Modelo 77 (2022), de Alberto Rodríguez – Crítica
Por José Luis Muñoz.
Bueno es ir recuperando la memoria democrática de este país, y el cine es un instrumento de docencia, y hasta de decencia, que puede contribuir a ello. Cuando se pactó una democracia en España, a través de la discutible y discutida Transición, que no fue tan modélica, una de las condiciones es que se amnistiaran a los presos de índole política que no tuvieran delitos de sangre. Esa parte costó, pero se olvidaron de los presos comunes que vivían hacinados en las cárceles en condiciones inhumanas, porque a las prisiones no había llegado la democracia y los funcionarios de las mismas mantenían los hábitos franquistas de antaño: arbitrariedad en el trato, censura de información y represión física mediante celdas de castigo o palizas que alguna vez terminaban en muerte: el sistema carcelario era un agujero negro. Los presos comunes, muchos de ellos presos sociales que habían delinquido por un estado de necesidad, se organizaron en la COPEL, la Coordinadora de Presos en Lucha, para exigir la amnistía. Durante meses la tensión en todas las prisiones del estado creció hasta el punto de que los presos se sublevaron, se autolesionaron, infligiéndose cortes en los brazos, y tomaron las cárceles en lo que fue una rebelión planificada con el fin de conseguir esa amnistía que pasó de largo, no consiguieron a pesar de su reflejo mediático.
De todo ese periodo olvidado de nuestra moderna historia va la última película del director de La isla mínima que se centra en las vicisitudes del joven recluso Manuel (Miguel Herrán), encarcelado por haber participado en un atraco trampa organizado por los propios atracados, y un preso veterano y desencantado de todo con el que comparte celda, José Pino (Javier Gutiérrez), que finalmente se suma a la causa de los presos en lucha, y de cómo los presos comunes encarcelados durante el franquismo tomaron conciencia de clase para cuestionar un sistema penitenciario tan obsoleto como inhumano en el que carecían de todo derecho.
Alberto Rodríguez rueda su película en el escenario de la cárcel Modelo de Barcelona, una de las mas duras de la Península, pero no sale del todo airoso de su experiencia en el cine carcelario. Inevitablemente el espectador la compara con películas estadounidenses (El techo de cristal), inglesas (En el nombre del padre), o francesas (Un profeta), o con la misma Celda 211, y la cinta del director de La isla mínima no acaba de convencer. Alberto Rodríguez narra de forma convincente el proceso de concienciación política de los presos, su forma de organizarse clandestinamente dentro de las prisiones y sus sucesivos amotinamientos, pero algo falla en el conjunto de este thriller y no es la acción, que la hay, y es su capacidad de emocionar. Modelo 77 adolece de una cierta frialdad formal que hace que el espectador mire la historia desde fuera sin implicarse, un guion con demasiadas revueltas y una descompensación actoral. Mientras Javier Gutiérrez borda su personaje de recluso desencantado, y Jesús Carroza convence en su papel de El Demócrata, el recluso médico heroinómano que conciencia a los comunes y después se vende por un trato de favor, al joven Miguel Herrán le falta capacidad de convicción; mientras Fernando Tejero está perfecto en su papel de Marbella, el recluso mafioso que reina en la quinta galería, la de los peligrosos, Catalina Sopelana, Lucía, la novia de Manuel, deja mucho que desear.
A Modelo 77 le falta la fuerza necesaria para ser la película impactante que prometía, entre otras cosas porque la situación en el interior de las cárceles en aquella época era mucho más terrorífica de cómo la pinta, y se queda en una aceptable película de aventuras, entretenida, lo que ya es mucho, que ofrece luz a ese agujero negro de nuestra joven democracia en el que los presos recibieron un trato indigno.