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‘La nostalgia de la mujer anfibio’, de Cristina Sánchez-Andrade

REYES GARCÍA-DONCEL.

Elige un tema: «La vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir. C. G. Jung», cita que para situarnos inicia la novela; busca un lugar: la Galicia mágica de bosques impenetrables, brumas y mar, siempre mar, como no podía ser de otra manera en esta escritora gallega; y un contexto histórico: el naufragio de vapor Santa Isabel en la ría de Arousa en 1921, tragedia con más de dos mil ahogados y renombrada como el Titanic gallego; construye unos personajes sorprendentes, pero creíbles, muy humanos, como los protagonistas: Lucha Amorodio, mariscadora y vendedora ambulante, marcada por el encuentro con un náufrago en aquella trágica madrugada antes de su boda con Manuel, siempre anhelante de un amor no correspondido, y su nieta Cristal que intenta descubrir el pasado de su madre y el suyo propio; una ristra de secundarios memorables: la meiga Soliña, la mojigata y reprimida Jesusa o el ambiguo Lagartijo.

Y lo más importante de todo: narra la historia de forma cuidada y lírica, hasta conseguir una novela palpitante y envolvente, de la que no puedes escapar, como es el caso que nos ocupa. Así llegamos a uno de los axiomas más que reconocidos en literatura: lo importante no es el qué —en este caso una reflexión sobre la vida no vivida, la memoria y el olvido—, sino el cómo, y a mi entender Cristina Sánchez-Andrade ha desarrollado una prosa con maestría en esta magnífica novela.

La noche del dos de enero 1921, los hombres no están en la isla de Sálvora y son las mujeres las que deben ayudar a los náufragos. Vestida de novia, pues es también la madrugada de su boda —una unión que ella no desea pero acata—, Lucha acude a la playa buscando su velo, y lo encuentra rodeando los genitales de un náufrago inglés. Lo que ocurrió aquella noche será un secreto que la atormentará siempre, pero que también le hará concebir la ilusión y la esperanza de vivir otra vida, de conseguir escapar de la suya aburrida, donde solo hay trabajo, sin amor ni aventura.

El naufragio del vapor Santa Isabel marca la historia del pueblo aunque —a consecuencia de algún conjuro que se atribuye a la meiga Soliña—, todos hayan olvidado aquella noche: «¿Qué ocurrió esa madrugada que no puedan contar? (…) por algún motivo, les daba miedo recordar», secretos y trapos sucios de la memoria que quiere desvelar Lagartijo —un hippie que aparece por el pueblo en los años setenta—, utilizando el poder evocador de la música, con escasos resultados pues: «su memoria era como un trozo de tela arrebujado y metido en un barreño de agua con lejía diluida». Pero sobre todo el naufragio ha marcado a Lucha, la mujer anfibia como la nombró el náufrago inglés en su única noche de amor, a su hija Purísima de la Concepción «una flor distinta que vence la mediocridad», y a su nieta Cristal.

Para remarcar aún más esta obsesión personal y colectiva, Sánchez-Andrade utiliza el recurso narrativo de la historia circular: el primer y el último capítulo se continúan como si solo hubiera pasado un segundo, y entre ambos se abren los recuerdos, o quizá la imaginación, de Lucha Amorodio que hilvana la historia y vuelve siempre a la misma noche, pero atraviesa tres generaciones de mujeres, desde al año 1921 hasta las primeras elecciones democráticas primero en la isla de Sálvora y luego en la aldea de Oguiño, en un círculo incansable de nostalgia y anhelos: «La vida, la única que tuve, se me fue pensando en otras mejores». A fuerza de contar la historia del naufragio, y de cambiar la realidad para adecuarla a sus intereses —donde la autora hace una reflexión sobre la memoria, los secretos y la culpa colectiva—, la mujer anfibia se convierte en una de las heroínas del salvamento del Santa Isabel: «…la otra historia era mucho más fácil: era la que todos querían escuchar», mientras su matrimonio se desmorona sin un solo día de amor: «cuando se acercaba a su mujer solo encontraba hielo».

Escrita en una prosa admirable, que mezcla con equilibrio el realismo más crudo con el mágico: «Sacudió la cabeza y la trenza se soltó: diez, doce murciélagos surcaron el aire emitiendo quejidos», visiones oníricas,  esperpento, y humor (memorable la escena del tanga de Lagartijo en la playa), las descripciones son breves pero certeras: «…con una capucha, hirviendo en moscas y piojos». Es un libro muy verde y muy gallego. Sensorial, muy olfativo, al leer sus páginas te sientes impregnada del olor a pescado y marisco, a pócimas de meiga.

Un libro donde hasta las emociones: «Cuando se enfadaba, se le humedecía la frente y despedía un olor a botica y orines secos», las aguas de las parturientas: «…empaparon el catre sobre el que dio a luz, un olor a algas, hinojo y mar se extendió por toda la casa», o incluso las olas de ese mar ingrato y feroz,huelen. Un libro donde las brumas y la humedad son pegajosas, y los sonidos de su habla —la autora utiliza palabras en gallego sin traducción: avoa, faiado, lareira, marusía…— contribuyen a crear la sugestión de que estamos caminando por el territorio de los «trozos de piedra granítica, recubierta de liquen amarillo», desde la primera a la última página.

Me he sentido identificada con la novela desde el principio pues el tema que aborda —«Vivimos de forma paralela dos vidas. Una es la que tenemos aquí, al alcance de la mano; la otra es la que pudo haber sido», como sabéis los que me leéis, también yo me he atrevido a novelarlo. La imaginación, y por supuesto la  literatura, siempre nos permitirán escapar de la realidad y vivir otras vidas posibles, tan verdaderas y sentidas como la física, porque al fin y al cabo… ¿quién decide cuáles son nuestros recuerdos?

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