‘Los hombres no son islas’, de Nuccio Ordine
RICARDO MARTÍNEZ.
Este es un libro, de algún modo, ratificación de aquel anterior donde Ordine nos invitaba-sugería la lectura (fundada en su breve pero sustancioso análisis crítico) de esos autores que el tiempo ha transformado en referencias como compañía docta, como sustancia de observación y pensamiento a sabiendas de que, siempre, el lector pretender leerse a sí mismo a través de la obra del autor. Somos miméticamente racionales, adictos al pasado y deseosos de futuro, y el lector constituye, por sí, un ejemplo de ósmosis de curiosidad bien entendida (Por cierto, ¿para cuándo en español algo similar a la recomendación lectora que el autor nos trasladó deliberadamente en su libro ‘Clásicos para la vida. Una pequeña biblioteca ideal’ Y si no clásicos en sentido estricto, sí lecturas que por sí un crítico haya considerado alimento nutriente para el que aprecia de la soledad, la especulación propia. Sería, creo, una invitación a la lectura en un país donde por el hecho de haber leído poco o demasiado interesadamente, se nos va quedando atrás mucho del bien que aporte la memoria pensada, la observación crítica, irónica, inteligente. Visto de ese modo, con rigor analítico, el interior del hombre puede dar mucho de sí, y el escritor es (sería) para ello el observador privilegiado
Tal como se nos recuerda oportunamente en la presentación, “Ondine continúa su defensa de los clásicos demostrando que la literatura es fundamental para fomentar el entendimiento y la compasión entre las personas” Y parece oportuno traer aquí una condición, la de la compasión, que parece haber sido deliberadamente arribada como vínculo entre los hombres, pero que, curiosamente, ha venido a ser reivindicada de nuevo por Mattieu Ricard, hijo del teórico francés Francois Revel, acreditado maestro zen y, a decir de los resultados procedentes de la inteligencia artificial, uno de los hombres más felices del mundo. Atributo tan envidiable como curioso a sabiendas, además, de cómo tantas veces se ha asociado la lectura como una forma de armonía, de vínculo positivo con nuestro destino. Recuérdese: leer es apreciar.
¿Y qué nos recomienda el profesor Ondine como instrumentos de solidaridad y fecundidad espiritual de cuantos libros han sido escritos haciendo bueno el aserto de la gran escritora Virginia Wolf cuando manifestaba: ‘No creo en la separación. No somos individuales’? Veamos un breve y alusivo ejemplo: las ‘Sátiras’ de Ariosto, los Cuatro cuartetos’ de Eliot; la ‘Carta a Louis Germain’ de Camus o ‘La casa de muñecas’ de Ibsen; la ‘Brevísima relación de la destrucción de las Indias’ de fray Bernardino de Las Casas o ‘La defensa de la poesía’ de Sidney.
A propósito de este libro dice nuestro benefactor autor que “se trata de una respuesta a los ataques de algunos puritanos extremistas contra poetas, músicos y actores, acusados de producir y difundir inmoralidad y corrupciones a través de sus obras y de sus representaciones teatrales” Sidney, por el contrario, “considera a la poesía como un instrumento para educar a los lectores en los más altos valores civiles” ¿Se trataré, una vez más, de recordar que ‘el bien y el mal están dentro’, esto es, dentro del propio lector. Solo es cuestión de hacer uso del bien mediante la lectura, mediante la especulación y enseñanza que la lectura puede deparar.
Quepa recordar, en fin, para bien y defensa de la lectura y de los bienes inherentes y derivados de ella lo que Vico nos propone en ‘Sobre la mente heroica’: “Debéis aplicaros a los estudios literarios, nobles adolescentes, no en verdad por unos fines en los que fácilmente seríais vencidos por el vil y sórdido vulgo, como el de obtener riquezas (…) De vosotros se debe esperar que os afanéis en los estudios literarios, para desplegar vuestra mente heroica y poner la sabiduría al servicio de la felicidad del género humano”
Pues así sea. Libros como este contribuyen a ello.