El crítico (2022), de Juan Zavala y Javier Morales Pérez – Crítica
Por Rubén Téllez.
El fin de una era: o la reliquia de Carlos Boyero.
Como un edificio antiguo con la fachada desteñida, que desentona con la estética de la ciudad moderna, pero que, por su buena cimentación, por la calidad del material con el que está construido, por haber obtenido con el paso del tiempo la categoría de “clásico”, se mantiene en pie, sirviendo como claro ejemplo de lo que una vez fue la urbe, así se podría definir a Carlos Boyero, histórico crítico de cine al que Juan Zavala y Javier Morales Pérez desentrañan en El crítico.
El documental se sirve de los testimonios de importantes figuras del panorama cultural español, desde directores (Álex de la Iglesia, Nacho Vigalondo, Fernando Trueba) y actores (Resines, Antonio de la Torre), pasando por críticos de cine (Oti Rodriguez, Miguel Marías, Pepa Blanes), hasta llegar a otros periodistas que han trabajado con él (Antonio Lucas, Borja Hermoso), para trazar un fresco sobre la trayectoria vital y personal del crítico de cine más influyente en España, analizando así su niñez, sus años de juventud, su iniciación en el cine, su llegada a Madrid y la consecuente entrada en el mundo de la crítica y de la noche, su estilo de escritura y los problemas que le ha ocasionado.
En Configuración de la última orilla, Michel Houellebecq escribe: “Cuando la noche se desmenuza en lentos pájaros/ y los días ya no ofrecen ninguna alternativa/ hay que cesar de vivir, sin demora, y sin ruido,/ la nada nos ofrece una paz relativa/ a menos que imaginemos que viviremos de nuevo/ revivir sin conciencia, que nuestros átomos idiotas/ repetitivos y redondos como las bolas de lotería/ se recombinarán como páginas de un libro”. El poema del francés y el documental sobre el crítico español tienen en común la desoladora sensación de pérdida irrecuperable que dejan en el público (lectores o espectadores) una vez ha terminado de verlo o leerlo.
Dicha sensación nace al ver a un Boyero que, aunque un poco mayor, mantiene la calidad, la mordida y la irreverencia en sus textos, a pesar de que, como le sucedía al protagonista de El gatopardo, es un hombre de otro tiempo que no ha podido (ni ha querido) adaptarse al nuevo mundo y que, por tanto, tiene dificultades, y recibe excesivas críticas negativas, por hacer eso que le caracteriza, por mantener intacta su diáfana personalidad y abogar por una sinceridad visceral que ha sido clave tanto en sus victorias como en sus derrotas.
El mayor acierto de la película, lo que le aporta verdadera trascendencia, es su capacidad para elevar algo particular a un plano general, convirtiendo una historia personal en una que abarca, resume y denuncia una situación que viven muchos. La cinta utiliza la figura de Boyero como una sinécdoque sobre la que observar el ocaso de una profesión que ha perdido importancia con la llegada de las redes sociales, con la democratización de unas opiniones que por lo general suelen carecer de argumentación, en las que no hay conocimiento de causa por parte de la persona que las profiere y que se sirven del aforismo reductivo e insultante como único recurso literario con el que desacreditar no sólo una película, sino a una persona, un ideario político o cualquier tema sobre el que se le antoje escribir a un completo desconocido. En pocas palabras; lo que antes se denominaba como cuñadismo ahora se llama endeble opinión que respetar, aunque no respete.
Así, lo que parecía un documental sobre un crítico de cine, termina siendo una reflexión, triste, sobre el final de una época, el posible exterminio de un arte y las consecuencias de darle infinito poder a cualquiera que tenga un dispositivo electrónico. La sensación de pérdida irreparable inunda entonces la pantalla y al espectador. La historia, ya se ha dicho, es la de un edificio antiguo que ha adquirido la categoría de “clásico”.
Decía Houellebecq que cuando los días ya no ofrecen ninguna alternativa hay que dejar de vivir “a menos que imaginemos que viviremos de nuevo/ revivir sin conciencia, que nuestros átomos idiotas/ repetitivos y redondos como las bolas de lotería/ se recombinarán como páginas de un libro/ escrito por un cabrón/ y leído por cretinos.”
Enhorabuena! Muy buen artículo y muy buenas reflexiones, a la altura de la película y del personaje, al que tanto admiro, sigo y admiro desde que leí sus primeras críticas.