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‘El fracaso como forma de vida’, de Rafael Cansinos

MARIO ÁLVAREZ PORRO.

Leer y analizar El divino fracaso a día de hoy, más de un siglo después de su publicación, y realizar, además, una interpretación crítica sobre el mismo, sería como defender la literatura como fracaso, pero no cualquier fracaso, sino del fracaso como forma de vida, un fracaso vital personificado en la figura del literato,  alguien que es o se convierte en literatura debido a su total y profunda dedicación a ella. Algo que, sin duda, viene a representar perfectamente su propio autor.

La actualidad de Cansinos Assens viene propiciada por un lado por la reedición de su obra a cargo de la Fundación que lleva su nombre y de Arca Ediciones, ambas dirigidas por su hijo Rafael Manuel. Como ejemplo, podemos citar la reedición en este mismo 2022 tanto de La novela de un literato, que además de reunir sus tres celebrados volúmenes incluye añadidos inéditos y un índice onomástico, como de El divino fracaso, con considerables mejoras de edición en cuanto a la distincinción externa de los parágrafos. Por otro lado, debemos resaltar  la evidente fascinación que, a día de hoy, aún sigue vigente tanto por su figura como por su personalidad. Tan solo citar la mesa redonda organizada por el CAL en torno a su persona bajo el título: Sevilla, inspiración literaria. Cansinos Assens vuelve a Sevilla; y que tendrá lugar el próximo 29 de octubre en la Feria del Libro de Sevilla.

Sin embargo, más allá de ser considerado un autor tachado de «raro» e históricamente olvidado, Rafael Cansinos Assens es el autor de una obra de evidente oscuridad como El divino fracaso, y que es depositaria de toda la sabiduría de su autor acerca de la literatura y su quehacer.  Estamos ante todo un breviario literario, a imitación de los breviarios judaicos, en el que se consignan los conocimientos necesarios para quien quiera iniciarse en el camino de la literatura, estructurándose internamente como un camino literario iniciático o de perfección, a semejanza del «itinerarium mentis in deum» de la literatura espiritual, y externamente como un sermonario a modo de remedio contra la vanidad literaria, y que encuentran su cenit al alcanzar «el artista original y solitario» la condición de litarato por medio de su fracaso personal para gloria de la obra de arte. Todo ello, en consonancia con la triple interpretación que se realiza del texto como suma literaria, como remedio contra la vanidad o del fracaso como esencia de la dignidad literaria. De ahí su aparente oscuridad, debido al claro deseo de sacralización de la literatura por parte de Cansinos, sobre la que giró de forma obsesiva su vida y que solo debiera estar al alcance de quien esté dispuesto a subordinar su vida a ella.

La originalidad de El divino fracaso va más allá de considerarlo como la «perfecta confesión» de Rafael Cansinos Assens como escritor, como dijera Jorge Luis Borges, sino que alcanza la condición de poética literaria consagrada al Modernismo, convirtiéndose, sin duda, en el testamento poético de toda una época excepcional e irrepetible a la que Cansinos pertenecerá siempre, a pesar de que en ningún momento de la obra se llegue a mencionar la palabra «Modernismo» o «modernista» como si de un secreto se tratara, algo divino al alcance tan solo de unos pocos elegidos.

No obstante, Cansinos Assens nos lega en El divino fracaso algo más que un testamento, todo un credo literario que, con su publicación en 1918, junto con su entrevista ese mismo año a X. Bóveda en El Parlamentario proclamando el advenimiento del Ultra, dan por cerrada toda una época, el Modernismo, aunque él siempre se sintió parte de él. De ahí su originalidad y su autenticidad, pues mientras Juan Ramón representaba la actitud modernista, como apuntara en el diario madrileño La Voz correspondiente al 18 de marzo de 1935 («lo que se llama modernismo no es cosa de escuela ni de forma, sino de actitud») Cansinos simboliza su convicción, la convicción en un proyecto de literatura y vida basado en el fracaso personal para que, así al fin, la obra perdure insobornable, radical y verdadera: «Oh madre Fracaso, a toda gloria renuncio ahora por ti, de una vez y ampliamente; y mi alma de toda angustia queda libre, de todo mal queda limpia como una colmena esquilmada, que se sacude contra el suelo».

Al final, como el propio Borges debió intuir al pedirlo para sí mismo en la tan conocida entrevista de Joaquín Soler para el programa de TVE A fondo, («Les aconsejo que lean otros autores, que se olviden de mí. Es un consejo muy sincero, sí. Olvídense de Borges»), tras el fracaso y el olvido viene la leyenda, ya que, como dice la canción, «el héroe de leyenda pertenece al sueño de un destino» y, como bien indica Felipe Benítez Reyes en La maleta del náufrago, «los destinos se sueñan, y su imposibilidad misma constituye un destino». He aquí el triunfo del fracaso como destino, eso es lo que significa ser literato.

«Quizá para quienes no hayan gustado aún esa felicidad de la lectura de las obras de Cansinos-Asséns les convendría iniciarla con El divino fracaso»1, obra definitiva de un valor incomparable, auténtico «itinerarium mentis in litteraturam» que sigue, y seguirá, ganando nuevos adeptos en esta evangelización pagana, este proselitismo literario, esta profesión de fe, pues la literatura es eso, un acto de fe. Fe de fracaso, de divino fracaso, que es fe más allá de toda creencia.

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