La señora March, de Virginia Feito. Escaso interés en el retrato de una burguesa ociosa de Nueva York
Horacio Otheguy Riveira.
Un gran éxito internacional de Virginia Feito, española que escribe su primera novela en inglés. Tuvo una gran operación de Marketing comparándola con Patricia Highsmith para aupar esta obra que «amenaza» con entrar en el género negro en más de 250 páginas, y cuando se zambulle en el mismo decepciona con más promesas que logros, embozada en un buen dominio del lenguaje narrativo en un contexto de juego literario muy superficial.
La señora March es una burguesa ociosa en Manhattan, esposa de un escritor de éxito. Lo sabemos no más empezar, como sus alteraciones neuróticas desde que una empleada de pastelería la felicita por haber inspirado a Johanna, la fea prostituta de la novela del marido, su obra de mayor éxito. No volverá a comprar sus galletas preferidas…
Se trata de un personaje muy interesante en cuanto se lee como si fuera un guion en el que fácil resulta imaginar su recorrido por el lujoso piso en que vive, y parte de la gran ciudad, entre temores, recuerdos, y una creciente compulsión psicótica… Todo ello puede resultar mucho más atractivo en una pantalla que al atravesar su florido campo de 320 páginas, en las que acaba fastidiando con repeticiones y reflexiones de un ser más vacío que perdido.
El lenguaje de la autora tiene una musicalidad muy bien aprovechada por la excelente traducción de Gemma Rovira, pero debilita toda tensión tan abundante descripción de pequeños detalles de una señora irritante, aderezada por sucesivos trucos de serie B, entre los cuales hay elementos de intriga criminal que prometen mucho más de lo que, en definitiva, se ofrece.
Alterna situaciones atractivas a través de imágenes alucinatorias o cotidianas, con páginas desechables por anodinas, en un coitus interruptus permanente, pues entusiasma por lo que parece y desfallece por lo que es. Del lado positivo hay un sugestivo erotismo que va transgrediendo la vida de una mujer muy gris, llena de complejos, solo consciente de que pudo haber inspirado a la protagonista de la exitosa novela de su marido, la decrépita prostituta Johanna, con la que ningún cliente se acuesta (“en su escote multitud de granos”), una conciencia que la involucra dolorosamente, introduciéndola en la esencia de la novela: una mujer que ni cocina ni friega un plato, sumisa a su asistenta y a cuantos le rodean, a la que le hace ilusión que su marido (personaje de poco relieve y preferentemente antipático) sea un asesino.
Resulta frustrante no ver en su plenitud a la señora March, es decir, llegar a la última página sin conocer lo que hay detrás de la vida ordenada, ansiosa por controlar todo hasta el último detalle en vano, porque al primer descuido en el impoluto cuarto de baño aparece una cucaracha. Tras este panorama uno se pregunta si se esconde un mundo seguramente digno de exhibición o de análisis. Nunca lo sabremos.
«[…] Esa mañana la señora March había ido a la floristería (la cara de Madison Avenue, que se jactaba de tener invernadero propio) y había comprado varios ramos enormes: rosas rojas adornadas con ramas de eucalipto y acebo, y ramas peludas y colgantes que parecían esas escobillas que había visto emplear a los músicos de jazz en el Carlyle. Puso un par en el salón, y otro en el cuarto de baño de invitados, donde también puso una vela con perfume de magnolia, un surtido impresionante de jabones extranjeros y una botella de crema de manos de cristal dorado que normalmente escondía en su mesilla de noche (por si Martha la confundía con jabón; la crema era francesa, y la señora March sospechaba que Martha no podía saber que lait pour mains significaba «crema de manos».
Enderezó el cuadro que colgaba encima del inodoro, una obra coqueta y alegre que representaba a unas jóvenes bañándose en un riachuelo. Los rayos de sol atravesaban las copas de los árboles de la orilla e iluminaban el cuerpo y el pelo cerosos de las mujeres, que sonreían con pudor y miraban de soslayo, todas ellas de cara al observador. Era una obras de valor inestimable, adquirida por cuatro perras tras ser desenterrada en una vieja galería de arte que estaba al borde de la quiebra. La señora March se quedó mirándola unos instantes, satisfecha de su capacidad de apreciar una obra de arte insinuante pese a ignorar el nombre del pintor y no sentirse nada cómoda con la desnudez; entonces salió del cuarto de baño, que ahora olía exageradamente a pino.
Fue a la cocina, donde solo se oía el suave ronquido de la nevera, y la encontró tan agradablemente oscura y tranquila que casi se sintió culpable por la inminente invasión de los empleados del catering. Al final había decidido no servir los macarons de postre, y se había decantado por las tartaletas de queso con frambuesas que había comprado en una diminuta pastelería del otro lado del parque y por unas bien anticuadas fresas con nata. Las fresas, que estaban en una cajas de madera en el suelo de la cocina, eran tan bonitas que daba gusto mirarlas…».
«Feito confiesa que, aunque es algo que le asusta, está ya trabajando en su segunda novela, que no será sobre la señora March, pero sí tendrá su oscuridad, “quizás demasiada” y sus buenas dosis de humor. “Me da miedo por la presión que tengo encima. No sé cómo repetir este éxito, ni creo que deba intentarlo. Si ya era improbable una vez, una segunda es casi imposible”.
Comparada por la prensa americana con Patricia Highsmith, la escritora comparte que se reconoce “en la oscuridad y en lo macabro” de la estadounidense. “Me encanta leer autoras como Highsmith, sobre todo sus historias cortas que son terriblemente macabras, porque siento que me da permiso para hacerlo yo también. También a Shirley Jackson que ha ejercido el mayor impacto sobre mí para escribir esta novela. Perderme una y otra vez en sus historias en las que las mujeres lo pasan fatal haciendo cosas como ir al dentista o coger el autobús, me fascina. Adoro cómo lentamente te va metiendo ese miedo que parece que no da miedo, pero luego sales a la calle y todo es turbio”, concluye la autora». (The Objective)
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