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‘Kokoro’, de Natsume Soseki

DAVID PÉREZ VEGA.

Ya he comentado que al empezar 2022 me apeteció volver con el escritor japonés Kenzaburo Oé, del que había leído cinco libros a finales de los años 90. En esta ocasión releí uno de aquellos y leí dos más. Me pareció buena idea seguir con autores japoneses, y en la lista que elaboré con los nombres a los que debía acercarme aparecía con fuerza la figura de Natsume Soseki (Tokio, 1867 – 1916), autor al que se considera el creador de la modernidad literaria en Japón. Leí de él sus dos primeras novelas, Soy un gato (1905) y Botchan (1906), en la editorial Impedimenta, libros que tomé en préstamo de una biblioteca pública. Después pensé que ya estaba preparado para acercarme a la que se considera su obra maestra, Kokoro (1914). Este libro lo tenían en la misma biblioteca de la que saqué los otros dos, y en la editorial Impedimenta. Sin embargo, en la sección de literatura asiática de La Central de Callao vi la bella edición de Kokoro que tiene la editorial Satori, ubicada en Gijón y especializada únicamente en literatura japonesa. Además, la edición de Satori cuenta con un prólogo de 50 páginas sobre la literatura de la era Meiji, Soseki y Kokoro, a cargo de Carlos Rubio, traductor del libro y experto en cultura japonesa, que me apeteció leer. Entré en la página de Satori y estuve leyendo sobre sus libros, algo que recomiendo a cualquier interesado en la literatura japonesa. Les escribí para ver si les parecía bien enviarme Kokoro para que escribiera sobre ella una reseña y grabara una vídeo reseña, y muy amablemente me enviaron el libro.

He empezado leyendo la novela y al final me he acercado al prólogo.

Kokoro está dividida en tres partes. La primera se titula Sensei y yo. El narrador es un joven, o tal vez ya un adulto, que evoca por escrito los años en los que era un adolescente, que aún no había comenzado la universidad, y pudo conocer a un adulto, con el que entabló amistad, y al que va a llamar en su narración «sensei», que es una palabra japonesa y que significa «maestro» o bien un título que se otorga a alguien por quien se siente respeto y que es tomado por un ejemplo. El narrador dejará el nombre de Sensei siempre oculto, así como el suyo propio. «Fue en Kamakura donde sensei y yo nos conocimos. Yo entonces era un joven estudiante.» (pág. 63) El narrador ha sido invitado un verano por un amigo para ir a la playa. Allí, de un modo inesperado, el amigo tiene que dejarle, y el narrador se queda solo. Se empieza a fijar en la playa en un hombre que le llama la atención y que, al principio, acompaña a un occidental, y decide conocerle.

Los dos, Sensei y el narrador, viven en Tokio, y el narrador le pedirá a Sensei permiso al despedirse en el pueblo de veraneo para ir a visitarle en su casa de la capital. Sensei accede. Sensei vive con su mujer y son un matrimonio sin hijos. Además, Sensei, aunque tiene un título universitario, vive sin trabajar.

El narrador pronto nos hará saber que está narrando una historia del pasado y que cuando escribe Sensei ya ha muerto. La figura del maestro se va revistiendo de un halo trágico y de algunos misterios. Sensei no tiene relación con su familia biológico, por algún conflicto del pasado, y, al menos, una vez al mes visita en solitario una tumba y no le quiere contar al narrador de quién es esa tumba y por qué siente tanto interés por visitarla a solas. Todos estos secretos han oscurecido la personalidad de Sensei, y al joven narrador le gustaría ser digno de la confianza de su Sensei y que le contase estas intimidades.

En la página 85 leemos: «Sensei no era un hombre conocido. Sus ideas, su filosofía, excepto por mí, que lo conocía bien, no eran tenidas en cuenta por nadie. Yo le decía a menudo que esto era una lástima.» Me hubiera gustado que el narrador le expusiera al lector cuál era la filosofía de Sensei, esas ideas que a sus ojos le convertían en una persona valiosa y digna de admiración, pero, en todo momento, estas ideas filosóficas le son escamoteadas al lector. Tampoco Soseki le mostrará al lector cuáles son los campos de estudios universitarios tanto de Sensei como del joven narrador, un hecho que me preocupa menos que el primero; pero estos dos detalles me hacen pensar que la composición de la novela sufre una pequeña falta en la que podía ser la suma de sus virtudes, que son bastantes.

