En busca de la frase que redima el día
Elena Marqués.- He escuchado en incontables ocasiones quejas y más quejas sobre la escasez de pensadores en nuestros tiempos. Habrá quienes ni siquiera los echen de menos. En un mundo que gira a más velocidad de la permitida, y entre tantos cuerpos que prefieren hacer jogging para llegar pronto a los umbrales de la fama antes que cultivar la mente, pararse a reflexionar está convirtiéndose en una rareza, en una hazaña de trascendencia épica.
Por eso me resulta tan interesante la labor de Cypress Cultura y su Apeadero de Aforistas, pues, si bien está claro que no todos estamos capacitados para leer sesudos tratados intelectuales, libros como El mundo que se abre, de título tan significativo como esperanzador, sí que están al alcance del cualquiera.
En 99 aforismos en torno al hombre, los cambios, el conocimiento, el sentido de la vida, la necesidad de vencer el miedo con el orden, los límites de la ciencia, donde no faltan algunos metaaforismos de innegable originalidad y acierto, quien fuera profesor de la Universidad de Jaén, Emilio López Medina, nos hace entrega de un buen puñado de reflexiones que quizás excedan de las dimensiones del género para convertirse en luminosos fragmentos con voz propia. Ya lo anuncia José Luis Trullo en sus palabras preliminares, concienzudas y clarificadoras, al hacerlos entroncar, al libro y al autor, con la tradición aforística de Nietzsche o Wittgenstein, aunque no habla el prologuista de un hilo tenue que detecto por entre la sabiduría que de ellos emanan y que, dados los tiempos que corren, es muy de agradecer: un sutil sentido del humor que lo conduce a «alucinar con el personal» y a compartir dichos como «Me gusta la Filosofía, amo la Filosofía. Entre otras cosas, porque es el único trabajo (decente) que se puede hacer acostado». Pero, sobre, todo, con esa fina ironía propia de las mentes lúcidas, y a la manera de Pascal, se permite bromear sobre ella (a la Filosofía me refiero) y sus alcances, pues, como refiriera el matemático francés, «Burlarse de la filosofía es verdaderamente filosofar».
Partiendo de esas premisas, no debería sorprender que un pensador como López Medina lance tantas piedras a su propio tejado («es verdad que los filósofos, en particular, se quedan en la técnica de decir tonterías universales»); que defina esa rama del saber que ha elegido como vocación y modo de sustento tal que «conjunto de errores para afrontar la existencia»; y que en estas páginas se aluda a algunos de los más célebres filósofos de todos los tiempos no precisamente para alinearse a sus «teorías», sino para hacer notar sus agujeros negros y debilidades y establecerse, siempre desde una humildad digna de elogio, como estudioso con criterio propio, como hombre subversivo que emplea el aforismo del mismo modo que los próceres usan la biología y las armas de destrucción masiva, para dinamitar lo establecido, pues «También los aforismos, como los microbios, pueden acabar con las grandes estructuras orgánicas del pensamiento».
He de decir que el tono (de ello habla precisamente en el aforismo 25) no es siempre el de esa sutil ironía que estoy comentando, y que en determinados momentos se reviste de seriedad, que no de solemnidad (¿quizás de un leve desencanto?), lo que hace que su lectura sea amena y a la vez productiva. A ello se une que entre un aforismo y el siguiente en ocasiones se desliza un hilo consecutivo (algunos inician con un «Sin embargo» o un «Por esto» que nos hacen volver por un momento la vista atrás) que lleva a establecer un continuo diálogo hasta rozar, de algún modo (el mismo autor lo deja caer en alguna ocasión), el género ensayístico, del que en el fondo no creo que huya, pues los parentescos entra ambas fórmulas escriturales están bien establecidos. Yo, sin embargo, sí que percibo en ocasiones un deseo de «justificar» la elección de este formato «menor» como medio de expresión y conocimiento (léanse los fragmentos 31 y 70, por ejemplo), pero también de poner por encima de la Filosofía a la Poesía (y de revestir a la primera de la segunda).
«A veces, con una frase, con una idea, el día queda redimido», concluye en un momento dado. Eso pienso yo también.
Quienes tienen el hábito de leer aforismos tienen más posibilidades de que el paso del tiempo le sea más grato. Sé que es un género con un público muy reducido, y que, como el haiku para algunos lectores, puede considerarse una fruslería, un entretenimiento. Algo fácil conducido por la levedad y el ingenio. Supongo que bajo ese marchamo se publican antologías y compendios que no responderían bien al nombre. No es el caso de El mundo que se abre ni de Emilio López Medina. Su amplia trayectoria de publicaciones, a la que ahora se suma este pequeño pero muy completo tratado, solo puede confirmarlo, así como que emplear la brevedad como fórmula para conocer lo que nos rodea no es sino un acierto.