Viajes y libros

‘Cualquiera que os dé muerte’, de Cecilia G. de Guilarte

Cualquiera que os dé muerte

Cecilia G. de Guilarte

Rasmia

Zaragoza, 2022

443 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

“Me marché porque me dio coraje perder la contienda. He regresado porque me da coraje estar fuera de España contra mi voluntad. Así se expresó Cecilia G. de Guilarte (Tolosa, 1915 – 1989) durante la recepción del Premio Águilas por Cualquiera que os dé muerte, que ahora recupera la editorial Rasmia. La novela no carece de un fondo autoreferencial, algo que parece inevitable y que a nosotros nos resulta tan revelador de aquellos años que retrata. “A mí la República me hizo anarquista, (…) porque resultó una República tan Pachuca y tan así, y hacerse anarquista era lo menos que un joven podía hacer en aquellos tiempos en lo tocante a protestar”, llegó a decir, esta mujer que, como tantas otras, estudió en un colegio religioso. En su anarquismo, o junto a él, en plena convivencia y en pleno diálogo, subyace un socialismo cristiano. Y también está presente, en la obra, esa evolución hacia una izquierda republicana, que se debe al exilio en México y al resultado de convertirse en una mujer sin tierra. De hecho, padecerá un doble exilio, pues no soportando vivir alejada de su tierra natal, decide volver para encontrarse con un país que nada tiene que ver con su idealización, que es uno de esos recursos, tipo autoengaño, que tantas veces cultivamos para poder soportar la realidad de nuestros días y nuestras noches. La realidad con la que se topa será de esas que provoquen mucha desintegración interior.

Cualquiera que os dé muerte es un texto atravesado de un realismo concebido para intentar explicar el propio pasado, y así tratar de cerrar heridas. Ese pasado será bastante similar a tantos otros de una época en la que lo más duro a lo que uno podía enfrentarse era al hecho de vivir. El primer valor que se reconoce en la obra es el testimonial: no es frecuente novelar, es decir, traducir a relato, el malestar social con tanta sencillez. Nos hallamos frente a textos mundanos, en oposición a lo celestial, con textos que nos traen a la Tierra. Asistimos a varios años de vida a través de un personaje femenino y a una serie de personajes secundarios que lo orbitan. La novela tiene un carácter semicoral: tenemos a Francisca, la muchacha de familia anarcosindicalista, y a toda una plétora de personajes que entablan constantemente conversaciones sobre los asuntos que más preocupan en su época, sobre temas sociales y políticos. Vamos reconociendo cada una de las posturas que ya hemos leído en ensayos y crónicas de época, desde el comunista convencido al crítico con la labor sindical, pasando por puntos de vista anarquistas y defensores de causas sociales vinculadas al catolicismo; hablaremos constantemente sobre comunismo, anarquismo, sindicalismo, dictaduras y ateísmo. A lo largo de la obra, tenemos la impresión de que nos retrata un país en formación, un país cuya consistencia no deja de ser tan maleable como la del agua.

Nos acompañarán campesinos y obreros, y podremos observar las diferencias entre unos y otros. Hablarán sobre el odio entre partidos políticos. Y veremos a cantidad de personas que pretenden tomar la iniciativa, llevar a cabo proyectos, y se van dando de bruces con los engranajes oxidados con que rueda este país, o, más miserablemente, con la condición humana. Esto les obligará a estar a la defensiva, que es la pose más frecuente de los protagonistas del libro. El mundo es demasiado grande y la tentación es la de echar a correr, pero no existe carrera que nos saque fuera del mundo.

«Las familias de la aristocracia española, y por simple espíritu de imitación las de la alta burguesía, al primer hijo lo hacían general, al segundo embajador y al tercero obispo». «Los anarquistas, nuestro feroz individualismo; los socialistas, nuestra mediocridad; los carlistas, nuestro fanatismo; los monárquicos, nuestra entrañable vanidad… y los pequeños partidos, desgajados unos de otros y sin ninguna originalidad, nuestro inveterado escisionismo y nuestra envidia». «Porque yo, aunque tú digas que soy romántico, en lo último que dejaré de creer es en la lealtad de la raza, en su profundo sentido del honor. Seremos asociales, medievales, primitivos, todo lo que tú quieras; pero el español…». En los extractos seleccionados se reconoce la intención de la autora, que busca explicar porque necesita cauterizar su pasado, confiando ciegamente en el poder sanador de la literatura. Al menos dentro de la obra, el malestar tiene una razón para existir.

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