Vive Molière, de Álvaro Tato y dirección de Yayo Cáceres: mucha farsa con exceso de velocidad
Horacio Otheguy Riveira.
Una de las emociones más intensas para quien ve mucho teatro desde temprana edad, se produce al entrar en cada sala desprovisto de prejuicios. O lo más posible. Lo hay buenos y malos prejuicios, los primeros se producen cuando se ha disfrutado reiteradamente de las creaciones de determinados artistas. Hay muchas maneras de ir ligero de equipaje en busca de gratas sorpresas. No siempre se consigue. A veces repito la función porque creo no haber captado todo lo que debiera, o más de lo que me ofrecen. Parto, siempre, de que el teatro es un arte muy difícil, en el que participan muchas personas, y muchas también son las vueltas que dan los artistas al texto y los ensayos hasta quedar conformes, o medianamente conformes… porque sabido es que noche a noche la representación se va modulando, creciendo, articulando, en gran medida no solo por los aplausos del público sino sobre todo por lo que sucede antes de que éstos estallen; es decir, los silencios, las toses, los movimientos de incomodidad, las risas… Dicho esto, mi llegada a La Abadía iba revestida del enorme prejuicio de asistir a una gran función como siempre me ha sucedido con sus autores. El desencuentro no pudo ser mayor.
Álvaro Tato, actor-cantante, y en este caso escritor, y el director Yayo Cáceres, también músico, hace años que vienen ofreciendo espectáculos magníficos aportando nuevas miradas sobre nuestros clásicos, e innovando también con textos de hoy que hacen profundas referencias al pasado. Tanto con Ron Lalá como con otros intérpretes, han sabido generar gran cantidad de visiones muy reconfortantes, reflexivas y dinámicas con un sentido del humor a su vez que oscila entre lo más popular y lo más refinado. Ahora, por vez primera, presentan una antológica de Molière en la que, si bien reconozco las líneas maestras del texto —con muchos recursos ya desarrollados en otras ocasiones por el dramaturgo—, encuentro una puesta en escena lanzada a un constante tono farsesco que deforma la conmovedora intención de rendir homenaje al maestro que en su nombre se fundara la Comedie Françoise, en cuyo hall de entrada se ha instalado un busto al que todos los integrantes saludan al entrar con un gesto sobre su cara y en los labios una sola palabra: Patrón; respeto, solidaridad, pedido de auxilio para quienes se la juegan en cada función y se sienten respaldados por el espíritu de quien fuera actor, director y para la posteridad, uno de los más grandes dramaturgos mundiales, perfectamente hermanado con Shakespeare, Lope de Vega y Calderón.
En este Vive Molière el desfile de personajes clave en la profusa obra de Juan Baptiste Poquelin, Molière, se produce a una desmedida velocidad, como si los intérpretes tuvieran mucha prisa, pero mucha, por terminar. Al principio parecen remedar lo que se supone que eran las antiguas actuaciones muy sobreactuadas, o incluso al estilo del cine mudo, grandilocuente por demás, pero no se despegan de esa tendencia y así se viste todo el proceso, mechado de la propia historia de Molière, también pasada a todo gas. Sin transiciones, con mucho grito y brazos desmelenados… se llegan a entorpecer valiosas escenas como una seducción a dos mujeres de Don Juan o la tragicomedia de El Misántropo. Muy poco lugar se deja para el reposo de la buena letra y la variedad de géneros que tocó el genial autor de El enfermo imaginario, ya que se trata de una visión extremadamente frívola en la que se banaliza alarmantemente cuanto rodeó a Jean Baptiste.
El texto ofrece perspectivas menos interesantes que otros de Álvaro Tato, pero tiene momentos muy gratificantes que la dirección desprecia por amor a la pura farsa y la velocidad inmisericorde. La función se me hizo muy reiterativa, pesada, con una interpretación también dirigida a macha martillo hacia el mismo tono de constante caricatura, en manos de un grupo de buenos intérpretes que se entregan con desigual fortuna, víctimas de una puesta en escena muy forzada.
REPARTO: Kevin de la Rosa, Juan de Vera, Marta Estal, Laura Ferrer, Mario Portillo
Música original: Yayo Cáceres
Arreglos: Yayo Cáceres y Marta Estal
Coreografía: Nuria Castejón
Escenografía: Ay Teatro y Tatiana de Sarabia
Diseño de vestuario: Tatiana de Sarabia
Diseño de iluminación: Miguel A. Camacho
Diseño gráfico y fotografía: David Ruiz
Sastrería: Maribel Rodríguez RH, Alejandro Jaén
Dirección técnica: Amalia Portes
Producción ejecutiva: Marina Camacho
Secretaría de producción: Carmen Quirós
Prensa: Daniel Mejías
Ayudante de prensa: Jorge Ochagavía
Distribución: Emilia Yagüe Producciones
Dramaturgia: Álvaro Tato
Dirección: Yayo Cáceres
Dirección de producción: Emilia Yagüe
Una producción de Ay Teatro