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«La paradoja del caminante», de Francisco Morales Lomas

Por Pedro García Cueto.

LA LUZ EN LA POESÍA COMPLETA DE FRANCISCO MORALES LOMAS.

   La Diputación de Jaén ha publicado La paradoja del caminante que recoge toda la poesía completa de Francisco Morales Lomas, ensayista, narrador, poeta y hombre de larga trayectoria en las letras, siendo, desde hace muchos años, profesor en la Universidad de Málaga. Es, además, académico de Buenas Letras de Granada, de las Artes Escénicas de España, de la Real Academia de Córdoba, de las Nobles Artes de Antequera, etc.

   Con una trayectoria como la suya, tan completa y llena de méritos, acercarse a su poesía es un reto, y, más aún, cuando nos hallamos a su poesía completa. El título ya nos dice que nos hallamos ante un hombre que camina, como la cubierta de este voluminoso libro donde vemos a un hombre o una mujer caminando por un paisaje. Es el paisaje la vida que ha ido construyendo, el tapiz que ha ido componiendo, desde la creatividad enorme que ha cobrado su obra, con tantos libros publicados y artículos en revistas, como el esfuerzo por la docencia que cultiva desde hace muchos años. El telar que ha tejido, con mucho esmero, ve la luz en este tomo donde está su pensamiento, sus indecisiones, sus dudas existenciales, su temor y su dicha ante la vida.

  Como es imposible abarcar todo el libro, sin hacer un estudio completo, que llevaría a un libro, quiero sintetizar su mirada en algunos poemas y en algunos libros, que despiertan ese asombro del poeta que uno es y que reconoce en el otro sus mismas dudas existenciales.

  La literatura, como una corriente de luz que atraviesa el tiempo y que nos va dejando huellas en el camino: tantas lecturas que ya forman parte de nuestra vida, cobra en este libro su resplandor. En el libro Basura del corazón que data de 1985, cito unos versos del poema “Paisaje ictérico”, cuando dice:

Todo ofrece un singular cambio
desde que la sangre se ha hecho paisaje.
El mar surgió de pronto falaz
como un silencio que golpea nocturno,
como una infección de crepúsculos,

   Sin duda alguna, ya late el hombre que ve al mundo como un paisaje herido, además la grandeza del mar que es símbolo de la vida y que va unido a su tejido existencial por su universo andaluz, de su tierra malagueña, vive y respira en el poema. Y el silencio que está presente, porque Morales Lomas sabe que la vida también es oquedad, lentitud, miedo y sombra.

   Y la idea de la canción está presente en toda su obra, dice: «La canción nocturna se repite sin cesar…». Esa canción del agua que es el tiempo, esa copla que nos habla ya del Sur y de la luz y la sombra de la vida. Incidirá en ello en Surcos en la almohada (1987) cuando expresa en el poema “Cinta de fuego”, estos versos:

Carne de hojas
y en tu mirada
la sombra.
Cinta de fuego
y en tu desierto
mi cuerpo.
Solitaria sierpe
que en la corriente del agua
me vence.
Solo en ti mi espejo
y el eco del viento.

   Morales Lomas expresa el vivir como ese espacio donde la sombra crece, como un árbol que lo cubre todo, además, en el desierto, nace la voz del hombre que anhela la felicidad. Y de nuevo el agua, porque es el símbolo de la vida, como aquellos enamorados, en las cantigas de amigo, que buscaban en la fuente el encuentro amoroso. Hay tradición andaluza en la obra poética de Francisco Morales Lomas, pero también de todo lo hispano, de lo folclórico, de lo tradicional. Y su pasión por el mar, cuando dicen en el poema del mismo libro «Aliento marino»: «¡Qué lejos el mar! / y el agua salada que va cayendo / despacio por mis ojos / como un manantial antiguo».

   En Aniversario de la palabra (1998) pulsa el tema de la soledad en el poema titulado «La soledad te mira»: «El espejo es tu guía, el báculo / que asiste al entierro de las horas, / ese paseo por la eternidad de un instante». Consciente el poeta de la felicidad como un instante, conoce que el espejo es también el vidrio donde uno mira el tiempo, donde ve pasar la vida, donde todo se recoge, donde vuelven los padres, el olor a la tierra, la luz de la mañana.

   Hay en toda su obra una duda existencial, que va componiendo una poesía que es un telar, un tapiz lleno de luces y sombras.

    Habla de su padre en «La camioneta de la niebla» porque vierte el pasado a su voz cansada, donde los ecos de los que no están vuelven de nuevo. La poesía se convierte en demiurgo para atravesar el tiempo y hacer de los instantes de evocación una luz que ciega, un resplandor que abraza.

    En La isla de los feacios (2002), dedicado a sus hijos, recuerda a la madre, ese resplandor de su mirada, esa luz que abría las sendas de la vida. El poema «Un cántaro de brasas» nos dice: «¡Mamá!, te llamaba, y eras agua abierta, / La sensación de un cántaro en los labios, / Agua que retorna a su quebrada luminosa / Como las golondrinas regresan al verano».

     La vida que asombra con el eco de un mundo gris, donde se vivían «abrazos de esparto» y le arropaban «brazos de viento», que eran los de la madre en la pobreza que convierte luego su vida en un halo de generosidad y de grandeza personal. Todo ese tejido está en libro, late en cada verso, porque la madre tiene «nombre de cántaro», esa que vuelve e ilumina y ciega con el resplandor del abrazo y de la mañana donde crecen sombras llenas de ternura.

    En Puerta del mundo (2012), dedicado a su padre, donde respira el tiempo, que ya va encontrando el sosiego, todo se resucita con la voz del poema, convertida ya en brasa de un tiempo amado. Cito estos versos: «Cielo azul de mi infancia, los árboles distantes, / la vida, que despierta de su profundo letargo, / se rebela suave en su impávida belleza».

   El poeta se convierte en “Dios”, enamorado del mundo, comprendiendo que nuestra oportunidad está en el instante, en la eternidad de contemplar el mar, de dejarse llevar por el ritmo de las olas o por un recuerdo de la niñez. La Naturaleza cobra esplendor y convierte el poema en un recuerdo que vuelve y torna al niño en adulto para que vuelva a ver el mundo con los mismos ojos de entonces.

    Y de su último libro El año del cielo (2021), ya ha encontrado la calma, el sosiego suficiente para vivir la vida con placidez, cito unos versos del poema dedicado al gran poeta José Sarriá titulado «Este silencio de ahora», cuando dice:

Este silencio de ahora
nace del polvo,
del pálido reflejo
de no querer mudanza.
Es un silencio que viene de antiguo.

    Completa así, hasta la actualidad, una obra en la que conoce muy bien el sentido de la vida, su sosiego, la importancia de la memoria, del mundo que esplende fuera, todo cobra relevancia.

    Estamos ante una obra donde hay ecos de una Andalucía amada, hay querencia del mar, de la infancia, de esos tiempos pasados y de la descendencia que es la promesa de un tiempo mejor. Gran poeta, Francisco Morales Lomas, que convierte al poema en un tejido fino y sensible por donde transitamos como el caminante ante el desvelo de la vida. Hay ecos de Machado, de Cernuda y de tantos otros, pero, por encima de todo, amor a la vida, que es llama que se enciende en cada verso de esta poesía completa de un sabio de nuestro tiempo.

LA PARADOJA DEL TIEMPO, POESÍA REUNIDA, 1981-2021

FRANCISCO MORALES LOMAS

DIPUTACIÓN DE JAÉN

2022

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