‘Nuestro corresponsal en el vacío’, de Dimitri Verlhust
Nuestro corresponsal en el vacío
Dimitri Verhulst
Traducción de Catalina Ginard Ferón
Bunker Books
A Coruña, 2022
145 páginas
Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca
Lo menos original de nuestra época es pudrirse por dentro. Hay un cinismo de garrafón que con frecuencia acompaña al alcohol de garrafón en ese cometido: uno se pudre porque no le queda otra alternativa. ¿No cabe ninguna opción? En realidad, es complicado encontrarla, dado lo insoportable que se está volviendo aguantar a la gente. El infierno, nos dijeron, son los otros. Y para no caer en las llamas, debe uno mantener la distancia. Aunque eso le suponga pudrirse incluso orgánicamente.
A ese cometido se entrega el protagonista y narrador de esta obra, Nuestro corresponsal en el vacío, que vive como si vivir fuera una patología. Lo hemos visto anteriormente, tanto en el cine como en la vida real, pero también en la literatura. Y en ocasiones se le ha llamado realismo sucio a la corriente de quienes intentan poner voz a estas personas. La enfermedad se llama vida. Y la terapia se llama muerte o muerte en vida, que es algo que se conquista a través de las drogas y el alcohol. Vivir a todo trapo, o pretender que uno vive a todo trapo gracias a las drogas y al alcohol, no es vivir. Eso lo sabe nuestro protagonista, que es capaz de sentir su existencia como una paradoja: “la alegría que me produce saber que puedo acabar con mi vida cuando ya no valga la pena”.
¿Qué puede pretender, como logro literario, alguien así? Lo más natural, al menos lo que uno encuentra como más natural leyendo esta obra, es el dietario: cada día que me apetece escribir, escribo un poco y sobre lo que me apetece, que muchas veces es sobre lo que me sucede. Dicho de otra manera, el egocentrismo sale a flote y nos muestra su verdadero rostro, al que cabe atribuirle el epíteto de decadente. ¿Qué estímulos ofrece el mundo para limpiarnos de la gasa que nos cubre los ojos a la hora de mirarlo? Esa gasa es la que nos muestra la decadencia. En este caso, el único consuelo que parece ir hallando el narrador para salir al paso es la confesión: “A mí nadie me saca de una taberna”.
Uno se siente tentado, al reflexionar sobre esta lectura, a mencionar la autocompasión:
“Nosotros, los apaleados, podemos ser desalmados y encontrarle sentido a esa lógica.
“Sin embargo, yo me niego”.
Pero Dimitri Verhulst (Aalst, 1972) sabe ocultarla y apenas sentimos que esa sea la emoción que modela la vida del protagonista. Este personaje entregado a relacionar la soledad con el cinismo, sabiendo que se escribe solo y se piensa solo, pero que contemplar la vida a través de ese microscopio le condenaría al onanismo. Por eso el momento salvífico será aquél que nos muestre que con el fin del egoísmo puede encender una vela en medio de esta caverna.