser pulida una y otra vez para convertirse en gema y lucir en el anillo.

A la hora de armar una historia, más esta que engloba un  buen puñado de años, tiene frecuentes flashbacks y escenarios tan distantes como el Nueva York de la ley seca, el Cotton Club y el jazz, y la Sevilla de la Exposición Iberoamericana, unidas por ese trasatlántico de lujo, el Manuel Arnús, el conocido como Titanic sevillano —El Manuel Arnús se adentró perezoso en la ciudad que nunca duerme, cumpliendo a la perfección con el programa establecido—, que parte de la ciudad hispalense para recalar en Gotham, la Cuba de los ingenios azucareros y la Europa devastada por la Primera Guerra Mundial, y multitud de personajes entre los principales y secundarios, se requieren nociones de arquitectura literaria para que el edificio no se venga abajo y el lector no pierda el hilo. Y Nerea es tan buena arquitecta como capitana de navío: nos hace llegar a puerto.

Aunque joven, Nerea Riesco no es nueva en este oficio de escribir. Doctora en comunicación y licenciada en Periodismo, ha publicado las novelas Ladrona de almas, El país de las mariposas, con la que ganó el Premio de Novela Ateneo Joven de Sevilla, Ars mágica, finalista del Premio Espartaco, El elefante de marfil, Tempus, Las puertas del paraíso, Los lunes en el Ritz y Todo lo que sé sobre los dragones, y el poemario Desnuda y en lo oscuro.

La aparición de un cadáver el día que el Graf Zeppelin aterriza por primera vez en Sevilla, marca al inicio de esta novela. La escritora vasca, afincada en Sevilla desde hace muchos años, combina en esta historia a la perfección tres géneros muy populares: el policial, el histórico y el melodrama sentimental. Con precisión, a base de una labor de documentación exhaustiva (cada capítulo de la novela va precedido del recorte de un periódico de la época), la escritora nos sumerge en esos frenéticos años veinte de los que se cumplen precisamente un siglo.

En el epicentro de la novela hay una historia de amor apasionado entre el capitán francés André Chevalier, que sufre traumas físicos y psíquicos derivados de la Gran Guerra, y la bella, explosiva, vitalista, seductora y misteriosa cantante y bailarina cubana Belinda Miller —Su madre era una mulata cubana. Su padre un norteamericano de origen inglés. En el reparto genético Belinda se había quedado con lo mejor de cada uno.  De ella heredó el cuerpo cimbreante, la carne prieta, los labios gruesos, los dientes blancos, la voz de terciopelo, los movimientos lentos de gata seductora. De él los huesos largos, la nariz recta, la perspicacia para los negocios, la mirada altanera. —, la protegida de un peligroso gangster neoyorquino de origen italiano llamado Leone. Una relación, la del francés y la mulata cubana, compleja, con altibajos, desencuentros y ausencias misteriosas, que se alarga durante años, empieza en Sevilla y sigue en Nueva York. 

A la Gran Guerra, la Primera Guerra Mundial de cuyas heridas se recupera el protagonista masculino, y sus horrores nos remite Nerea Riesco con flashbacks contundentes: Cuando le hablaban de honor y valentía, a él le venían a la cabeza las imágenes del chico que se adentraba en mitad de la noche en tierra de nadie para arrancarle los dientes de oro y las botas a los alemanes muertos. Eso no tenía nada de honorable. Y descripciones dantescas: Tras la conmoción del impacto contra el suelo, se dio cuenta de que tenía los oídos, la boca y la nariz llenos de una sustancia viscosa que él, en un primer momento, creyó que era barro putrefacto. Pero la realidad es que había caído sobre el vientre de uno de esos cuerpos que se descomponían en tierra de nadie.

La Exposición Iberoamericana del 29, que se montó en Sevilla para hermanar España, Hispanoamérica, Estados Unidos y Brasil, está muy presente en la novela porque propicia ese encuentro entre el militar francés y la bailarina y cantante cubana y el hermanamiento de esas dos ciudades, Sevilla y Nueva York, transformó la capital andaluza, la llenó de monumentos hoy emblemáticos, nada menos que 117 de los que solo se conservan 25, y Nerea Riesco deja constancia de su caótica organización: Un desbarajuste de operarios que quitaron árboles para plantar postes de teléfono, que quitaron esos mismos postes dos meses más tarde para hacer zanjas en las que introducir las canalizaciones del cable del servicio automático, que aprovecharon las zanjas para volver a colocar árboles que hiciesen un poco de sombra.

