Sitges 2022: Mantícora (Carlos Vermut), La piedad (Eduardo Casanova), Hasta los huesos (Luca Guadagnino)
Por Jordi Campeny.
El director Carlos Vermut, en su discurso de presentación de su última película, Mantícora, dijo que los asistentes del Festival de Sitges vivimos en una especie de interesante contradicción: por un lado, adoramos el cine de género; nos pasamos horas viendo en pantalla muertes violentas, sangre, mutilaciones y sadismo. Pero, a su vez, somos el público más entusiasta del mundo, auténticos disfrutones desacomplejados, irredentos amantes de la vida. La platea del auditori aplaudió con euforia y con gestos de complicidad aquella aguda reflexión. Porque es cierto, se ha demostrado un año más; en el buen rollo que se respira durante esos diez días, en las ajetreadas idas y venidas, en los aplausos y vítores en las proyecciones, en las cifras récord de asistencia. Este ha sido el primer Sitges post-Covid, aunque cabe recordar que debe de ser de los pocos festivales del mundo que no ha suspendido ninguna edición por la pandemia. Heroico e indesmayable Sitges.
Como siempre, han desfilado ante nuestros ojos multitud de propuestas variopintas y eclécticas. De entre todas, nos detendremos a continuación en tres de ellas, aunque son varias las que quedarán para el recuerdo de este Sitges 2022, más slasher que nunca. Tres triunfadoras indiscutibles, según el palmarés: la finlandesa Sisu, que arrasó en galardones en su Sección Oficial; Pearl, de Ti West, precuela de X, con una Mia Goth desenfrenada e incombustible e Irati, este cuento mágico que se zambulle en el folklore vasco, rodado con exquisito gusto e íntegramente en euskera. Otros títulos que difícilmente se desvanezcan de la memoria ‒con todos sus aciertos y a pesar de sus deslices‒ son la danesa Speak No Evil ‒tortuosa, sádica y finalmente gratuita aproximación a los Funny Games hanekianos‒ y el slasher patrio Cerdita, de Carlota Pereda, sangriento e irregular ajuste de cuentas al bullying y al machismo, rodado con pulso firme y con olor a matadero.
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Mantícora (Carlos Vermut)
Como no podía ser de otra manera, el gran Carlos Vermut ‒responsable de obras clave del cine español contemporáneo como Diamond Flash o Magical Girl‒ ofrece una de las películas más complejas, incómodas y arriesgadas de esta edición: Mantícora. En ella, el director madrileño nos invita a deambular por los recovecos más oscuros del alma humana y nos recuerda que ahí, en las zonas más negras, a parte de horror y abyección, hay también dolor, lucha y sentimientos.
Son varios los puntos fuertes de esta película trágica y turbadora, desde su atmósfera viciada, la posición de la cámara, los diálogos y su puesta en escena, al trabajo de su pareja protagonista, especialmente el de un Nacho Sánchez extraordinario, cuya portentosa y contenida interpretación mancha y deja huella. Vermut consigue, además, su película más sencilla a nivel narrativo y más depurada a nivel formal.
Mantícora ha logrado cierta unanimidad entre crítica y público, aunque ha suscitado también una interesante y agria polémica en redes sociales, a raíz del personaje femenino principal, interpretado por Zoe Stein. En ella, se cuestiona la contradicción de que una chica, quien en un momento dado verbaliza que se dedica “a leer, disfrutar y vivir” ‒apelando, en cierto modo, a una ruptura de los estereotipos de género clásicos‒, acaba sucumbiendo a ellos una y otra vez, puesto que opta por sacrificar su vida por cuidar, solícita y resignadamente, a los hombres que la rodean. Será tarea de cada espectador dilucidar si esta controvertida decisión ensombrece o menoscaba la calidad de la película; si condiciona ‒o no‒ su relación con ella.
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La piedad (Eduardo Casanova)
Eduardo Casanova es un artista que no ha venido a satisfacer a grandes audiencias ni a negociar con nadie. Su universo es único, radical, pesadillesco, esquinado y deslumbrante. Sus personajes son criaturas que habitualmente no vemos en pantalla; seres en los márgenes que su autor coloca en el epicentro de sus ficciones. Alguien definió sus películas como pasteles rosas con cuchillos dentro. Ya en sus cortometrajes y en su primer largo, Pieles, vimos, padecimos y disfrutamos su mundo artístico. Son fantasías oscuras y rosas, son melodramas desaforados, son grito y vómito.
La piedad sigue la misma senda de sus trabajos anteriores y va un poco más allá, consolidando la progresión creativa de Casanova y refinando, más si cabe, su poética fetichista y arrebatada ‒con John Waters y Almodóvar como referentes‒. La película podría ser una especie de fábula sobre las relaciones de poder y los vínculos maternofiliales tóxicos, empleando un excéntrico paralelismo entre la maternidad ‒entendida como dictadura‒ y el poder totalitario del líder norcoreano Kim Jong-il. Pura boutade.
La película, repleta de ideas, estilizadísima y kitsch, navega constantemente entre el melodrama y lo fantástico. Su creador no teme en zambullirse en lo incómodo, grotesco e irreverente; sabe moverse por aguas turbulentas y consigue una obra de gran impacto visual y emocional. El trabajo de su elenco de actores es sencillamente apabullante, puro riesgo y entrega, en especial Ángela Molina ‒un espectáculo verla deambular por el universo de Casanova‒, el debutante Manel Llunell y esta actriz maravillosa que es Ana Polvorosa.
La piedad es una experiencia extrema que no admite posicionamientos tibios: o la amas o la rechazas de raíz. Tras ella está el mundo interior atormentado, las manos y la voz intransferible de un genio en los márgenes.
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Hasta los huesos (Bones and All) (Luca Guadagnino)
Cool o arty son dos anglicismos muy manoseados ante los cuales, cuando uno los lee o escucha, tiende a ponerse a temblar. Asociamos indirectamente estos adjectivos a algo vistoso pero vacuo; resultón por fuera pero hueco por dentro. Puro postureo desprovisto de sustancia. De hecho, la obra del director Luca Guadagnino ha sido tildada, a menudo, de gesticulante, manierista y vacía. Allá ellos.
En realidad, cool, o mejor aún, muy cool, es un adjetivo superlativo que le sienta como un guante a su último trabajo, Hasta los huesos (Bones and All). Y, sin embargo, pocas películas encontraremos esta temporada tan hermosas, disfrutables, disfrutonas y con un carisma tan arrollador. La película, road movie protagonizada por dos adolescentes caníbales, nos transporta a las largas carreteras americanas, tamizadas por los rayos de sol de media tarde, de nuestros despertares cinéfilos con aroma indie. Romance al volante, oda a la pasión adolescente, necesidad de encontrarte con alguien como tú, de ser realmente visto. Gore salvaje y toneladas de ternura. New Order, Kiss y Joy Division en la radio.
Y sus protagonistas: Taylor Russell, dulce y sangrienta; un magnético Timothée Chalamet que guiña el ojo al River Phoenix de My Own Private Idaho y luego, más allá de todo elogio, está Mark Rylance; colosal y aterrador, puro escalofrío.
Hasta los huesos es idealista, romántica, violenta, imperfecta y brillante. Para devorarla de un bocado. Como es habitual en su creador, tiene su legión de fervientes detractores. Allá ellos.