Fragmentos volanderos

La felicidad de los matices

 

A veces me he preguntado por qué a algunas malas personas no se les nota en la cara, por qué su maldad no se refleja en el rostro… Enseguida me he dado la respuesta: es que todo el mundo se cree bueno e inocente.

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Una persona relativamente feliz es aquella que consigue la armonía de sus siete bestias: la ignorancia, la ambición, la diversión, el sexo, la soledad, el dolor y el temor (a la muerte sobre todo…). Cosa difícil, porque entonces sobrevendría la octava: el tedio (pues sólo puede aburrirse el que llega a la felicidad).

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Decía Voltaire que las ventajas de la mentira son inmediatas, y las de la verdad muy a largo plazo. Pero a eso yo añadiría que mientras que los sufrimientos de la verdad se presentan inmediatamente, los de la mentira llegan —si es que llegan— a muy largo plazo (incluso, a veces, cuando uno ya no está en este mundo). Así, ¿por qué extrañarse
de que la mentira sea lugar común?

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¿Dónde está ahora la virtud? ¿Cuál puede ser una vida digna en nuestros días? No sé los demás, pero yo sólo hallo una respuesta: no dejarse engañar (ni por la vida ni por la tele, ¡ojo!).

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Este mundo de las imágenes y sus trucos ―de la televisión, del cine, de las telecomunicaciones, de la publicidad, de la propaganda, del espejismo político y comercial…― ha conseguido el efecto, quizás no pretendido, de que la única realidad no virtual sean ya los sentimientos.
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La moda es una manera de querer distinguirse conjuntamente con una mayoría que quiere distinguirse mediante la moda: un intento de resaltar por imitación. Curiosa cuestión.

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La gente envidiosa tiene tendencia a morir de envidia para así castigarte convirtiéndote en un asesino.

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Uno no pierde la esperanza de ser mejor, como no pierde la esperanza de quitarse del tabaco alguna vez.

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La cólera es la forma de liberar el rencor y, por ello, la menos humillante de perdonar a otro, e incluso hacerse perdonar por el otro. Los buenos modales de la hipocresía son la forma más perdurable y engañosa de conservar el rencor y madurarlo y modularlo para hacerlo más humillante.

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Cuando el buen gusto degenera, contamina y arrastra toda la cultura, desde ―por supuesto― el arte, hasta el pensamiento, la literatura, las relaciones sociales e incluso la ciencia.

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Y yo, como a los niños -a quienes les encanta que les cuenten una y otra vez la misma historia, porque cada vez le encuentran nuevos matices -y esa es su felicidad-, no me canso de pensar la vida, porque cada vez encuentro en ella nuevos matices -y esa es mi felicidad.

 

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