«Cuota de mal», de Concha García
Por Alberto García-Teresa.
Vibra un sentimiento de culpa en el último poemario de Concha García (La Rambla, Córdoba, 1956). La autora se está refiriendo a la responsabilidad que cada uno tenemos (inconsciente, la mayoría de las veces) en la correspondiente cuota de maldad que surge en nuestro actuar en el mundo; en los efectos de nuestras acciones o de nuestra inacción. Se deduce de ahí, igualmente, una noción de pérdida, la cual se observa con cierta melancolía, que deriva en un ligero desconcierto, en una incomprensión de la realidad. No en vano, con léxico reconocible, Concha García construye alegorías para explicarse y para explicar la vida. Entonces, empujada por el dolor, observa el entorno con distancia mediante un “yo” apesadumbrado. La hiperconciencia del entorno le abruma, en ese sentido, quizá porque está atravesada por el daño, y nos devuelve un sujeto que se debate entre el desentendimiento y la voluntad de cambio; la necesidad de huir o evadirse y la exigencia de implicarse y transformar la realidad. La contemplación de la naturaleza (del mar, sobre todo) impulsa la duda, como un desencadenante para la meditación.
Cuota de mal incorpora dos citas de Simone Weil, las cuales nos ubican en las coordenadas ideológicas de la obra. La primera de ellas abre el poemario. La segunda, divide el volumen entre una primera sección con piezas de extensión similar y mayor contención expresiva y una última parte que presenta poemas más distendidos y largos. Todos los textos están titulados con una palabra: mayoritariamente sustantivos, pero también algunos adjetivos y un adverbio. Esa austeridad nominativa nos coloca en las puertas de poemas no muy extensos, que buscan la precisión en la descripción de escenas boceteadas, pero con la fuerza suficiente como para funcionar de manera autónoma dentro del libro. A su vez, la descripción de pequeños hechos y de escenas cotidianas (la atención a lo pequeño siempre ha sido central en toda la producción de esta poeta) empuja a una reflexión trascendental. No los aguijona la extrañeza, sino un leve malestar. Sin embargo, los textos no se colocan en la tensión de aprehensión de lo inasible, sino en un ejercicio de autoconocimiento a través de la inmersión en el entorno: desentrañar lo que está ocurriendo alrededor sirve para aclarar sus sentimientos (preferentemente, el amor y la soledad) y dilucidar sus intenciones (“dentro de sí encuentra lo que busca”). La característica yuxtaposición de oraciones que utiliza la autora, incluso cuando está formando un cuadro narrativo, otorga un registro fluido a los versos, pero genera unas pausas imprescindibles para ralentizar la lectura y amarrar un tono meditativo. Por eso, la incertidumbre conduce buena parte de las piezas de este volumen: “son tantas las fuerzas / que aprisionan mi piel”; “si pudiera / aferrarme a un sustrato de creencia / mirando tras la ventana, solo veo / la luz desvanecerse”.
Por otro lado, explicita la denuncia social. Más allá de su constante crítica a la alienación y deshumanización urbana (que le acompaña desde sus primeros libros), Concha García aborda la problemática y el dolor de los migrantes y de los refugiados en varias páginas. De esta forma, la autora termina por conformar un conjunto desasosegante por debajo de la calma de la dicción con la que es enunciado. Esa meritoria tensión subterránea nos lleva, así, a un libro incómodamente estimulante, como lo es toda la obra de Concha García.
Cuota de mal
Concha García
78 páginas
Colección Rayo azul, Huerga & Fierro, 2022