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Al Mundial con Juan Goytisolo y Carlos Edmundo de Ory

Ya pueden verse y oírse, sea enhorabuena, reportajes laudatorios sobre Catar aprovechando el inminente comienzo del Mundial de fútbol. ¿Por qué no? Ya los hubo hace cuatro años sobre Rusia (qué cruel sarcasmo) y supongo que los habría sobre la Argentina de los militares en 1978, de forma que no hay por qué asustarse si oímos en la radio, como me ocurrió en la noche del miércoles, a una española residente en el emirato que sobre Catar corren muchas leyendas urbanas y que ella puede caminar por la calle cogida de la mano de su marido (qué avances de libertad sexual…) o si leemos de un compatriota arquitecto (seguramente sobrevivió a las obras, al contrario que los miles de obreros bangladesíes muertos Dios sabe cómo durante la construcción) que en Catar se puede comprar cerveza, aunque solo sea en un hangar para diplomáticos de aspecto tan dudoso que se tiene más bien la impresión de estar comprando crack. Se puede, incluso, seguir el campeonato partido por partido por la televisión pública, que también nos ha ofrecido amenas tomas turísticas del zoco de la capital por si nos apeteciera ir a comprobar de primera mano sus encantos y ha tenido la gentileza de añadir una generosa porción del dinero de todos a las arcas siempre umbrías de Mediapro para retransmitir el Mundial en abierto y, al parecer, en 4K. Hacía bastante que TVE no retransmitía un Mundial, y cuál mejor que este para arreglar ese defecto.

Así que, con alegre desenfado y perfecta resolución de la imagen, podremos ver en el Telediario de la televisión pública reposados reportajes sobre los horrores de la guerra en Ucrania, continuas informaciones sobre la merma de libertades en Rusia, Turquía o Venezuela o enterarnos de la preocupación por la decadencia de la democracia estadounidense y, a los postres, limpiar el mal sabor de boca con las muchas seducciones del país anfitrión o con las evoluciones de la tropa enérgica y juvenil, a imagen de su seleccionador, que nos representa. En fin, si alguien quiere denunciar una vez más que el fútbol es el opio del pueblo difícilmente hallará un momento mejor que este en que nuestra sociedad y nuestro sistema mediático al completo, y comandado por el “ente público”, han decidido apretar el nudo de la venda para ver lo menos posible fuera del rectángulo verde. Así que a mí me gustaría reconfortar a todos aquellos de mis compatriotas que han optado voluntariamente por la ceguera y hacerles ver que nunca caminarán solos, aunque lo hagan a trompicones. En efecto, nada menos que un premio Cervantes como Juan Goytisolo habló ya sobre sus antepasados en Señas de identidad.

Señas de identidad es la primera novela de la trilogía de Álvaro Mendiola, inauguración de la etapa experimental de Goytisolo y proyecto al servicio de la reflexión crítica, o más bien en cierto sentido del ajuste de cuentas, con España o, más concretamente, con la España burguesa y nacionalcatólica del franquismo que el escritor conoció en su infancia y que desfila a lo largo de la novela siguiendo el hilo conductor de los recuerdos del narrador, que abarcan la educación, el periodismo, la política… y el deporte, importante una vez más en la obra literaria más insospechada.

Las primeras cuatro referencias de importancia caracterizan el ambiente social en el que transcurren la infancia y la adolescencia de Mendiola, la alta burguesía catalana, que como en el famoso poema “Infancia y confesiones” de Jaime Gil de Biedma, nacido “en la edad de la pérgola y el tenis” (o en El jardín de los Finzi-Contini, que ya comentaremos más o menos extensamente en otra ocasión), se distingue por las grandes propiedades con jardín y pista de tenis, si bien en su caso como abandonada e “invadida de hierba”, detalle que no sé si será excesivo interpretar como un signo incipiente de la decadencia interna, la podredumbre, de esa Cataluña burguesa que retrata y critica Goytisolo en la novela. El retrato se completa con una estampa de muy concentrado sabor hispánico y que simboliza muy bien el significado social de determinados deportes entendidos como poses más que como actividades en donde los jóvenes estudiantes de familia bien no solo se ven obligados a recitar como autómatas unas oraciones de lo más barrocas, en el sentido más profundo del término (“Sangre de Cristo, embriágame […] Dentro de tus llagas, escóndeme”), sino que posan para una fotografía junto a “la figura severa y circunspecta del reverendo padre confesor […] con pantalones de golf, corbata y cuello duro”. Por eso, no es de extrañar que la afición al deporte tenga en este ambiente mucho de esnobismo, como en la figura repipi de Enrique, uno de los mejores alumnos del internado, que, “con su voz bien timbrada de barítono, se complacía en disertar a menudo sobre deportes, historia, literatura” y resulta ser, además de esnob y pagado de sí mismo, fascista: “Enrique hablaba con dilatada elocuencia de Ramiro Ledesma” o de “los discursos de José Antonio, […] algo formidable” y, sumariamente, “la única respuesta seria de Europa al desafío de Lenin”.

