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Creatividad y escritura creativa

HÉCTOR PEÑA MANTEROLA.

Mucho se ha hablado —y se habla— sobre la Creatividad, en general y en mayúsculas, y sobre la escritura creativa. Aviso de que las minúsculas no buscan discriminar: yo soy escritor y, también, una persona creativa. Y un holgazán si le preguntáis a quien no debéis.

El otro día me reuní para tomar un café con Carlos del Río, compañero juntaletras cántabro. Llevábamos cierto tiempo siguiéndonos en redes sociales y yo ya había oído de él por terceros. Palabras buenas, sino no lo diría. Carlos es, hasta donde yo sabía, profesor de escritura creativa. Imparte dos cursos sobre ello: Atrévete a ser escritor, que quizá sirva a aquellos que quieren adentrarse en el mundo de las letras; y el Curso de novela en Santander, algo más avanzado y de modalidad física donde Carlos ayuda a identificar los elementos de una historia y a escribirlas.

Y diréis: a santo de qué este spot publicitario. Bien. Colleja recibida, pero podríais haberme dejado explicarme antes; ya no tengo suficiente pelo en la nuca para esto. Ni en la cabeza.

Si habéis seguido mis artículos, sabréis que suelo reseñar a autores nóveles o de poco recorrido para ayudarles con un tema fundamental: la visibilidad. Es frustrante escribir una novela, publicarla, y que se quede ahí, en el limbo de los imposibles. Una de dichas reseñas fue sobre Los linajes de la magia, de la Doble R. Pues tanto él como ella —novela a cuatro manos— fueron alumnos de Carlos, al igual que Gema, regente de Café con Palabras, una librería de viejo chulísima ubicada en Cabezón de la Sal.

De aquí podemos sacar varios datos:

  1. Dos autores que no habían culminado sus anteriores proyectos lograron publicar con una editorial tradicional. Joven, pequeña, independiente… Pero tradicional.
  2. El curso/taller como punto de encuentro: los autores en contacto con el librero. Para todo autor es fundamental tener contactos. Los libreros garantizan la mayor parte de las ventas de los libros y, para quien no lo sepa, solo los grandes grupos compran los espacios en las grandes superficies. Sin amigos es imposible competir.
  3. El librero especializado. Además de ser un gran lector, conocerá los mecanismos que hacen —o no— funcionar a una historia.

Como autor publicado considero que la mayor parte de la formación de un escritor es autodidacta. Debemos leer mucho y constantemente. De todo. Contra más profundizo a nivel profesional bajo la corteza de las historias, más leo las etiquetas de la ropa y los manuales de moda, y el tema me interesa entre cero y nada. A alguno de mis personajes sí. Son personas ficticias que viven en un mundo real, y deben comportarse como tal.

En mis primeros escritos eso no era así. Nadie me había dado ninguna pauta más allá de ser una persona creativa que dibuja tramas y se cuenta cuentos para dormir cuando cierra los ojos. Los detalles brillaban por su ausencia. Luego se leen manuales, como el famoso de King, y vas fijándote en cosas. Te surgen las dudas, comparas tus textos con los de tus referentes y esas dudas explotan. ¡Auxilio, me ahogo!

Y es que todo el mundo sabe escribir, pero existe escribir y escribir. La segunda lleva anexas grandes dosis de autocrítica, lectura analítica, control de datos y de recursos… No es una afrenta al arte, sino un mecanismo existente en todas las cabecitas lectoras que, si no activamos, lapida nuestra obra.

Por eso quise conocer a Carlos. Yo creo haber resuelto ya la mayoría de mis dudas, pero un mentor hace años me hubiera ahorrado muchas decepciones y párrafos embarazosos. A hostias también se aprende. Siempre fui escéptico respecto a la existencia de talleres literarios, ya que el estilo, La Voz, es propia.

Entonces descubrí que Carlos era autor publicado. Aaamigo. Para conocer los puntos flojos hay que vivirlos. Para escribir sobre la pérdida se debe haber perdido a alguien. Carlos acompaña, da herramientas y piensa también en ese otro alumno: el ciudadano de a pie que guarda una —o varias— historias en su interior pero sin mayores pretensiones. Ese escritor ocasional que necesita plasmar algo y no sabe cómo. Carlos le ayuda a hacerlo, sin olvidarse del escritor novato o medio que quiere progresar en su carrera —véase el ejemplo ya mentado.

Hablo de este caballero y no de otro porque es el ejemplo que tengo. Escribe y da herramientas. Y conocí una tercera arista —con la que comenzaba el artículo—: un último curso que nos enseña a aplicar la Creatividad a la vida.

En mi experiencia personal, las empresas de corte tradicional suelen desdeñar a los creativos. Sin embargo, muchas organizaciones modernas, startups o similares, valoran a estos profesionales por una razón: una solución creativa es única, diferencial y, en muchas ocasiones, permite solucionar problemas nuevos ante los que no existe un protocolo.

Claro que el uso de la Creatividad no se queda ahí. Prepara un plato de pasta en blanco, abre la nevera, el armario de las especias, y experimenta; organiza un plan chulo para con tu pareja y/o amigos; sé el más enrollado en Nochebuena. Crear es infinito, así como sus aplicaciones. Y todas las personas, en mayor o menor medida, tenemos ese instinto dentro, a veces aletargado, esperando un estímulo que lo avive.

Un brindis por los profesionales como Carlos que, en un sector machacado por los egos como es el literario, hacen de su forma de vida un préstamo para ayudar a los demás.

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