«La presidenta», de Giménez Bartlett, un caso político con dos nuevas inspectoras de policía

Horacio Otheguy Riveira.

Alicia Giménez Bartlett conoce muy bien las estrategias de las instituciones político-policiales como para reinventar una historia política actual, dentro de un marco de ficción, aunque muchos de sus contenidos recuerde el devenir de Rita Barberá, la alcaldesa de la ciudad de Valencia, fallecida en noviembre de 2016 en un hotel madrileño de cinco estrellas, poco después de declarar ante el Tribunal Supremo por blanqueo. Su partido culpó a los periodistas que estresaron tanto a la pobre buenísima que había dejado circular un torrente de corrupción que había salpicado a Madrid (donde 10 misteriosos accidentes mortales y suicidios ocurrieron en torno a las investigaciones correspondientes).

Miserias de todo tipo encuentran en su camino dos novatas, recientemente licenciadas en la Academia de Policía: Marta, enérgica en plan Harry el Sucio, y a la vez la más liberada sexualmente y habitualmente más divertida de las dos, ya que Berta no consigue sacudirse el mal trago de un fracaso sentimental. Sin las hermanas Miralles a quienes eligen para que nada se mueva en la creencia mediática de que la presidenta Vita Castellá murió de un infarto en gran medida inducido por una cirrosis hepática. Sus jefes tienen la certeza de que, tan inexpertas como son nada harán sobre la real posibilidad de que haya sido asesinada… y eso es lo que quieren.

Como en las novelas tradicionales del género, se suceden crímenes al paso de los descubrimientos de las treintañeras que, lógicamente, investigan más y mejor de lo que se espera de ellas. La intriga se sostiene con una estructura convencional, que crece en interés hacia la mitad del libro, del mismo modo en que la pátina de humor blanco y negro con que se han impregnado las situaciones adquiere proporciones cotidianas, diálogos chispeantes, choque de caracteres, metáforas coloquiales… Todo bien resuelto sobre la base de que sus protagonistas son dos chicas con ribetes muy reconocibles en jóvenes de la actualidad, tanto en los grandes detalles como en los pequeños, con sus compulsiones y necesidades de andar por casa: la nevera vacía, una que sigue dieta naturista, la otra que está harta de las hamburguesas de lentejas, pero también las tascas de Madrid con sus delicias compitiendo con las terrazas y los platos valencianos; siempre rascando los bolsillos a espaldas de la jefatura, de donde no puede salir ningún presupuesto en su ayuda, pues todo ha de ser a escondidas de la autoridad, aparentando indagaciones insustanciales.

«Se sentía culpable. Era consciente de que, bajo el mandato de su partido, la Comunitat se había convertido en, permitidme la vulgaridad, una auténtica casa de putas. Nombramientos y adjudicaciones a dedo, recalificaciones de terrenos por interés, desfalcos, sobornos…»

 

«[…] Conocer mejor la personalidad de Vita Castellá había sido como llenar de luz una estancia oscura. Sin embargo, lo que se ofrecía a sus ojos, aun estando iluminado, no le indicaba dónde debía fijar la atención. La presidenta necesitaba cariño y ser reconocida por los demás. Obtenía esos anhelos gracias a que utilizaba su poder de manera irregular. Consideraba un mal menor ese comportamiento, ya que estaba convencida de sembrar el bien entre la población, también gracias a su poder. Muy bien, estaba claro, eso explicaba bastantes cosas, pero hubo algo que excedió la componenda de conciencia que tenía consigo misma, algo que la torturaba y la hacía sentirse culpable. ¿De qué se trataba?, ¿y qué podían hacer con esas pistas difusas para llevarlas a la concreción, a la realidad? Se mordió los labios. Fue consciente por primera vez de la angustia emocional que podía generar una investigación complicada. Era como estar frente a un lago y ver cómo la superficie se iba cubriendo de hermosos nenúfares, pero sin poder acercarse al agua para comprobar de dónde salían o si eran reales.

De repente su teléfono sonó en el interior del bolso:

—¿Inspectora Miralles? Soy Jumilla, de comisaría.

El corazón le dio un vuelco, lo cual no era lógico, que a un policía lo llamen desde su centro de trabajo es tan normal como que al padre de un alumno lo llame un profesor; aunque para ella no era así, simplemente porque nunca la habían llamado con anterioridad.

—Inspectora Miralles, ¿está usted ahí?

—Sí, disculpe, dígame.

—El comisario dice que quiere hablar con usted y con… la otra inspectora Miralles.

—Dígale que tardamos media hora en llegar.

Al ninguneo al que estaban sometidas en su comisaría se sumaba una especie de rubor en reconocerlas públicamente como hermanas. ¿Qué sucedía, a lo mejor había una prevención sobre el parentesco entre agentes? Lo dudaba seriamente. Todo estaba incluido en aquella campaña contra ambas. ¡Hasta su vínculo familiar parecía vergonzante! […]

 

La noche valenciana adquiere protagonismo. Tras sus muros y luminosa elegancia, una oleada de perversas corrupciones y muertes violentas atrapa el interés de dos jóvenes inspectoras de policía, decididas a desvelar el asesinato de La presidenta.