Por último, como cerrando esta primera exposición del tema del deporte, aparecen ligados estos tres aspectos, junto con la ignorancia y la decadencia moral de la burguesía, en la que se insiste, en el final “lamentable” de otro personaje, Sergio, que fuera también compañero de estudios del narrador, y que sirve para mostrar aún la connivencia de la burguesía catalana y el régimen franquista, unidos por el fútbol y, muy concretamente, por un club de fútbol en particular: “[…] había vendido su espléndida biblioteca a un trapero y se le veía regularmente en las tribunas del Club de Fútbol Barcelona. Evolucionaba por los círculos aristocráticos y su nombre figuraba en la Comisión Ciudadana encargada de organizar el recibimiento triunfal de los prisioneros de la División Azul devueltos por Rusia”.

Por supuesto, el fútbol es, como en la sociedad española, el deporte con mayor presencia en la novela y aparece tratado también como el deporte popular que es, como patrimonio, en cierto sentido, de las clases bajas o incluso de los socialmente indeseables, como los presos que improvisan un partido en el patio de la cárcel con una pelota de trapo y recuerdan nostálgicamente de los tiempos de libertad la expansión (en todos los sentidos de la palabra) de los partidos de fútbol: “¿Te acuerdas, cuando jugábamos al fútbol, la tarde que ganamos al equipo de Vera y tuvimos que salir del campo a puñetazo limpio?…”. De hecho, en las últimas páginas de la novela, que en parte recapitulan, como la conclusión de una obra musical, los principales temas desarrollados antes, el narrador recuerda a los republicanos represaliados y encarcelados que “habían […] corrido tras una mísera pelota de trapo atisbado el cuadrado azul infinito del cielo espiado el vuelo libre y generoso de las aves”, expresando así de manera sintética la correlación simbólica entre fútbol y libertad.

Pero al tiempo, el fútbol es, como muchas veces lo han entendido al menos ciertos sectores izquierdistas, un elemento alienante, un opio para el pueblo español, en gran medida embrutecido e inconsciente y formado “por una multitud de compatriotas que se figuraban libres porque malvendían   ̶̶y era un progreso ̶ su mísera fuerza de trabajo, feriaban por decreto un día a la semana, procreaban regularmente hijos absurdos, discutían con extraña pasión acerca de la rodilla de un futbolista o el muslo herido de un matador de toros” y parecen, en definitiva, como en Tiempo de silencio, de Luis Martín Santos, “toros ellos mismos y ni siquiera eso, mansos felices que hablaban con arrogancia de lo permitido y se permitían condenar lo condenado, triste rebaño de bueyes sin cencerro […]”. De hecho, tan integrado parece tener el pueblo español el fútbol en la mediocridad de su vida sin horizontes que Goytisolo lo incluye en una cruda parodia de la nostalgia de la patria que sentirían los emigrados a Francia, a los que imagina añorando su tierra o “manten[iendo] el contacto espiritual con la madre patria gracias a la atenta lectura de los resultados del campeonato nacional de fútbol en Marca o Vida deportiva” al tiempo que “protest[aban] contra la abominable cocina europea sin garbanzos y regresaban con porte triunfal a la tribu refiriendo extraordinarias proezas sexuales a sus embobados paisanos”, que comparten con ellos, aunque a este lado de la frontera, la paletez futbolera constitutiva del español de los años del desarrollismo, satirizada de manera similar solo un año después por Carlos Edmundo de Ory en su “Trípode español”, una especie de deconstrucción postista de los cánticos de la hinchada patria en un mundial de fútbol:

I

Españoles oles oles ¡olé!

Olas olas del mar

Españoles es ser o no ser

pañoles paños puños piñas

Es un es

pañol

pañal

niño en pañales

¡puñales!

 

II

Que no me vengan a mí

que no me vengan

con venganzas

Español

espada y gol

Yo andaluz

el que anda con luz

ilumino

el camino

y apago el casino

 

III

Yo no pienso en España

(pienso para las vacas)

 

Yo doy la cara España

y doy la seña

La seña aquí y ahora

¡Señora España!

 

Quizás por esto no fue buena idea, desde el punto de vista del grupo de estudiantes antifranquistas en el que se integra Mendiola en su etapa universitaria, convocar una manifestación aprovechando el gentío congregado en las Ramblas antes de un partido de fútbol. La masa de aficionados favorece tanto (como ellos buscaban) la ocultación que hace imposible distinguir a un policía de paisano de un auténtico hincha o a un manifestante de un simple aficionado sin inquietudes políticas. Tanto es así que de manera lastimosa el empuje contestatario se disuelve entre los paseantes desinteresados y solo una hora y media después, de manera vacilante y como por salvar la honrilla, el líder estudiantil intenta poner en marcha una protesta que termina “en unos segundos” con la detención de tres cabecillas y el fracaso de la manifestación antes siquiera de empezar. Mendiola, por su parte, “no volvía en sí, de su asombro”, pero claro, ¿qué cabía esperar, dado lo que llevamos dicho, de un pueblo tan futbolero como el español?

Y aquí estamos sesenta años después, disolviendo la manifestación contra una de las más afamadas satrapías teocráticas del mundo antes de empezarla para ver rodar el balón. Ruede, pues, y animemos todos a la señora España; pero no olvidemos que el fútbol podría también servir a la libertad y no a la tiranía.

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