Alberto Closas a un paso de las estrellas: vida de novela en una magnífica biografía
Horacio Otheguy Riveira.
Tenía 72 años cuando se lo llevó un cáncer de pulmón. La alarma mayor la dio en escena, junto a Amparo Rivelles en El canto de los cisnes: una ronquera le fue apagando la voz hasta dejarle prácticamente mudo. Empezó un calvario que padeció con el temple acostumbrado en las ficciones que interpretó. «No era yo cuando más me necesitaba. Hasta que encajé la broma». En una de sus últimas apariciones proclamó: «Al cáncer que le den morcilla».
Su vida de novela empezó con el exilio familiar de Barcelona a Francia en tiempos de la debacle fascista. Casado seis veces y amante muchas otras, Closas no fue un donjuan —como quisieron etiquetarle— sino, parafraseando a Truffaut, un hombre que amaba a las mujeres, y se dejó llevar por una permanente representación no solo del deseo y el placer, sino de los sentimientos más trascendentes, eso sí, pitillo en mano, humo en boca, sensible y con un sentido del humor a prueba de disgustos, fue un productor y director teatral muy completo, cantante que maravillaba a los niños de Argentina en los años 60 con Mambrú se fue a la guerra y muchos otros temas que llegaban en discos flexibles, singles, que un diario entregaba a los clientes. Los padres con el periódico bajo el brazo, una sonrisa bien puesta, y el esperado disco verde con la voz acariciante de un hombre con la energía de un Papá Noel frente a chavalines esperanzados.
En muchos teatros de España brilló con fuerza en numerosas comedias, siempre acompañado de repartos estupendos (José Luis López Vázquez, Julia Gutiérrez Caba, María José Goyanes, José Sacristán…), impactando en cine con una película de gran éxito internacional, Muerte de un ciclista, mal vista por el régimen por cuanto tenía de rojo el director: Juan Antonio Bardem. Pero Closas, nunca paró. No solo porque le gustaba mucho vivir bien y agasajar a sus mujeres, sino porque amaba visceralmente las ficciones actorales. Jamás se sentó a esperar que le llamaran, buscaba y encontraba.
En Buenos Aires, con sus buenas giras por el gran país, cosechó sus mayores éxitos, muy bien recibido por la pasión teatral del público. Jugó con varios géneros, siempre con el ojo bien puesto en el gusto de los cambiantes espectadores a lo largo del tiempo. Cuando montó una comedia francesa con Julia Gutiérrez Caba en el Teatro Avenida, del que además era el director artístico, la gran actriz se sorprendió ante un entusiasmo nunca visto: «La gente iba por la mañana a sacar entradas, formaba una larga cola, algunos con banquitos plegable, mate, termos de café…».
A veces le hubiera gustado hacer un teatro más ambicioso, pero tardó en encontrar el ambiente propicio, las coordenadas. Lo consiguió en España en sus últimos tiempos donde estuvo en el musical My Fair Lady, con Ángela Carrasco; una divertida farsa de Alonso Millán junto a Juanjo Menéndez, Tratamiento de choque; fue protagonista de la tragedia de O´Neill, Largo viaje hacia la noche, dirigido por Miguel Narros (foto), y el rey Claudio en el Hamlet que protagonizara y dirigiera José Luis Gómez.
Al tiempo que encendía un pitillo con otro, hilvanaba muchas historias, proyectos teatrales y planes de vida, «porque soy un hiperactivo crónico, pero también porque me he administrado tan mal que fui a la Seguridad Social y resulta que me queda una jubilación de 40 mil pesetas. Nada. A trabajar hasta el último aliento, qué si no, como los cómicos de antes, los de toda la vida».
Lo cierto es que vivió y gastó lo mucho que ganó en uno y otro país como si no hubiera un mañana. Actor de la novela de su vida, y hombre del espectáculo con una visión integral del arte escénico, y un carisma personal extraordinario. En esta biografía elaborada con eficaz lenguaje narrativo vibra la memoria familiar con la certeza de abocarse a una personalidad que navega por aguas procelosas en un mundo que va muy deprisa y rara vez se detiene ante figuras que viven tan intensamente dentro y al margen de los días.
«Mi adorado Juan, Miguel Mihura. Madrid, Teatro de la Comedia, 1956. Texto de Carlos Llopis (1913-1970), del folleto presentando la figura de Alberto:
… En mi primer viaje a la Argentina, con motivo del Congreso Internacional de Autores, conocí a Alberto Closas. Al frente de su compañía interpretaba en el teatro Smart una comedia cómica: La dulce enemiga (1950). Cuando, dos años después, fui a Rio de Janeiro para asistir a la que era la representación número doscientos de Nosotros, ella y… el duende, me llegué, ¡y cómo no!, a Buenos Aires. Closas actuaba en el teatro Cómico, interpretando el protagonista del drama La lámpara encendida (1952). El año pasado, en mi tercer viaje, cuando fui a dirigir los ensayos La cigüeña dijo sí y La vida en un bloc, volvía a ver actuar a Alberto en el teatro Smart, en la comedia El amor de barba Azul (1954).
Farsa, drama, comedia… ¡No sé en cuál me satisfizo más! Si me viese precisado a definirlo como actor, diría que es un polifacético, con categoría de especialista en cada una de sus facetas».
«El título de esta aproximación al actor, a su obra y a su familia se lo debemos al propio Alberto. Según explicó en una entrevista a la periodista Rosana Torres. «A un paso de las estrellas» era el título de unas memorias que, por aquel entonces, tenía pensado escribir:
… Serían sus memorias, unas memorias que nada tendrían que ver con las que pudo hacer para alguna que otra revista del corazón donde lo contado es calificado por él mismo de anécdota. Unas memorias en las que hablaría de encuentros con hombres como Pablo Neruda, León Felipe, Juan Ramón Jiménez, Sánchez Albornoz, Alberti… en las que contaría cómo se sumerge en una nube cuando sale a un escenario, cómo, desde la sensualidad, entra en relaciones de seducción con el público (El País, 14-11-1988)».