 

Hay además un placer muy grande propio de los encantos del Mediterráneo, con algunas situaciones en la ciudad de Vinarós, donde actualmente está radicada la escritora, después de vivir mucho tiempo en Barcelona, donde transcurren las célebres novelas de Petra Delicado, mujer policía de la novelística española a partir de 1996 con Ritos de muerte.

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Extractos de la entrevista realizada por Juan Carlos Galindo en El País: Empezar de cero a los 70 años

«No es la primera vez que Giménez Bartlett abandona a Petra Delicado, que ha protagonizado 11 novelas y un libro de relatos (tiene el premio Nadal, el Planeta y el Femina por obras ajenas a su personaje estrella), pero Marta y Berta le dan otra perspectiva dentro del género. Ellas tienen en torno a 30 años, son de origen rural y policías vocacionales. Nada que ver con Petra, como la nombra siempre, la mujer con la que ha ido envejeciendo… y que ahora se enfrenta a una realidad muy cambiada. “No es una vocación usual, pero habiendo visto la cantidad de nuevas mujeres policías que se incorporan cada año a la Policía Nacional, piensas que dentro de poco será una vocación como la de maestra. Es increíble. Cuando yo empecé a escribir había dos comisarias en toda España. Ahora hay cuarenta y tantas”».

«¿Cómo fue el proceso para crear una ficción tan anclada en una realidad polémica, de corrupción y desfase, con una política famosa muerta? “Todo el mundo que no es de la profesión en cuanto te preguntan de qué va el libro y cuentas que aparece Rita Barberá muerta, pero que no se suicidó ni murió del corazón, sino que la asesinaron, me lanzan la sonrisa del escepticismo, el ‘me lo vas a decir a mí’. No creo que la asesinaran, creo que se suicidó”, responde sin guardarse nada. En el libro, Vita Castellá comparte biografía con Rita Barberá (aunque esta era alcaldesa, no presidenta de la Comunidad Valenciana). También son similares las sombras y corruptelas permitidas a su alrededor, pero es un personaje de novela visto siempre a ojos de otros y con sus peculiaridades. “Lo que he aportado absolutamente de mi caletre son las razones por las que era tan adicta al poder. Yo qué sé. A lo mejor ni se lo había planteado” reflexiona Giménez Bartlett […]».

Extracto de la entrevista realizada por Anna Abella: Alicia Giménez Bartlett: “El abandono en que murió Rita Barberá es sintomático” | El Periódico de España (epe.es):

«No entiendo cómo nadie ha escrito aún sobre Rita Barberá, un personaje de ficción toda ella, que por sus características solo había que trasladarlo al papel. Como mujer yo simpatizaba con ella, aunque ideológicamente estoy en las antípodas. Era toda una fuerza de la naturaleza, siempre políticamente incorrecta, bebiendo y fumando mucho, malhablada, gay, metiendo broncas cada mañana a gritos nada más entrar en el ayuntamiento… era la antiderecha por sí misma. Aunque nunca se demostró que se hubiera enriquecido por corrupción -solo salió lo del bolso de Loewe-, sí la facilitó, la permitió y la alentó a su alrededor. Esa es la pregunta que transmite el libro -explica Giménez Bartlett-. ¿Por ansia de poder, porque es lo principal para un político? ¿por deseo de ser aceptada y amada? ¿para que su entorno la alabara?».

Foto de Leticia Díaz de la Morena.

Alicia Giménez Bartlett (Almansa, Albacete, 1951) después de muchos años en Barcelona, vive ahora en Vinaròs, al norte de la provincia de Castellón, donde también transcurre parte de esta historia. Es autora de ensayos como El misterio de los sexos y La deuda de Eva, pero es conocida especialmente por sus novelas, entre las que destacan ExitCaídos en el valleVida sentimental de un camionero, Una habitación ajena (Premio Femenino Lumen 1997), Secreta PenélopeDonde nadie te encuentre (Premio Nadal de Novela 2011) y Hombres desnudos (Premio Planeta 2015). Con Ritos de muerte inició la serie protagonizada por la inspectora Petra Delicado, a la que han seguido once títulos más y cuyo éxito le ha valido premios como el Women Fiction Festival de Matera Award, el Grinzane Cavour, el Fregene Internazionale, el Raymond Chandler, el Pepe Carvalho de Novela Negra y el José Luis Sampedro de Getafe Negro. Con La presidenta, llega a Alfaguara Negra la gran autora española del género policiaco.

Uno de sus trabajos de investigación más valorados, a su vez novela histórica, ganó el Premio Nadal de 2011: Donde nadie te encuentre, gran obra también muy elogiada en estas páginas: Florencio Pla Messeguer, «el maquis hermafrotida».  

 

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