Pan y circo
Como no soy la cantante Alaska, la gente no me señala ni me apunta con el dedo, no susurra a mis espaldas y a mí me importa un bledo. Pero sé que me critican y aunque no me consta que me odien, sí es probable que esta columna me haga perder una media de cuatro o cinco amistades por renglón, especialmente, entre esos que ya revolean los ojos con desdén o aburrimiento y no me aguantan más cuando critico solemnemente la industria del fútbol y no pierdo ocasión para señalar las muchas aristas oscuras de esa operación de crimen organizado a gran escala que es el Mundial de Fútbol de Qatar que empezará dentro de pocos días. Si parecía que habíamos coronado la tarta de la corrupción con el Mundial de Rusia del 2018, venimos ahora a poner la guinda del pastel con Qatar 2022. Pero, en fin, siempre seremos capaces de superarnos a nosotros mismos y parece que todo vale con tal de asegurar el pan, el circo, y los cimientos que sostienen al emperador…
La buena noticia es que esta vez están teniendo algo más de resonancia las denuncias que las organizaciones de derechos humanos llevan haciendo desde hace más de diez años. Sí, esas organizaciones a las que se tiende a espantar de muchos debates como se espanta a las moscas en verano alrededor de la mesa: con un manotazo y una mueca de fastidio, con un espray insecticida o instalando mosquiteras en las ventanas para no verlas ni sentirlas y así olvidarnos de que existen o de lo que tienen que decir, pero a las que, curiosamente, el tiempo casi siempre acaba dando la razón.
A mediados de 2014, en un viaje a Nepal mi avión hizo escala en Qatar. Desde entonces me ha sido imposible olvidar el impacto que me causó el cambio demográfico del pasaje del primer trayecto, Nueva York-Doha, al del segundo, Doha-Katmandú. Y si bien es cierto que uno siempre siente cómo va disolviéndose en la universalidad de otras razas y culturas durante esas escalas de los viajes transcontinentales, en aquella ocasión el cambio tuvo un matiz especial: la mayoría del pasaje del segundo avión lo formaban trabajadores nepalíes que volvían a sus casas repatriados, agotados, frustrados, estafados, derrotados, pero también aliviados, asistidos y acompañados por una organización humanitaria. Hablé con muchos de ellos en la sala de embarque y durante el vuelo y también con algunos de los funcionarios que coordinaban la operación humanitaria. Las historias que escuché entonces son solo un pequeño ejemplo de las muchas por las que debe rendir cuentas la organización de este mundial: desde al abuso laboral al trabajo en condiciones infrahumanas o en condiciones de esclavitud; desde el maltrato físico y psíquico y la estafa a la trata de personas, el secuestro y la detención arbitraria… Un sistema normalizado de abusos en cadena y continuado durante años para proveer mano de obra extranjera que, en las peores condiciones de precariedad, garantizara la construcción de las infraestructuras necesarias para la celebración del mundial (entre las que se incluyen, por ejemplo, estadios a cielo abierto, pero con aire acondicionado para combatir el calor del desierto) y que, según algunas fuentes, ha costado más de 6.000 vidas.
La FIFA suele responder sacando pecho asegurando que, a lo largo de estos años de presiones y protestas se ha conseguido implantar algunas mejoras en las condiciones laborales de los trabajadores (algo tan “disparatado” como, por ejemplo, un salario mínimo) pero sus explicaciones no han sido suficientes para evitar que muchas ciudades de varios países hayan decidido boicotear simbólicamente el mundial y no ofrecer ni el espacio ni los recursos públicos para retransmisiones. Las historias de las víctimas y las denuncias de los abusos que han sufrido han llegado a las primeras páginas de medios de comunicación importantes de todo el mundo y forman por fin, aunque de manera tangencial, parte del debate. Sin embargo, no parece que el impacto será lo suficientemente grande para abrir una grieta en el altar de impunidad en el que la industria del fútbol se mantiene, y se sostiene, imperturbable.
Y eso que, para no aburrir a los pocos lectores que hayan llegado hasta aquí, no voy a entrar en lo que supone el mundial en términos medio-ambientales en estos momentos críticos del irreversible cambio climático, ni en la cruel paradoja de su consumo desorbitado de energía durante el mismo invierno en el que en muchos países se piden esfuerzos de racionamiento en la calefacción y la energía eléctrica empieza a ser un bien de lujo para muchos hogares debido a la invasión rusa en Ucrania; Que no cunda el pánico: tampoco voy a entrar en la red de corrupción de alfombra roja y salas de juntas que rodea la polémica elección de Qatar como sede de este mundial y que la justicia de varios países está investigando.
Pero veremos por dónde sale este tiro tan irresponsable de la FIFA y si quienes no se terminan llevando también su porción de problemas es, al final, el público de a pie: a Qatar llegarán cientos de miles de aficionados siguiendo y animando a sus equipos, con espíritu vacacional, dispuestos a divertirse y, probablemente, ajenos o indiferentes a todo lo anterior, pero también a que el país que los acoge prohíbe (cultural, religiosa, administrativa o penalmente) la mayoría de las costumbres y comportamientos asociados a los festejos de los espectáculos deportivos: las celebraciones ruidosas por las calles, el consumo de alcohol salvo en hoteles designados para extranjeros, la vestimenta que deje al descubierto hombros o piernas, la toma de fotografías de recintos oficiales y religiosos, las expresiones de afecto en público (lo que incluye caminar abrazados o cogidos de la mano) incluso entre personas de sexo opuesto pues, efectivamente, la homosexualidad está sancionada como comportamiento criminal; y, otra guinda del pastel escandalosa de su vida diaria: a la mujer como sujeto legal independiente pues toda gestión debe estar siempre supeditada a un hermano, marido o padre.
O las autoridades qataríes a pie de calle hacen la vista gorda y se entregan a su mundial dispuestos también a saltarse y contravenir sus propias normas o parece probable que la atención se va a desviar muy pronto a las situaciones que se produzcan con los turistas fuera del terreno de juego.
Espero, de verdad, que las embajadas hayan reforzado sus servicios consulares.
Al igual que espero no haberme quedado sin amistades al escribir este punto final.
Muchas gracias Fernando. Somos muchos los indignados por este tema per, como tú dices ¿a quién le importa?
Hice un viaje similar al tuyo: Madrid-Doha y Doha-Katmandú. El contraste del cambio de pasajeros en Doha me dejó impactada. Somos unos Sapiens capaces de hacer los actos más generosos para ayudar
y a la vez dar un garrotazo al prójimo, si conviene a nuestro bienestar.
En fin, un abrazo inmenso con ganas de coincidir en algún momento contigo en algún lugar.