‘Vivir para contar’, escribir tras Auschwitz
JOSÉ LUIS MUÑOZ.
Habría que releer con cierta frecuencia a Primo Levi y, sobre todo, debería ser objeto de materia de estudio en los centros de enseñanza. El autor de Si esto es un hombre, que terminó quitándose la vida y fue un modelo de dignidad ética e intelectual, forma parte de aquellos escritores que como Jorge Semprún, Hannah Arendt, Vasili Grosmman o Jean Améry arrojaron luz testimonial sobre el genocidio del pueblo judío en la Segunda Guerra Mundial. En Vivir para contar / Escribir tras Auschwitz están algunos de los textos menos conocidos de Primo Levi sobre su experiencia al límite en el Láger, artículos y conferencias relacionados con el Holocausto y su negación. Para escribir este libro, he usado deliberadamente el lenguaje mesurado y sobrio del testigo, no el lamentoso lenguaje de la víctima ni el iracundo lenguaje del vengador.
La literatura del autor de la estremecedora crónica novelada Si esto es un hombre se sustenta sobre el compromiso ineludible de luchar contra el olvido y reivindicar la memoria de los perseguidos y asesinados por el nazismo de los que él fue un sobreviviente. Contradiciendo el conocido adagio de Theodor Adorno, Primo Levi, judío y superviviente la barbarie nazi, demostró que era necesario escribir tras Auschwitz para que esa locura no vuelva a producirse. ¿Puede justificarse este silencio? ¿Podemos justificarlo nosotros, los supervivientes?
Primo Levi, en los escritos reunidos en este libro, se pregunta sobre la barbarie del genocidio de unos hombres contra otros: Somos hombres, pertenecemos a la misma familia humana a la que pertenecían nuestros verdugos. Unos verdugos que tenían el mismo aspecto que sus víctimas, que en un momento de sus vida se deshumanizaron para convertirse en psicópatas: También ellos, los grandes responsables, son Menschen; la materia prima de la que están hechos es la nuestra, y no costó mucho trabajo ni fue precisa una verdadera coacción para transformarlos en fríos asesinos de millones de otros Menschen: bastaron algunos años de escuela perversa y la propaganda del doctor Goebbels. Alerta de la posibilidad de que no hayamos aprendido nada de esa atroz experiencia: Somos hijos de aquella Europa donde está Auschwitz: hemos vivido en el siglo en el que se ha torcido la ciencia y que ha alumbrado las leyes raciales y las cámaras de gas. ¿Quién puede estar seguro de que es inmune a la infección?
Resalta Primo Levi el carácter industrial de esa fábrica de la muerte (Sus cuerpos se quemaban en instalaciones colosales, construidas para este propósito por la honorable Topf e hijos de Efturt) que se convirtió, además de matadero, en un negocio infame: Tras la liberación, se encontraron en Auschwitz siete toneladas de pelo de mujer. La sistematización alemana, su carácter empresarial, la monstruosa frialdad de su comportamiento durante los años del nazismo, hace que se mire a las víctimas como simple materia prima a procesar en los campos de exterminio: El gas era producido por ilustres industrias químicas alemanas, y a fábricas alemanas iba el pelo de las mujeres masacradas y a los bancos alemanes el oro de los dientes extraídos a los cadáveres. Se pregunta sobre la incredulidad ante esa matanza espantosa por sus dimensiones hasta ahora nunca conocidas: Esbozaban una masacre de proporciones tan bastas y de una crueldad tan desmedida que el público tendía a rechazarlas por su propia enormidad.
Rechaza Primo Levi frontalmente que el genocidio sea el producto de una guerra: Pero Auschwitz no tiene nada que ver con la guerra, no es un episodio bélico, no es una forma extrema de la misma. La guerra es un triste hecho de siempre: es despreciable, pero está en nosotros, es un arquetipo, está germinalmente en el crimen de Caín, en cualquier conflicto entre individuos. Y que dicha operación monstruosa de intentar hacer desaparecer de la faz de la tierra al pueblo judío fue fruto de una planificación rigurosa y estudiada al milímetro por sus ejecutores: Pero en Auschwitz no hay cólera: Auschwitz no está en nosotros, no es un arquetipo, está fuera del hombre. Los autores de Auschwitz, que aquí se nos presentan, no se dejan llevar por la ira o el delirio: son diligentes, tranquilos, vulgares y planos; sus discusiones, declaraciones, testimonios, aún los póstumos, resultan fríos y vacuos.
En buena parte de sus escritos se pregunta Primo Levi sobre la responsabilidad del pueblo alemán en todo lo que sucedió, sobre la imposibilidad del no saber que se esgrimió cuando se descubrieron las cámaras de gas, porque si el crimen fue posible fue gracias a los que colaboraron activamente en él, denunciando a sus víctimas para quedarse con sus patrimonios, o miraron hacia otro lado por comodidad moral. ¿Sobre quién pesa la culpa del mal cometido, o que se dejó cometer? ¿sobre el individuo que se ha dejado convencer o sobre el régimen que lo ha convencido? se pregunta.
