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‘Caminar hasta el anochecer’, de Lydie Salvayre

Caminar hasta el anochecer

Lydie Salvayre

Traducción de Marta Cerezales Laforet

El Desvelo

Santander, 2022

131 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

¿Cómo debemos comportarnos frente al arte? En cualquier caso, sin codicia. Existe una codicia económica, que todo lo ha contaminado, pero también existe la codicia de prestigio, de reconocimiento y de sentirse un ser superior, un superdotado, alguien que cuando habla los demás deberíamos callar. Existe una sacralización que está desbaratando todo, que nos lleva, con frecuencia, a refugiarnos en la artesanía para encontrar, entonces, objetos hermosos. Ahora uno desea más tener una máscara africana colgada en el salón de su casa que un cuadro de un pintor expresionista abstracto. El arte contemporáneo de la sensación de estar esperando su propia parusía, pues desde hace tiempo es demasiado cerebral y desde hace tiempo apenas cumple las funciones decorativas. Existe en un estrato social que no es común, que no está afectando de belleza a la gente, que se atiene a una clase alta que ha perdido el sentido de la realidad. El arte contemporáneo es una farsa.

Sobre ese sustrato escribe Lydie Salvayre (1948) este delicioso libro, a mitad de camino entre la experiencia personal y la reivindicación política. Alguien le propone pasar una noche en el museo Picasso, junto a la escultura El hombre que camina, de Giacometti, y allí va, de cabeza, dispuesta a mostrarnos todas las reflexiones que dicha situación provoca en su interior. Asistimos a un tornado de emociones y de sugerencias, desde las que se refieren al arte y a la farsa del arte, a las que atienden a la admiración por esta obra y por la sencillez y la humildad del artista Giacometti, cuya obra maestra, al margen de la escultura que adora Salvayre, es su propia biografía, su estilo de vivir. En buena medida, el libro está construido sobre ella misma, sobre su personalidad, sobre sus intereses, sobre sus emociones, sobre lo que cree haber aprendido a lo largo de los años. Nos habla de sus filias y muy pocas veces nos aturde con sus fobias. De hecho, leemos más a una autora que se compadece, en el sentido estricto del término, padecer con, que a alguien que aborrece. Aborrecer no merece la pena. Pero sí asistimos a un momento que nos habla sobre la necesidad de introspección, que deberíamos practicar de vez en cuando, y sobre una praxis de la introspección sin estridencias, sin onanismo. Ese es el gran valor de este ensayo que toca temas culturales y de cultura personal, de formación sentimental y de sociedad que se pudre por alguna de las costuras. Un texto que debería afectarnos hasta proponernos emular ese espíritu, modesto y analítico, que muestra la autora.

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