‘La biblioteca de fuego’, de María Zaragoza
REYES GARCÍA-DONCEL
«A veces las personas pequeñas hacen grandes cosas y guardan después silencio» Las personas pequeñas hacen la Historia y las novelas muestran su vida mientras transcurren esos grandes hechos con mayúscula, como es el caso de La biblioteca de fuego que nos sumerge con maestría en la convulsa y apasionante década de los años treinta en España, desde la proclamación de la República hasta el final de la guerra civil.
Los primeros años aparecen alegres, con la conquista de libertades y la ilusión de Tina, la protagonista, por ser bibliotecaria; pero pronto pasa arrasando sobre sus amigos, su familia, la violencia feroz de la guerra, en la que ella madura —«la vida se había abierto paso en la ficción a puñaladas» —; luego vienen los años grises tras la victoria fascista, donde debe aprender a vivir de nuevo. La novela se centra en los pormenores de la recuperación, catalogación y protección de los libros de varias bibliotecas en Madrid, también de las obras de arte del Prado, durante la guerra. El ideal a conseguir es que todos los libros se salven de la destrucción —duele mucho leer el relato de los bombardeos sobre la Biblioteca Nacional y el Museo del Prado— para lo que los funcionarios de cultura trabajan sin descanso. Existe una Biblioteca Invisible, conocida solo por unos cuantos escogidos, donde van a parar todos los libros que deben ser necesariamente protegidos. Tina y su amiga Veva —personas pequeñas a las que las circunstancias obligan a realizar el viaje del héroe— sueñan con ser bibliotecarias, pero terminan siendo soldados de los libros.
La biblioteca del fuego se puede considerar una novela histórica por los hechos que narra y por la profusa documentación que la autora maneja, a la que hay que reconocer un trabajo memorable, pero sobre todo que no la haya utilizado para mostrar su erudición, sino como marco para que sus personajes sientan, sueñen, se frustren, luchen, vivan y mueran. María Zaragoza construye una trama perfectamente hilvanada —lo que no es fácil dada la profusión de hechos y datos—, engarza con dominio las trayectorias vitales de los personajes con el desarrollo de los acontecimientos históricos, sus encuentros y desencuentros, sus amores y odios, de forma lógica pero apasionada a la vez. La historia es capaz de crear una intriga que, a mi entender, la convierte en una novela de aventuras y de misterio también. Y como ya nos tiene acostumbrados, en su estilo sereno, sin adornos superfluos, sin descripciones innecesarias —habiendo no obstante algunas memorables como la de los bigotes de los huéspedes de la pensión—, sin grandes párrafos que hilvanen largas oraciones, pero transmitiendo emoción, fidelidad por los detalles y veracidad.
Además de la protagonista Tina y su íntima amiga, Veva, cuyos arcos de desarrollo y cambio están perfectamente definidos —apuntado más arriba el viaje del héroe que ambas realizan—, el resto de los personajes forman un conjunto variado de caracteres que desprenden humanidad, con sus grandezas y sus miserias, que fueron muchas, como en todas las guerras. Nombrar en especial a la tía Paca, dueña de la pensión Colmenares, mujer protectora, de carácter pragmático, moderna a su modo, y sobre todo espiritista: «Si de algo sabía mi tía era de la muerte. Con la misma eficacia que podía hablar con los muertos, olía la putrefacción antes de que comenzase», que hasta de los fantasmas consigue que te duelan sus atormentadas vidas.
Cada uno de los personajes secundarios tiene importancia en la trama: Angustias, Estrellita, los caballeros huéspedes, Rayo de luna, Blanca Chacel… algunos son de lujo: Pablo Picasso, Fernando Villalón y el mismísimo Federico García Lorca; o asociaciones como el Lyceum Club femenino donde las dos jóvenes fueron aceptadas y se les permitió acceder a libros de contenido feminista.
En toda buena historia hay un villano, en este caso el Conde Duque, que parece omnipresente y reaparece aun cuando se creía destruido con el poder de sus largos tentáculos. Y como no podía ser de otra manera en un libro que trata sobre las miserias y las grandezas humanas, no falta el amor, eso sí atormentado, clandestino, pero a la vez salvador porque: «La realidad se tolera con más facilidad cuando descubrimos que la voracidad del amor nos salva». Personajes resignados a vivir en un ambiente de miedo, penurias, hambre y represalias, que está muy bien descrito: «Que los matase el invierno, para muchos de los que se habían derrumbado entre los escombros y la tristeza, habría sido un regalo». El Madrid sitiado, con sus túneles, sus barricadas, sus plazas, juega un papel fundamental en la historia, una ciudad bien construida en la narración de forma que se casi se puede considerar un personaje más.
La Biblioteca del fuego trata los grandes temas de la literatura, también es una denuncia social y política, pero sobre todo enfatiza la importancia de la cultura, de la lectura para poder considerarnos seres libres, siendo heredera, o hermana, de otras novelas sobre proteger libros, sobre bibliotecas perdidas, sobre el peligro de leer en tiempos convulsos: Fahrenheit 451, Ray Bradbury; El nombre de la rosa, Umberto Eco; La librería, Penelope Fitzgerald; La sombra del viento, Carlos Ruiz Zafón; Leer Lolita en Teherán, Azar Nafisi…
No hay mejor modo de terminar esta reseña sino con la respuesta de la propia Tina a alguien que, agotado por el ímprobo trabajo que llevaba realizando en penosas condiciones, pregunta por qué los sublevados van a querer destruir la Biblioteca Nacional o el Museo del Prado: «Porque el arte y la cultura traen esperanza; porque el saber y el conocimiento son la mejor oposición al fascismo; porque nos han marcado como a enemigo, porque como borregos silenciosos seríamos más manejables». Así pues, amigas y amigos, lean, siempre lean, La biblioteca de fuego o cualquier otro libro porque estarán homenajeando a esta.
Estoy realmente fascinado con este artículo, muy fácil de leer y entender. Muchas gracias por compartirnos tus conocimientos, sigue así!