Porque hay que resaltar que Hitler llega al poder gracias a los que le votaron, un tercio de la población alemana, y se convirtió en el Fhürer del pueblo alemán por la entusiasta voluntad de la mayor parte de los alemanes: Es cierto que queda mucho por descubrir y explicar sobre las motivaciones de la masacre, sobre la distribución de las responsabilidades y sobre la parálisis de las conciencias que caracterizó a la Alemania nacionalsocialista. Esgrime argumentos de peso para denunciar el silencio del pueblo alemán sobre lo que estaba sucediendo: Los mismos prisioneros fueron obligados a desenterrar aquellos restos lastimosos y a quemarlos en hogueras al aire libre, como si una operación de estas proporciones y tan inaudita pudiera pasar completamente desapercibida. Acusa al tejido industrial y empresarial, que fue juzgado con una benevolencia insultante en los juicios de Nüremberg, esas grandes familias que apoyaron el nazismo como Krupp, Thyssen, Bayer, Voss (Schindler fue una honrosa excepción entre la miseria moral de los demás), de connivencia con el genocidio y de lucrarse con él de forma directa: Los crematorios fueron proyectados, construidos y probados por una empresa de nombre Toft y radicada en Wiesbaden todavía en activo, al menos hasta hace escasos años: construye crematorios para uso civil. Es poco probable que los empleados de estas empresas no se dieran cuenta de la finalidad de las extrañas instalaciones encargadas por los mandos de las SS.
Y cuantifica, si es que se puede, a los responsables que jamás fueron juzgados, a los colaboradores necesarios para que esa barbarie sistemática cumpliera su siniestro fin: Los responsables, aunque sólo sea por omisión o connivencia, se cuentan aún hoy por centenares de miles. Para acabar preguntándose una y otra vez sobre la responsabilidad del pueblo alemán que optó por el nazismo y lo arropó masivamente durante la Segunda Guerra Mundial: ¿Puede considerarse, y en qué medida, la existencia de una responsabilidad colectiva del pueblo alemán por los crímenes de genocidio?
El escalpelo de Primo Levi se extiende también a esa Francia vencida que colaboró con el nazismo desde el gobierno de Vichy: Detrás de estas tentativas de redimensionamiento, quizá no se esconda solamente una búsqueda de ruido periodístico, sino la otra alma de Francia, aquella que deportó a Dreyfus a la Guayana, aceptó a Hitler y siguió a Petain. Y carga contra el cínico negacionismo de lo evidente que llega hasta nuestros días: Aquel profesor Faurisson que el año pasado intentó obsesivamente que se hablara de él sosteniendo que las cámaras de gas de Auschwitz no habían matado a nadie y que, en realidad, habían sido construidas después de la guerra con el objetivo de difamar al régimen nazi.
Frente a los que intentan comparar el genocidio nazi con el Gulag estalinista, Primo Levi es meridianamente claro: Nadie ha atestiguado jamás que en el Gulag se llevasen a cabo selecciones como las de los Lager alemanes, tantas veces descritas, donde a los médicos de las SS les bastaba una ojeada de frente y otra por la espalda para decidir quién podía seguir trabajando y quién debía ir a la cámara de gas. Contrapone al horror estalinista, que masacró por hambruna fundamentalmente, y esgrime la naturaleza perversa del Holocausto nazi que lo hace único en la historia de la humanidad: El exterminio de los judíos no fue la consecuencia de una acción de guerra. Fue un crimen planeado fríamente, teorizado por una ideología fanática y bárbara. No me parece que haya ocurrido otras veces a lo largo de la historia una masacre a una escala tan enorme y que haya sido preparada por una persecución tan larga y cruel.
Y de esa responsabilidad en lo sucedido no se libran tampoco las potencias que tumbaron al nazismo, los aliados que derrotaron a Hitler para los que no fue prioridad liberar los campos de exterminio cuya existencia conocían sobradamente: Es verdad que los americanos rechazaron bombardear las líneas ferroviarias que conducían a Auschwitz mientras que bombardearon en abundancia la zona industrial contigua; y también es verdad que probablemente, la omisión de socorro por parte de los aliados se debió a motivos sórdidos, es decir, al temor a tener que acoger y a mantener a millones de refugiados o de supervivientes. La humanidad, en su conjunto, fue responsable de lo sucedido, casi nadie estuvo libre de culpa salvo las víctimas de esa tragedia: Culpables en menor medida, pero siempre despreciables, los muchos que consintieron a sabiendas y los muchísimos que evitaron saber por hipocresía o poquedad de ánimo.
Un Primo Levi desengañado con la naturaleza humana, escéptico de que el Holocausto sea una lección aprendida que nunca vuelva a repetirse: Nunca he tenido fe en el instinto moral de la humanidad, el del hombre bueno por naturaleza. El intelectual italiano alerta sobre lo que puede venir sin saber que, de nuevo, el fascismo regresa a su patria de nacimiento votado por sus electores para que la historia sea un bucle infernal que se repita constantemente: El fascismo es un cáncer que prolifera rápidamente y nos amenaza con una recidiva: ¿es demasiado pedir que nos opongamos a él desde el principio?
Pues en eso estamos con una Italia que gobernará una admiradora confesa de Mussolini. No aprendemos. No queremos aprender. La sombra de Caín es alargada.