Alberto San Juan vomita versos de Lorca a ritmo de jazz sobre el asfalto de Nueva York
Por Mariano Velasco
Huyendo de una crisis personal, no es aventurado decir que Lorca marchó a Nueva York en 1929 en busca de una utopía y se dio de bruces con una crisis social y, sobre todo, con la más pura distopía. De semejante error, si así quiere entenderse, y de una estancia de menos de un año allí, salió a relucir el Lorca más surrealista, desgarrado y oscuro de Poeta en Nueva York, magníficos versos sangrantes extraídos de un paisaje que él mismo definió como “arquitectura extrahumana y ritmo furioso”. “Geometría y angustia” en la que se aventura a bucear un brillante Alberto San Juan recurriendo al soporte textual de la conferencia que Lorca impartió a su regreso a Madrid para presentar su obra, intercalando poemas y respaldado el actor, no podía haber mejor manera, por una espléndida banda de jazz.
Versos difíciles los de este libro cuya mayor riqueza reside en su infinitud, en que son poemas que nunca acaban del todo, en que siempre van a quedar matices, emociones e imágenes por interpretar y por descubrir de su esmerada lectura o, como en este caso, atenta escucha. Poesía amarga que es, para el poeta, “carne mía, alegría mía y sentimiento mío”, y para cuya comprensión el personaje que crea San Juan invoca aquí, como tampoco podía ser de otra manera, al consabido duende lorquiano. Duende atraído esta vez no por el flamenco, sino por el buen hacer de esta banda de jazz que le guarda las espaldas a San Juan, el contrabajo de Pablo Navarro, la batería de Gabriel Marijuán, la guitarra de Claudio de Casas y el saxo y clarinete de Miguel Malla. Ellos, bajo iluminación de sangre y luz de luna, matizan, sugieren, explican, profundizan y nos embriagan y envuelven en el espíritu lorquiano, arropando todo ello la respetuosa voz del entregado y omnipresente Alberto San Juan.
“La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean las aguas podridas”.
Tal vez lo único que uno pueda hacer al sentirse “asesinado por el cielo” y darse de bruces con semejante paisaje sea volver a la inocencia y tratar de observarlo todo con “aquellos ojos míos de mil novecientos diez”. A ver qué pasa. Pero aun así, lo mirada infantil del poeta también repara en lo que le espera en esta puñetera ciudad inmensa:
“…He visto que las cosas
cuando buscan su curso encuentran su vacío”.
Un vacío, el que va a encontrarse Federico en Nueva York, paradójicamente caracterizado por una ciudad llena de gente, de enormes edificios y de ambiciones desbocadas: “nadie puede darse idea de la soledad que siente allí un español y más todavía si éste es hombre del sur. Porque, si te caes, serás atropellado, y, si resbalas al agua, arrojarán sobre ti los papeles de las meriendas”.
“Yo, poeta sin brazos, perdido
entre la multitud que vomita”
Y donde Wall Street, frío y cruel, asusta al poeta mientras el negro barrio de Harlem, espiritual e insobornable, lo acoge con los brazos abiertos. Harlem parece ser, y bien que lo explican San Juan y su banda, el más amable paréntesis que Lorca encuentra durante su estancia en Nueva York, allí donde busca “subrayar el dolor que tienen los negros de ser negros en un mundo contrario” y donde halla ese calor humano que no hay “donde están los americanos rubios”:
“Es preciso cruzar los puentes
y llegar al rubor negro
para que el perfume de pulmón
nos golpee las sienes con su vestido
de caliente piña”.
Al hacer otra vez patente su simpatía por los más desfavorecidos, como ya le sucediera en su Andalucía natal con mujeres, homosexuales y gitanos, de la sólida garganta de San Juan resurgirá el grito del poeta más socialmente reivindicativo, aquel de…
“Yo denuncio a toda la gente
que ignora la otra mitad”.
Además de la inocencia perturbadora del gran barrio negro de Harlem, otro de los incisos que alivian a Lorca en su estancia en Nueva york es la huida al campo en verano, donde encuentra ahora la complicidad de los niños. Pero lo que pudo haber sido serenidad y belleza se vuelve otra vez angustia y desesperación. Ahí ha de sacar San Juan la ternura necesaria para fusionar un trágico suceso, la muerte de una niña en un pozo, con un amargo recuerdo, para acabar sacando a flote otro de los característicos símbolos del universo lorquiano, el agua estancada:
“No, que no desemboca. Agua fija en un punto,
respirando con todos sus violines sin cuerdas
en la escala de las heridas y los edificios deshabitados.
¡Agua que no desemboca!”
Antes de salir de Nueva York con rumbo a Cuba, alivio para el alma y el cuerpo, la propuesta de Alberto San Juan busca un resquicio al texto para introducirnos una pincelada, dura y directa, de la visión religiosa de Lorca, ese equilibrio entre la admiración que Federico mostró por la figura de Jesucristo y la crítica furibunda hacia el poder establecido de la Iglesia:
“Pero el hombre vestido de blanco
ignora el misterio de la espiga,
ignora el gemido de la parturienta,
ignora que Cristo puede dar agua todavía”.
Le entran a San Juan el ritmo y el son en el cuerpo para embarcarse por fin rumbo a Cuba, donde Federico vivió y disfrutó los tres meses siguientes antes de regresar a España, Y a Lorca, cómo no, le invade el recuerdo de su Andalucía: “el amarillo de Cádiz con un grado más, el rosa de Sevilla tirando a carmín y el verde de Granada con una leve fosforescencia de pez”.
“Cuando llegue la luna llena,
iré a Santiago de Cuba,
iré a Santiago”.
Pues resulta que Federico al final se alejará de Nueva York, vaya, “con sentimiento y con admiración profunda”. Será porque si algo debe de tener el ser poeta, y con él el actor que aquí lo encarna, es saber sacar de la angustia, de la opresión, de la inhumanidad más despiadada un atisbo, por pequeño que este sea, de la más pura belleza.
Lorca en Nueva York
Reparto
Alberto San Juan
Claudio de Casas – Guitarra
Pablo Navarro – Contrabajo
Gabriel Marijuan – Batería
Miguel Malla – Saxo y clarinete
Dirección: Alberto San Juan
Iluminación: Raúl Baena
Fotografías: Miguel Pla
No os podéis imaginar lo que me gustó la obra Lorca en New York. La vi en el teatro de Dos Hermanas. Me encantó. Tuve prisa al salir y no pude comprar los CD de la grabación de la obra que vendían en el hall del teatro. Me lo podéis enviar. Y yo pago contra reembolso o como queráis. O dónde los puedo comprar. Espero contestación. Gracias.
Hola, soy el autor de artículo y la verdad no sabría decirte. yo creo que lo más fácil sería que llamaras al Teatro Bellas Artes. Tal vez ellos te informen.