Sensei, descubrirá el narrador, cuando piense en los pilares sobre los que se estableció su amistar con el maestro, se dará cuenta que él era una persona que experimentaba un constante miedo a ser analizada, y agradece no haberse mostrado como una persona indiscreta, porque de este modo su relación no hubiera sido posible.

La segunda parte se titula Mis padres y yo y el narrador ha de volver al pueblo del interior del que procede para hacerse cargo de su padre campesino, aquejado de una enfermedad mortal. En esta parte Soseki nos muestra la relación de un personaje moderno, que ha dejado el campo y ha emigrado a la capital con el pasado del país. La era Meiji (1868 – 1912), cuyas fechas de comienzo y fin casi coinciden con las de la vida de Soseki (1867 – 1916) se caracterizó por ser un tiempo de cambios y modernización para Japón, un tiempo en el que el país pasó casi del feudalismo a un país moderno. En este proceso Japón hizo un esfuerzo por empaparse de las corrientes técnicas y también culturares provenientes de Europa. Y este contraste entre el viejo Japón y el nuevo lo muestra Soseki al enseñarlos las relaciones del narrador con su familia y los choques generacionales que tiene con sus padres. De hecho, en el tiempo de la novela aparece en los periódicos la muerte del emperador Meiji en 1912, lo que hace que el padre del narrador, postrado por su enfermedad, sienta que es un símbolo y que va a acompañarle pronto. También después de la muerte del emperador se va a suicidar el general Nogi, con un harakiri tradicional, todo otro símbolo del Japón del pasado. Me ha gustado esta segunda parte más que la primera, porque Soseki sí nos ha permitido penetrar en los conflictos familiares del narrador, y estos, con problemas sobre herencias y el cuidado de las personas mayores, son realmente muy universales. Esta parte de la novela me ha recordado a las películas de Yasugiro Ozu, para quien Soseki posiblemente sea una inspiración.

La tercera parte se titula La carta de sensei y aquí cambia el narrador de la novela, que pasa a ser Sensei, quien ha escrito una larga carta a su joven amigo, donde le explica todos sus secretos y por qué se ha llegado a convertir en una persona melancólica y taciturna.

Además de pensar que algunas de las escenas de esta novela han podido influir sobre el cine de Yasugiro Ozu, he pensado que esta obra ha influido también sobre la del premio Nobel de 1994 Kenzaburo Oé. En las novelas de Oé también se establece un juego entre un personaje y otro un poco más mayor que él que actúa como su «maestro» o «sensei», esto ocurría, por ejemplo, en Cartas a los años de nostalgia, donde el narrador se acababa llamando simplemente «k». «K» va a ser la forma en la que se va a nombrar a otro de los personajes del libro, al que no quiero nombrar para no revelar nada importante de la trama.

También hay en Kokoro una obsesión por los suicidios que me ha recordado a la leída en Tokio Blues, la única novela de Haruki Murakami que he leído.

Al acabar el libro he leído el prólogo de Carlos Rubio. Me ha llamado la atención saber que del siglo XIX (salvo, tan vez en sus dos últimas décadas) no existe un literatura perdurable de aquel país porque no existía un arte de la novela como tal, sino narraciones locales, sobre «chistes familiares» que no podían tener éxito fuera de Japón y del contexto, chistes y cotilleos sobre los prostíbulos, y que al llegar la era Meiji y mirar hacia Occidente, los escritores empiezan a adquirir técnicas modernas de novela, desconocidas en Japón.

Ya dije que Botchan me gustó mucho más que Soy un gato. Y Kokoro me ha gustado más que Botchan. El estilo de Soseki en su última etapa de escritor se ha vuelto más poético y melancólico, más reflexivo y triste. El humor de las primeras obras ha desaparecido en Kokoro. Salvo ese fallo de composición del que he hablado, en el que el lector no acaba de saber por qué el narrador admira a Sensei, Kokoro me ha parecido una gran obra.

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