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“Sinfonía en rojo”, de Elisabeth Mulder

Por Marina Tapia. CAUCE SOY.

Sinfonía en rojo, de Elisabeth Mulder, editado de forma impecable por Tigres de papel en su colección «Genialogías», es un libro honesto y de una fuerza arrebatadora.

Su poesía mezcla la tradición bíblica y religiosa con el modernismo y con una original teatralidad. Es auténtica y valiente. Late en ella un profundo deseo de volcar un mundo vivo sin desdibujar nada, trasladando toda la voluptuosa paleta de colores que posee.

Interesantísimos son sus juegos del yo, donde la autora mira con lupa cada sensación y sentimiento que experimenta. Se produce un continuo cuestionamiento de la identidad, un vivo sin vivir en mí, un extrañamiento de lo que somos. Los títulos ponen de manifiesto esta búsqueda y la exploración interna de la autora: “La máscara”, “En carne viva, “Variedad”, “Movilidad” o “La eterna inquietud” dan fe de ello.

“Que no me venga de afuera / mi valiente colorido: / que mi tonalidad extraña / esté en mí / y no en la luz que me baña”. Quizá sean estos versos, según mi parecer, la esencia del poemario. Como puede apreciarse, la voz poética desea que todo surja desde dentro, que en el territorio interior se mezcle el mundo.

Este libro juega claramente con la simbología del rojo: puede ser el color que describa un calvario, una hora del día −nocturna y estival−, “el rojo incensario de mi corazón”, la imagen de la luna roja “anémona de fuego”, un rosal “que un viento absurdo y peregrino / sacó de cuajo de un camino”, el alma, o el destello de un rubí que “deslumbra lo mismo que una estrella”.

Elisabeth Mulder, en su poema “Obstinación”, reinterpreta el mito de Adán y Eva, dotándolo de nuevo significado (“pero el triunfo será la fruta:/ cuando madure la cogeré”); también lo revisa en “Deus me fecit”, donde afirma con arrojo:

Dios me hizo, mas Satán
le dio a la carne fresca
las locas convulsiones
de la sierpe de Eva
y me dejó por siempre deformada
con un retorcimiento de culebra.
Mas, a pesar de todo, Dios me hizo,
solamente por eso
a veces me posee el hieratismo
de las castas doncellas.

La autora se suma así a la estela de tantas autoras de la generación del cincuenta en adelante (Carmen Conde, Paca Aguirre, María Victoria Atencia…) que realizaron una lectura aguda, rebelde y crítica −a través de sus versos−, de la Biblia y la tradición clásica.

El cuerpo está muy presente en el proceso de creación, tan intensamente vivo, y dominando la narración poética, que parece que podemos tocar con nuestras manos al texto, sentir su temperatura, su pulso, sus palpitaciones. La poesía de Mulder transmite y emociona. Lo corporal adquiere además diferentes estados: es vapor, es fuego, es cauce, es vena henchida, o cambia como las estaciones del año, pero siempre regresa a la idea del Ser, a la autobservación, a ese analizar sus márgenes, sus mutaciones o, incluso, sus posibles vidas anteriores.

A medida que nos vamos familiarizando con la voz de Mulder, que vamos degustando los cambios de estructura que nos propone, a medida que nos dejamos llevar por su sinfonía intensa y arrebatadora, el poemario se define aún más y gana fuerza. Un torrente de voz nos arrastra, somos presa de su visión y agradecemos profundamente a la autora este verdadero viaje al diálogo con lo más instintivo y genuino de nuestro ser. Porque junto a ella podemos mirarnos en un espejo límpido. Y pasaremos por alto esa sutil incomodidad que le puede producir, a un lector de ahora, el uso de la rima o la adjetivación algo excesiva, ya que hay solidez y veracidad en todo el conjunto.

Cuánto debemos aprender de este espíritu suyo que interpela a la Vida, a la Poesía, al Dolor, a la Sombra. Ojalá las nuevas generaciones disfruten o hereden su pasión, su autenticidad y su deseo de búsqueda, y puedan afirmar: “Sed de infinito / esta ansia de escapar de lo precito / y este anhelo fatal / de ir más allá del Bien / y más allá del Mal…”

Recomiendo vivamente leer este libro que además cuenta con una entrevista a la autora realizada en 1947, un excelente prólogo de Pepa Merlo, un “pórtico” de María Luz Morales (escrito en 1929), un retrato y una fotografía de la autora en la época de la publicación del poemario. ¡Toda una joya!

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