‘Mondego’, de Rebeca Hernández
Mondego
Rebeca Hernández
RIL
Barcelona, 2022
155 páginas
Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca
Para alcanzar la dignidad en medio de este naufragio, uno debe saber cuidar a las heridas que arrastra desde muy lejos, que son las mismas que nos ayudan a definirnos. Uno puede cargar con la culpa de todo sin matizar, y entonces padecerá una patología que suele definirse como depresión o como histeria. O puede reconocerla y hasta cultivarla, normalmente como se cultivan las plantas, sacándola a la luz y regándola con agua, de tal manera que puede llegar a convertir ese relato o esa impresión de la culpa en una poesía. Uno puede regresar, física o emocionalmente, al lugar de la desdicha, y hasta indagar en el pasado de los otros para intentar comprenderse a sí mismo. Y hacerlo con suma vigilia, dándose cuenta de que tiene un montón que aprender y que el aprendizaje está vinculado al poema, si es que nos interesa, como debería ser, entender la vida como un poema. Y para ello también puede acercarse a la vida de los demás y traducir a poesía cualquier conflicto existencial, y hasta, si fuera necesario, un arranque psicótico. Ya lo hizo Shakespeare, y tal vez esa sea la gran enseñanza del bardo inglés: en la premonición de una gran tragedia, podremos encontrar el azúcar de la belleza.
En Mondego. La anatomía del fantasma de Joana Ayres, leeremos un ejercicio de estilo que nos lleva por esa derrota. Alguien amó en el pasado como creemos haber amado nosotros, y la lectura de ese tiempo y esa emoción se transforma en una linterna que nos orienta en medio de la cueva. Viajamos a Coimbra, a un lugar de supuestos encuentros románticos, y encontramos a la figura gótica por excelencia, que es el fantasma. Es en fantasmas en lo que podemos traducir nuestras heridas, esas que nos ayudarán a tocar la dignidad en medio del naufragio. Para ello Rebeca Hernández se vale de un estilo que nos recuerda, por ejemplo, a Pascal Quignard. Y de una estrategia de composición que nos remitirá a Emmanuel Carrére, mezclando investigación e interpretación, recreación y reproducción. Así nos narra la historia del amor medieval, sobre el que investiga la narradora, Joana Ayres, en un relato fragmentado al que siguen poemas en prosa. Estos últimos, los poemas, acompañados de unos dibujos en los que lo inocente, lo naif, se cruza con lo medieval, remitiéndonos a los madrigales, a los trovadores. El afán de lirismo, identificado como lo íntimo, lo personal, las heridas, es el principal protagonista de este libro, que nos resulta acogedor, amable y fácil de leer e interpretar.