La novela es un canto de amor a Sevilla, la ciudad de la autora está muy presente en apuntes sobre su pasado, como cuando cayó bajo una horda de vikingos: A Belinda la trajo el río. El río ha traído y llevado infinidad de cosas, unas muy buenas y otras no tanto, En tiempo de los omeyas recuerdo que trajo vikingos. Remontaron la corriente en ochenta barcos con mascarones de proa acicalados para que pareciesen dragones furibundos. Esa horda de salvajes pasó a cuchillo a ancianos, mujeres y niños. El río se tiñó de rojo. Y a su parte lúdica y sensual: En ese ambiente que olía pescadito frito, humo de tabaco, vino de Sanlúcar, aceitunas aliñás y sudor de días con sus noches,

Describe Nerea Riesco los encuentros amorosos entre los amantes La cama con baldaquín, con sus cojines, cortinillas con flecos y lacitos de raso, se bamboleaba peligrosamente en los momentos más agitados. Mientras tanto, una corte de muñecas de loza, de ojos de cristal y pelo de muerto, los observaban imperturbables desde lugares estratégicos. —sin hurtarnos la sensualidad de sus encuentros: Pero ante todo prevalecía el placer, tan intenso y delicioso que le mantenía inmóvil. Un placer olvidado, lejano, como un rumor de olas en un mar demasiado tiempo en calma. Unas olas que comenzaban a enervarse, arrastrando con ellas la sal, las partículas de arena, las algas y los fragmentos de conchas, para romper espumadas en la orilla. Ese goce se propagó desde el centro mismo de sus entrañas, extendiéndose por cada centímetro de su piel.  

Los episodios que se inscriben dentro del género negro transcurren en Nueva York: Sacó su automática y le descerrajó un tiro a la altura del occipital. La sangre estalló, estampando la silueta de un diente de león rojo en el cristal de la oficina. Leone la observó con orgullo, como si fuese el pintor de la Capilla Sixtina. Leone, el mafioso sanguinario bajo cuya protección está Belinda Miller, hace gala de una violencia despiadada y muy cinematográfica: Estaba a punto de introducirse en la boca un ovillo de espaguetis que llevaba un buen rato enrollando en el tenedor, cuando tres disparos en el pecho le frenaron las intenciones. Se dio de bruces con el plato, momento que los dos tipos aprovecharon para dispararle en la nuca.

Nos adentra Nerea Riesco en el Nueva York de la ley seca, en sus tugurios clandestinos en donde se bebía por el placer de lo prohibido: En el Nueva York de aquellos días era necesario susurrar una contraseña ante una puerta con mirilla para poder acceder a los clubes en los que se saltaban la ley Volstead. Una ley seca que no servía para reducir la conflictividad social ni la violencia que reinaba: Los pobres seguían igual de pobres, los maltratadores continuaban con la mala costumbre de sacudir a sus esposas, los obreros no resultaban más productivos, los ricos estaban consumiendo el triple de alcohol que antes de la prohibición y las mujeres, con las “flapper” como abanderadas, habían puesto de moda llevar una petaca en la liga.

Nerea Riesco nos invita a visitar el Cotton Club, en donde luce la estrella rutilante de Belinda Miller y los negros estaban vetados como espectadores a pesar de que eran los que actuaban en esa sala de jazz mítica que inmortalizara Francis Ford Coppola para el Séptimo Arte: La parte inferior no resultaba tan comedida. Sus pantaloncitos parecían más bien braguitas revestidas de lentejuelas y adornaban sus tobillos con pulseras de plumas. Sus piernas bien musculadas marcaban un ritmo duro, haciendo que los zapatos con claquetas acompañaran su baile.

Hay frases muy brillantes a lo largo de la novela —Cuya voz sonaba como uñas arrastrándose por un pergamino./ Belinda olía a manzana de caramelo, a pan con aceite y azúcar a la hora de la merienda. / Se sentían flojos, como sin huesos, como si la sangre se les hubiera vuelto almíbar y la piel fuera un papel de seda colocado junto a una cerilla encendida.—y reflexiones profundas: La mentira es el aceite que permite que el engranaje de la sociedad no se desgaste.

La ciudad bajo la luna reúne los ingredientes precisos para convertirse en una lectura placentera, disfrutable, sin apartarse de los cánones clásicos de la buena literatura: una trama bien armada con final sorpresa, personajes bien trazados, diálogos brillantes, exhaustiva documentación para conseguir una ambientación precisa, dosis pertinentes de erotismo y violencia y una potente historia de amor como eje de toda la narración. Si los libros son un viaje, Nerea Riesco tiene la virtud de llevarnos con su última novela a esas dos ciudades, Sevilla y Nueva York, cien años atrás y sumergirnos en las vidas de sus protagonistas. La vida es el ensayo general de una sinfonía en la que tenemos que improvisar porque no nos dan la partitura. Y lo peor de todo es que no se puede aprender de los errores porque ya no queda tiempo para el estreno.  Una función perfecta de más de quinientas páginas que se leen como si fueran un soplo.

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